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14 de Noviembre de 2013
Patrimonio Histórico - Explican que no se puede demoler el viejo edificio de la Escuela Mariano Moreno
“No es sólo un montón de ladrillos apilados”
“Es mi de­seo ha­cer­le sa­ber (al nuevo propietario), que el De­cre­to 418 del De­par­ta­men­to Eje­cu­ti­vo, en cum­pli­mien­to con la Or­de­nan­za 2.144, De­cla­ra de In­te­rés His­tó­ri­co y Ar­qui­tec­tó­ni­co
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Ha­ce bas­tan­te tiem­po co­men­cé a re­dac­tar es­tas­ lí­neas. Sa­bía que lle­ga­ría el mo­men­to de pu­bli­car­las. Es­tu­ve a pun­to de ha­cer­lo tiem­po atrás, al ver el car­tel de: “Se ven­de” pen­dien­do en la fa­cha­da. Pe­ro aho­ra, cuan­do la pro­pie­dad ya pa­só la­men­ta­ble­men­te de ma­nos de sus an­ti­guos due­ños a las de in­ver­so­res pri­va­dos, es un de­ber ha­cer­lo.
Obli­ga el he­cho de ver co­mo po­si­bi­li­dad un aten­ta­do a lo que es un mo­nu­men­to pa­ra quie­nes so­mos egre­sa­dos del Ins­ti­tu­to Se­cun­da­rio Ma­nuel Bel­gra­no o del Co­le­gio Ma­ria­no Mo­re­no y pa­ra tam­bién mu­chí­si­mos vi­lla­ma­rien­ses que a dia­rio bre­gan pa­ra que la ciu­dad si­ga man­te­nien­do su iden­ti­dad y re­fe­ren­cian­do su his­to­ria en edi­fi­cios co­mo el de Co­rrien­tes y Ma­ria­no Mo­re­no.
Aquel car­tel de “Se ven­de” ya ha­bía cho­ca­do en mis pen­sa­mien­tos con el sue­ño de mu­chos pa­ra que allí fun­cio­na­ra el mu­seo de la Es­cue­la Ma­ria­no Mo­re­no y del Co­le­gio Ma­nuel Bel­gra­no.
Fa­mi­lias vi­lla­ma­rien­ses, vi­lla­no­ven­ses y otras que ve­nían de cam­pos ale­da­ños y pue­blos cer­ca­nos, con­fia­ban sus hi­jos al es­ta­ble­ci­mien­to. O sea que esa ca­so­na no es so­lo un mon­tón de la­dri­llos api­la­dos, si­no que fue el lu­gar que des­de al año 1928 co­bi­jó a mu­chas ge­ne­ra­cio­nes que lue­go emer­gie­ron, egre­sa­ron, des­de la pla­ta­for­ma de la edu­ca­ción y la cul­tu­ra.
En es­te edi­fi­cio que nos ocu­pa, de­ce­nas, cien­tos, mi­les de ciu­da­da­nos cre­cie­ron en co­no­ci­mien­tos, en va­lo­res mo­ra­les, en la hon­ra­dez, pa­ra asu­mir la vi­da ven­tu­ro­sa y ser­vir a la so­cie­dad. En­tre tan­tos y tan­tos se cuen­tan mis pa­dres y sus ami­gos, a mis pri­mas que ya no me acom­pa­ñan en es­te mun­do, la ma­yo­ría de mis pro­fes... to­do se­gu­ra­men­te tan do­li­dos co­mo yo. 
Cuan­do iba a pri­mer año, es­tu­diá­ba­mos la his­to­ria de la ciu­dad y nos lle­va­ban de re­co­rri­do a vi­si­tar edi­fi­cios que mos­tra­ban en sus fa­cha­das ha­ber si­do par­te de la epo­pe­ya de la ciu­dad. Fren­te al Co­le­gio Vie­jo, co­mo ca­ri­ño­sa­men­te siem­pre le de­ci­mos, el de­seo era el de in­gre­sar. Era­mos no­ven­ta alum­nos y se vol­vía casi im­po­si­ble. Pe­ro un día, a me­dia­dos de la dé­ca­da pa­sa­da, con mi que­ri­da pro­fe de Geo­gra­fía, or­ga­ni­za­mos una vi­si­ta al Co­le­gio Vie­jo. Una tar­de lla­mé a Don Al­do Roc­chi, co­men­tán­do­le un po­co de nues­tras an­sias por vi­si­tar la Ca­so­na y, sin más trá­mi­te, y con mu­cho gus­to nos es­pe­ró una ma­ña­na en su ca­sa, bus­có las lla­ves y nos acom­pa­ñó has­ta el Co­le­gio Vie­jo. 
Don Al­do abrió el can­da­do de la puer­ta y abrió tam­bién la hi­sto­ria. Po­der pi­sar ese pi­so fue pa­ra mi co­mo es­tar pi­san­do el Louv­re; sin­ce­ra­men­te lle­nó mi al­ma la po­si­bi­li­dad de dar el “pre­sen­te” don­de tan­tas ve­ces lo die­ron mis vie­jos, mis pri­mas y otros tan­tos que es­cri­bie­ron par­te de la his­to­ria de su vi­da en es­te lu­gar. 
Im­po­si­ble no ima­gi­nar­me a la se­ño­ri­ta Per­la, sen­ta­da en la Se­cre­ta­ría, con su de­lan­tal ce­les­te y su me­le­na blan­ca, o lla­man­do pa­ra en­trar al au­la. 
Tam­bién, se me ve­nía a la me­mo­ria, la ima­gen del maes­tro Car­los jun­to al mon­se­ñor Dea­ne, ca­mi­nan­do ese pa­tio y con­ver­san­do so­bre ese sue­ño edu­ca­ti­vo su­pe­rior, que se plas­mó tiem­po des­pués en el Ins­ti­tu­to Se­cun­da­rio Ma­nuel Bel­gra­no. 
¡Có­mo no ima­gi­nar­nos la fa­mi­lia Roc­chi ca­mi­nan­do de pun­ta a pun­ta esos pa­tios, por la ga­le­ría, por esos pi­sos cru­jien­tes de pi­no­tea; có­mo no ima­gi­nar esos fres­cos que nos des­cri­bía el que­ri­dí­si­mo pro­fe­sor Ri­car­do Va­glien­te, co­mo uno de las be­lle­zas que ate­so­ra­ban los te­chos de es­te an­ti­guo edi­fi­cio!
En el cor­to pe­ro an­ti­quí­si­mo hall de pa­re­des es­tu­ca­das, ha­cia el pa­tio chi­co, to­da­vía que­da­ban al­gu­nas pla­cas que re­fle­ja­ban el sen­ti­do de per­te­nen­cia, el amor que sus alum­nos le te­nían y le tie­nen aún, hoy mis­mo, al Co­le­gio, al Ma­ria­no Mo­re­no, al Bel­gra­no.
 
