Un escenario ambientado como un living. Una platea repleta, acomodada en la mejor ubicación posible.
A metros de distancia, un artista cuenta, susurra, narra, conversa y en ocasiones eleva su voz un par de decibeles más para certificar un estribillo aceitado en versos de florida pluma.
Esa sería básicamente la postal que ilustrara el concierto brindado por el españolísimo Ismael Serrano, el viernes pasado ante un Teatro Verdi que se vio colmado sin la necesidad de contar con una gran promoción publicitaria previa.
Su visita en plena y extensa gira por Argentina y la presentación de su última placa “Todo empieza y todo acaba en ti”, más bien resultaron excusas válidas para el reencuentro con su séquito de seguidores que gustan saborear de una lírica amplia y profusa (incluso hasta cenagosa) y de una verborragia “marca registrada” que se extiende entre tema y tema.
A diferencia de su última actuación registrada en Villa María, en 2011, donde había utilizado como alusión metafórica la vida cotidiana de una vecindad a modo de reflexión sobre la sociedad en su conjunto, en esta ocasión planteó diferentes temáticas. Osciló entre referencias ineludibles al amor (incluso, bromeó sobre el primer metejón con la participación de su sonidista, antes de estrenar una particular versión de “Muchacha ojos de papel”, de Luis Alberto Spinetta), a los extraños comportamientos de sus propios espectadores (una jocosa radiografía de aquellos que simulan saber sus letras a fin de ganar la simpatía de una potencial pareja), y una serie de crudos planteamientos sobre la grave crisis sufrida en España. Además de dedicar varios pasajes y canciones al movimiento de “indignados”, aportó datos desalentadores sobre la juventud española definida como una “generación condenada”, aunque también alumbró esperanza: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”.
En cuanto al repertorio, Serrano -quien estuvo acompañado en teclados por Jacob Sureda-, inició con “No estarás sola”, prosiguió con “Podría ser”, “Dónde estarás” (una de sus más rítmicas), “Amores imposibles” (con su frase monumental “La excusa más cobarde es culpar al destino”), “Amo tanto la vida” (en versión de 2x4), e intercaló canciones a pedido por el público, como “Recuerdo”, la antigua “Pájaros en la cabeza” y su clásico “Papá, cuéntame otra vez”, lectura crítica compartida con su hermano Daniel sobre los años 60 y 70 y una oda explícita a la memoria como “arma indispensable para el futuro”. En sus característicos bises consecutivos, y con buena parte de los asistentes casi al borde del escenario, recreó “Qué andarás haciendo” y la bella “Ana”.
Juan Ramón Seia
