El viernes pasado los primos hermanos Leonardo y Maximiliano Trento cumplieron un sueño.
Como artistas premiados recientemente en Buenos Aires, donde trajinan escenarios desde hace una década, regresaron a su ciudad natal para presentarse en la mayor sala teatral ante un público que, sin más referencias que las notas periodísticas previas y alusiones en canales porteños, confió en su propuesta abonando la correspondiente entrada en boletería.
El espectáculo, titulado "Chiflete", arribaba con celebradas críticas de la prensa capitalina. Sólo faltaba rubricar el inefable axioma: "Ser profetas en su tierra".
En rigor, el dúo logró condensar un show humorístico y musical calibrado y versátil, que fue madurando su dosis de ingenio y picardía (en ocasiones deudoras del primer Les Luthiers y de Los Modernos), a medida que se desarrollaba la puesta.
Al punto que pudo recorrer diferentes facetas tanto de las disciplinas de la comicidad (sátira, clown, mimo, gesticulaciones, gags, chistes de salón) como de distintos géneros sonoros (folclore, música andina, country, rock, punk).
Teniendo como base de operaciones al absurdo, dispositivo que permite romper cualquier estructura narrativa o dramática, Los Trento hicieron uso y abuso de los senderos lúdicos que emergen en aparentes asociaciones inconexas. El disparador, que abre y cierra la puesta, es la espera por parte de los "Folcloristas del Apocalipsis" de su líder, el destacado músico conocido como Román. Esa recreación de la espera "beckettiana", en vez de caer en elucubraciones existencialistas, posibilita un juego de escenas consecutivas, que comprende un exigente trabajo físico y de coordinación. Vale indicar que ambos artistas ejecutan instrumentos en vivo y realizan efectos sonoros con su boca o ayudados por elementos cotidianos.
En ese tren delirante de expresiones se parodia tanto a la llamada "TV basura" como a la moda "hippie chic" de viajar a las entrañas americanas al grito de "me coqueé y flasheé" (escena extraída del espectáculo anterior). Como también varios guiños a la idiosincrasia costumbrista y un par de festejados jingles de antaño de marcas históricas y de nuestra ciudad (Radio Villa María y Luis Cornaglia).
Como agregado, la dupla incluyó una suerte de videoclip hilarante llamado “No puedo vivir sin tics”. La risa asegurada.
Juan Ramón Seia