En Tilcara sí que saben divertirse. No en vano el municipio jujeño es epicentro de dos de las celebraciones más importantes del norte argentino: el Enero Tilcareño y el Carnaval de Humahuaca. Fiestas que reúnen a la población durante varios días de intenso jolgorio, mandando los índices de ausentismo laboral a niveles estratosféricos.
Todo comienza a principios de año, cuando el Enero Tilcareño llena las calles de bandas de música autóctona, tambores, trompetas, bailarines, carnavalitos, chayadas y copladas. Como que Mozart y Vivaldi no encajan mucho. Quienes sí lo hacen son los miles y miles de jóvenes de todo el país (aunque principalmente de Tucumán y Salta), llegados a la plenitud de la Quebrada de Humahuaca para divertirse a lo grande. Y eso significa beber, y mucho. De ahí que la mayoría de las viejas se desayunen con el cantero plagado de borrachos durmientes.
Después, en febrero, aterriza el Carnaval de Humahuaca. Verdadero plato fuerte del verano, tiene lugar en todos los pueblos de la Quebrada, pero es en Tilcara donde reúne más gente. Se trata de una celebración introducida por los españoles, pero adaptada a las creencias indígenas. Como aquella de que “eso de la cuaresma y la Semana Santa es medio chamuyo”, esbozada por el cacique Herejejey.
Los festejos duran ocho días: desde el desentierro del diablo en las laderas del cerro hasta su nuevo entierro. En el medio, hay desfiles espontáneos con máscaras y coloridos trajes, baños de harina, talco y albahaca, bandas sonando permanentemente y claro, mares de bebida (la chicha como favorita), para quedar bien pero bien conectado con la pachamama. Mientras no se olviden al diablo en alguna barra, está todo okey.