La puer­ta de los sue­ños
 
Al fi­nal del hall de en­tra­da, una puer­ta de hie­rro for­ja­do, que se­gu­ra­men­te abrió los sue­ños de Juan y de Car­los y del cuer­po do­cen­te de la épo­ca pa­ra vi­sio­nar lo que hoy te­ne­mos… 
Mu­chas co­sas que­da­ban, mu­chas co­sas que­dan. Y aho­ra que la su­pues­ta “mo­der­ni­dad” ame­na­za arra­sar, me pre­gun­to ¿qué sen­ti­rían los fun­da­do­res del Mo­re­no y del Bel­gra­no, Don Juan, Do­ña Gi­na, el pro­fe­sor Car­los y Don Al­do, quien tan­to apos­tó pa­ra que es­te co­le­gio per­ma­ne­cie­ra en el tiem­po, al pun­to tal de des­po­jar­se del ca­pi­tal que te­nía en Bue­nos Ai­res pa­ra in­ver­tir­lo en la edu­ca­ción de mi­les de jó­ve­nes? ¡Qué ac­to de amor al pró­ji­mo, de dar sin es­pe­rar!
Por aquí, más o me­nos, ter­mi­na­ba mi pri­mer es­cri­to, ha­ce ya unos años.
Que­ri­dos vi­lla­ma­rien­ses, les di­go que el Ma­ria­no Mo­re­no, el Bel­gra­no pal­pi­tan en nues­tros co­ra­zo­nes y tam­bién en el de la ciu­dad. No de­je­mos que arra­sen con nues­tro Pa­tri­mo­nio Ar­qui­tec­tó­ni­co e His­tó­ri­co. 
 
Al pro­pie­ta­rio
 
Y a us­ted, doc­tor, le co­men­to lo que ya ima­gi­na­rá: a mi jui­cio es una ver­da­de­ra atro­ci­dad que­rer de­rri­bar la pro­pie­dad que hoy le­gal­men­te le per­te­ne­ce. 
Ha­ce unos me­ses, cuan­do me en­te­ré de la ven­ta efec­ti­va de la pro­pie­dad, un sen­ti­mien­to muy fuer­te me apre­tó el co­ra­zón. Más aún cuan­do su­pe del de­seo de us­te­des de mo­di­fi­car la fa­cha­da to­tal­men­te o de de­mo­ler­la. 
La ver­dad es que du­ran­te cua­tro o cin­co no­ches me des­per­té pen­san­do en qué po­dría ha­cer. Y en ese mar de du­das ­de­ci­dí ini­ciar la lu­cha pa­ra que la Ca­so­na del Co­le­gio Ma­ria­no Mo­re­no no se mo­di­fi­que y so­la­men­te se res­tau­ren la fa­cha­da y el in­te­rior. 
Le di­go y se irá en­te­ran­do de que no es­toy so­lo en es­te nue­vo sue­ño que na­ce de esos mis­mos la­dri­llos.
Por úl­ti­mo, es mi de­seo ha­cer­le sa­ber que el De­cre­to Nú­me­ro 418 del De­par­ta­men­to Eje­cu­ti­vo Mu­ni­ci­pal, en cum­pli­mien­to con la Or­de­nan­za nú­me­ro 2.144, de­cla­ra “de In­te­rés His­tó­ri­co y Ar­qui­tec­tó­ni­co de la Ciu­dad” en su ar­tí­cu­lo 1 in­ci­so 2 al Co­le­gio Ma­ria­no Mo­re­no, ha­cien­do re­fe­ren­cia mi­nu­cio­sa­men­te a “es­qui­na sin ocha­va y des­ta­ca­do pa­tio in­te­rior”, ubi­ca­do en Co­rrien­tes 698. 
Y le repaso tam­bién el texto de la vi­gen­te la Or­de­nan­za Mu­ni­ci­pal 2.144 de fe­cha 22 de agos­to de 1995, que es­ta­ble­ce en su ar­tí­cu­lo 2 que el Edi­fi­cio De­cla­ra­do de In­te­rés Pú­bli­co Mu­ni­ci­pal no po­drá ser demolido o sufrir modificaciones en su fachada o estructura de frente, que no sean las de con­ser­va­ción o re­mo­de­la­ción sin perder su aspecto original.
 
Agus­tín Tur­let­ti,
exa­lum­no
 
Fotografías: 1) Imágenes del interior del edificio, que hoy se encuentra prácticamente en ruinas
2) Escolares en las puertas del establecimiento educativo

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