Por Pepo Garay

      Especial para EL DIARIO

 

Cuando uno entra a Florianópolis, se encuentra con una ciudad amena y movida, llena de pinceladas de arquitectura colonial, vistas al mar y medio millón de habitantes que disfruta el vivir en una de las urbes con mejor calidad de vida de todo Brasil. Sin embargo, lo realmente atractivo lo guarda en el patio: un mundo de 42 playas con nombre y apellido (más de 100 si se cuentan las “anónimas”), que se desparraman entre morros preñados de verde, lagunas y un Océano Atlántico siempre listo para invadirnos de placer. 

Aquellos sortilegios forman parte de la Isla de Santa Catarina, archipiélago que promedia los 50 kilómetros de largo y los 20 de ancho, y que se comunica al continente a través de tres puentes. “Floripa” (como le dicen los locales) es la puerta de entrada al tesoro,  al que ha arropado con su propio nombre. Con la asociación, se hizo acreedora de los paisajes más espectaculares del sur del vecino país.  

 

Balnearios de norte a sur

Al ir cruzando hacia la isla, el viajero divisa el imponente Puente Hercílio Luz, uno de los íconos arquitectónicos de la zona. Buena carta de bienvenida, que se potencia apenas arribado a Beira Mar, avenida y paseo repleto de palmeras, con vistas al agua y al continente. El resto del mapa urbano canta de la mano de espacios emblemáticos como el Palacio Cruz e Souza (Siglo XVIII), el Forte Santana, la Catedral Metropolitana, la plaza XV de Novembro y el Mercado Público (fines del Siglo XIX). Hay color y buen ánimo en el ir y venir de la población, que es predominantemente blanca y no excesivamente efusiva, apenas dos de los muchos aspectos que la diferencia con el Brasil “tradicional” de las regiones más nórdicas. 

Con todo, la principal virtud de Florianópolis está en ser un excelente centro de operaciones para recorrer las verdaderas joyas del Estado de Santa Catarina. Es la arena la que llama, y para llegar a ella la ciudad dispone de un solvente sistema de buses. Las playas están dispuestas en todo el territorio y divididas por sectores. 

El norte, por ejemplo, ofrece balnearios con mucho movimiento y cantidad de hoteles, restaurantes, bares y discotecas. Los más conocidos son Canasvieiras e Ingleses (favoritos de los argentinos, y los de mejor infraestructura turística), y Jureré Internacional (el preferido de las clases altas y el jet set).  Mucho menos desarrollado es el sur, cuyas estrellas resultan los tranquilos pueblos pesqueros de Pantano do Sul y Campeche, y la Ilha do Campeche, dueña de un inigualable mar turquesa.  

Otros atractivos naturales de peso están en el centro-oeste, comarca que corporiza un buen compendio de todo lo que convida la isla. Son los morros y su denso follaje los que dominan, dando lugar a las famosas “trilhas”, senderos que conectan las playas a través de la vegetación y espectaculares postales marítimas. Así, por caso, es posible llegar a pie desde Joaquina hasta Mole, dos de las mejores representantes del movimiento surfista de Floripa y unas de las mecas de este deporte en Sudamérica.  

Cerca de allí aparece la bellísima Lagoa de Conceicao, laguna vigilada por colinas que se ubican muy cerquita del océano y que es usualmente escogida por los jóvenes. Ya de cara a las olas está Barra da Lagoa, aldea de pescadores devenida en balneario que linda con Mozambique,  la playa más extensa de Santa Catarina (15 kilómetros). 

Sea aquí, o en cualquier otro punto geográfico de Florianópolis, los días repletos de sol pueden acompañarse de paseos en barco, buceo, mountain bike, surf, canotaje, windsurf, vóley, picadito en la arena o simplemente de la charla con la naturaleza. La pluralidad de opciones que presenta la isla deja lugar para todo.