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24 de Noviembre de 2013
Cultura n Coleccionable Transitando los caminos de la historia
Recuerdos de una maestra rural
NOTA Nº 353, escribe Jesús Chirino
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Nuestra ciudad tiene una larga tradición en la formación
de maestros. No resulta extraño encontrar en diferentes
puntos del país docentes egresados de alguna institución
villamariense. Nuestros educadores han desarrollado
sus tareas en los más diversos contextos. Quizás una de
las experiencias más enriquecedoras se da en las
escuelas rurales. Aquí, apelamos a los recuerdos de
una maestra que nos cuenta algo de cuando ella
ejerció como maestra rural.
 
Escuela de la ciudad
Nos encontramos con María Elva Tissera de Alcaraz, más conocida como Mariel Alcaraz, en una de la sala del edificio donde funcionó la Escuela Nacional N° 62. A ese mismo lugar llegó al inicio de los años 60. Entonces, era una joven recién recibida y llegó para ejercer por primera vez la docencia. Se trataba de una suplencia de ocho días en las mismas salas donde actualmente se encuentra el Archivo Histórico Municipal. Mariel, nacida en un campo cerca de la localidad de Carrilobo, realizó sus estudios de Nivel Primario y Medio en el Instituto San Antonio de Villa María. Allí, al terminar sus estudios secundarios en 1957, recibió el título de maestra normal nacional. Luego estudió en el Instituto del Rosario el profesorado para dictar clases en el Jardín de Infantes, titulándose en 1960. 
Como la gran mayoría de los docentes de Nivel Primario que inician su vida laboral, por un tiempo cubrió suplencias en diferentes escuelas. De “la 62” pasó a tomar una licencia en la Escuela Nacional N° 296 “Nicolás Avellaneda”, ubicada en barrio San Martín sobre la calle Buenos Aires. Por entonces también había realizado un curso de radiología y sabían ser requeridos sus servicios técnicos en ese campo. 
 
La Herradura
Luego de ejercer en “la 296” donde han trabajado tantas docentes, entre ellas su prima Azucena Tissera, pasó a ser maestra rural en la escuela primaria del paraje La Herradura, que por entonces dirigía el maestro Raúl Torriglia. Mariel fue a esa institución en calidad de docente suplente y por un par de años fue la señorita de primer grado. 
Los recuerdos de aquel tiempo le vienen cargados de nombres, tanto de alumnos de esa zona rural como de sus compañeras docentes. Entre éstas menciona a Esledis Santiano, Elda Minin de Hipólito y Nené Leomine de Piñeiro, que luego sucedió a Torriglia en la dirección de aquella escuela, entonces dependiente del Ministerio de Educación de la Nación. Todas estas trabajadoras de la educación eran de Villa María. En cada día laborable, a la claridad de las primeras luces de la mañana se le sumaba el impoluto blanco de los delantales de las señoritas que iban hacia la terminal de ómnibus, entonces situada en la primer cuadra de la calle Alem, “por donde está el supermercado”, precisa Mariel. En su caso, se levantaba a las cinco de la mañana. El transporte motorizado las trasladaba hasta la altura de Cárcano. Allí les esperaba una vecina de la escuela en una volanta con dos caballos. “Cada semana, una de las maestras debíamos manejar”. Dos docentes iban en el asiento delantero, una con las riendas en la mano y la otra acompañando a la conductora, “los demás iba en los asiento de la parte trasera”. “En esos viajes desarrollábamos grandes vínculos. Allí las calles son bien de norte a sur, así que sufríamos los vientos que levantaban mucha tierra”. Mariel recuerda numerosas anécdotas de ese tiempo. Entre los avatares que sufrían aquellas trabajadoras de la educación rural recuerda un día en que, luego de la jornada escolar, salieron con la volanta hacía la ruta. La oscura tormenta ya rumoreaba en el cielo, el viento corría por los caminos del campo. Caían gotas cuando una maestra tomó las riendas y enfrentaron lo que fue transformándose en un importante temporal. La lluvia comenzó a castigarlas de frente, cada vez el viento se embravecía más. Llegó el momento en que se hizo claro que no podrían aguantar más lluvia golpeándole la cara. Decidieron regresar a la escuela, pero el camino era angosto y no podrían dar la vuelta con la volanta. Mariel, nacida en el campo de su familia, se bajó del vehículo, tomó los caballos de sus frenos y maniobró hasta poder poner la volanta de regreso al edificio escolar. “Volvimos hechas sopa, todas”, recuerda Mariel que también cuenta que las tareas “coprogramáticas (sic)”, que las llevaba a dictar cuestiones artísticas, hacían que se pasaran mañana y tarde en la escuela. En los días secos y de viento “se levantaba tanto polvo de tierra, que regresábamos con la boca y nariz tapada con pañuelos... parecía que estuviéramos jugando a los cowboys”.
 La maestra recuerda a sus alumnos, habla de esos chicos “sencillos, humildes, maravillosos. Sus familias eran muy colaboradoras, siempre estaban ayudando. Incluso recuerdo un comisario que había en el paraje que solía colaborar con la escuela. Ese policía luego lo supe encontrar trabajando en Villa Nueva”. Mariel levanta la cabeza, concentrada en sus recuerdos, parece buscar la puerta de la escuela con su mirada y ver llegar aquellos niños en “bicicleta, sulky o montados en caballos”.
 
Ana Zumarán
Después de terminar su suplencia en La Herradura, Mariel pasó a cubrir otro cargo en la pequeña localidad de Ana Zumarán. Allí se desempeñó como maestra de multigrado, tenía a su cargo primero, primero superior y segundo grado. “Con la otra maestra viajábamos los lunes y regresábamos los viernes. Nos íbamos en colectivo, pero algunas veces en el tren de carga que entonces circulaba. Cuando llovía, como teníamos problemas para ir, el camino era de tierra, todos sabían que ese día daríamos clase a la tarde”. La otra maestra era la directora, de apellido Buenaventura, “una puntana de San Luis que muchos años después fui a visitar en su provincia. Teníamos un gran vínculo. Cuando llegué me dijo que no le gustaba lavar los platos, pero sí cocinar, entonces así nos dividimos las tareas de la casa”. Pronto se sumaría a la vida comunitaria: “Participábamos de carneadas. También fui madrina de confirmación de varios alumnos. Entre ellas, recuerdo a María Casales...”. Sigue nombrando familias del lugar, muchas de las cuales sus hijos iban a la escuelita: “Borzatto, Roveres, Fernández, Pintado... A Eduardo Pintado -ex alumno- lo encontré hace unos años en su consultorio oftalmológico, nos dio alegría vernos. Me decía: ‘señorita Mariel, he estado con grandes profesionales del mundo, pero siempre recuerdo lo que aprendí con usted...’”. Otro nombre que surge de la gente de la zona es el de “Dante Carranza. También los Pérez, eran cuatro hermanos, dos están en Villa María. Toda buena gente”.
 De Ana Zumarán recuerda que estaba allí de maestra cuando hicieron la Iglesia del lugar. También en la escuela escucharon por radio la impactante noticia “del asesinato de John F. Kennedy en 1963 (el 22 de noviembre)”. Luego de decir eso, murmura: “Compartíamos tantas cosas, la vida...”. Y así es, las maestras rurales en escuelas de campo o las de pequeñas poblaciones enfrentan muchas cosas, acompañándose entre ellas o con los alumnos y sus familias. En esos lugares, la escuela es un importante espacio de encuentro de la gente del lugar. Que estos recuerdos de Mariel sirvan para recordar el gran trabajo de los docentes rurales.

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