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3 de Noviembre de 2013
NOTA Nº 350, escribe Jesús Chirino
A 30 años de elegir a Raúl Alfonsín
Repasamos algunos de los conceptos que el entonces candidato compartió con sus correligionarios, a 30 años de la elección
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Elegir justicia
El domingo 30 de octubre de 1983, luego de varios años de la dictadura cívico-militar, se desarrollaron las elecciones que marcaban el regreso a la vida democrática. A nivel local, Horacio Cabezas, por la Unión Cívica Radical, y Alcides V. Demarchi, por el Partido Justicialista, aspiraban a la Intendencia  municipal. En lo nacional, distintas fórmulas se presentaron como opciones para ejercer la Presidencia y Vicepresidencia de la Nación: Raúl Alfonsín y Víctor Martínez, por la UCR; Italo Lúder y Deolindo Felipe Bittel, por el Partido Justicialista; Oscar Alende y Lisandro Viale, por el Partido Intransigente; Rogelio Frigerio y Antonio Salonia, por el Movimiento de Integración y Desarrollo; Rafael Martínez Raymonda y René Balestra, por la Alianza Demócrata Socialista; Alvaro Alsogaray y Jorge Oría, por la Unión del Centro Democrático; Guillermo Estévez Boero y Edgardo Rossi, por el Partido Socialista Popular, y Francisco Cerro y Arturo Ponsatti, por el Partido Demócrata Cristiano.
 
En Villa María, al igual que a nivel nacional salió triunfante la candidatura propuesta por la UCR.  Cabezas fue elegido como intendente y la fórmula liderada por Alfonsín, con el 51,75 % de los votos ganó a nivel nacional. En aquella elección la ciudadanía eligió al candidato nacional que había denunciado un pacto entre los militares y la burocracia sindical y prometía enjuiciar, según sus responsabilidades, a los militares. Quedó en el camino la candidatura de Italo Lúder que avalaba la ley de autoamnistía dictada por los funcionarios de la dictadura desaparecedora de personas.
 
Conceptos del candidato
Alfonsín recorrió el país con actos políticos, al cierre de los cuales pronunciaba el Preámbulo de la Constitución Nacional como un elemento que no dejaba argentino fuera de su convocatoria. Pero antes, el 28 de julio de aquel año, en oportunidad de asumir la titularidad de la UCR, pronunció un discurso en el cual, hablándoles a sus correligionarios, señaló cómo entendía a su partido, a la democracia y a los desafíos de ese momento histórico. Lo interesante de esta pieza oratoria no sólo está dado por los conceptos expuestos, sino también por el momento y los principales destinatarios de las palabras del entonces candidato.
Pasadas tres décadas, con los cambios producidos tanto en la sociedad argentina como en la Unión Cívica Radical, revisitar los conceptos de Alfonsín hace que los mismos reverberen de diversas formas.  
Al inicio de aquella alocución, Alfonsín señaló la irracionalidad de la pobreza y el hambre en nuestra sociedad. Textualmente dijo: “Hemos vivido la Argentina de la frustración, la Argentina del engaño, la Argentina del robo y del horror. La Argentina de la pobreza y de la desesperanza. Y si hay un símbolo de esta Argentina que ha dejado de cuidar a sus gentes, es que hoy hay niños nuestros que mueren de hambre, niños desnutridos que jamás serán hombres libres. Cuando un país que nutrió al mundo con su trigo se sumerge en la inmoralidad de la pobreza; cuando un país que fue libre encierra el miedo entre sus fronteras; cuando un país que significó la vida para millones de hombres que llegaron a él mata a sus hijos, es que ha tocado fondo”. Inmediatamente pasó a señalar el doble desafío político al que se enfrentaba la sociedad en la nueva etapa que iniciaba. Para el dirigente esos desafíos eran “reconstruir el país y construir la democracia”.
 En su discurso, el candidato habló de la necesidad de buscar en la historia la identificación de las causas que arrastraron al país a la lamentable situación en que se encontraba. Así señaló las reiteradas interrupciones del orden constitucional por parte de las Fuerzas Armadas, es decir, la prevalencia de la decisión militar por encima de la ciudadanía civil. Planteó esto como una cuestión central a resolver y sobre el particular dijo “para ello no es suficiente afirmar que las Fuerzas Armadas deben subordinarse al poder civil y encuadrar su actividad en el marco de la Constitución Nacional. Es el objetivo al que deseamos llegar, pero no constituye de por sí un método”.
 
Sostuvo que el poder militar había estado al servicio de “una minoría”  haciendo que ésta “accediera al control del Estado y ejerciera una política de represión social y empobrecimiento, cuyas consecuencias enfrentamos hoy”. Remarcó la necesidad de desarmar esa alianza, pero también la de analizar la “debilidad del campo civil. Allí, el rasgo predominante es que en la Argentina no ha existido, desde hace mucho tiempo, un movimiento mayoritario que contara con capacidad para movilizar a las grandes mayorías nacionales y tuviera, a la vez, capacidad para ejecutar políticas económicas que permitieran la transformación permanente de nuestra sociedad”. En este párrafo aparece, de manera clara, la idea que el radicalismo de entonces no debía desviarse de la tradición de lo popular y nacional. Y en esa línea habló de que el Estado no podía estar al servicio de los sectores privilegiados de la sociedad, ni ser manejado por las multinacionales. Lo dijo en estos términos: “Hay que lograr la independencia del Estado. Esto quiere decir que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales, pero que tampoco puede subordinarse a los privilegios locales. La propiedad privada cumple un papel fundamental en al desarrollo de los pueblos, pero el Estado no puede ser propiedad privada de los poderosos. La oligarquía tiende siempre a pensar que los dueños de las empresas o del dinero tienen que ser los dueños del Estado”.
 Aun así establecía un límite a la magnitud del Estado diciendo que “los radicales creemos que el Estado debe ser independiente: ni propiedad de los ricos, ni propietario de la riqueza”. A la par dejó en claro que esa denominada independencia del Estado no podría lograre sin protagonismo popular, para lo cual sería necesario movilizar al pueblo. Por otro lado planteó la necesidad de “la moralidad administrativa”. Es en este sentido que el discurso define su partido marcando que “el radicalismo, lo señalamos una vez más, es ante que una ideología, una ética. Es la lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia”. En otros párrafos continuó dando elementos acerca de cómo entendía su partido político. Así fue que Alfonsín remarcó el papel del radicalismo en el camino hacia una democracia social. Sostuvo: “El partido de Alem y de Yrigoyen constituye un instrumento adecuado en la búsqueda de la democracia social para la Argentina. Sin duda no es el único. Esa búsqueda se verá fortalecida por todas las agrupaciones políticas inspiradas en los ideales renovadores nacionales, populares y democráticos”. Luego continuó definiendo la UCR como un partido “que admite la imperfección humana frente a la soberbia de los autoritarios; que es policlasista porque cree en la alianza de los productores de la ciudad y del campo con los trabajadores manuales e intelectuales, para asegurar la democracia y evitar una lucha de aniquilamiento de un estrato social por otro”. 

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