En una ciudad próspera como Villa María, a metros del Palacio Municipal y a pasos del centro comercial, Lucrecia Daura lucha cada día para ver cómo alimenta a sus dos hijos, uno de 3 años y otro de 11 meses.

Esta jovencita de 20 años, carácter firme y decidida a salir adelante, decidió venirse de su Ballester natal (Buenos Aires, partido de San Martín) a Villa María, de donde es oriundo el padre de los niños, Jonathan Fuentes (24).

Pese a todas las adversidades, el ingreso que conseguía Jonathan con trabajos informales en albañilería, permitía, al menos, comprar los alimentos básicos para la familia.

Sin embargo, meses atrás, Jonathan cayó del techo del complejo de habitaciones donde viven y se quebró una pierna. En el Hospital Pasteur lo operaron, y después de cuatro días le dieron el alta. "Te aseguro que tenía un hueco en la pierna y el hueso afuera, pero me dijeron que no podían conseguir los clavos que tenían que ponerle", dijo Lucrecia, quien decidió alzar la voz para que escuchen su pedido.

"Estuvo cuatro meses así, hasta que el padre de él, le pudo comprar los clavos que salían 7.800 pesos. Mi suegro nos ayuda pagándonos los 900 pesos de alquiler de la pieza en la que vivimos, no podemos pedirle más", dijo, en referencia al progenitor de su compañero, quien es empleado metalúrgico en la provincia de Buenos Aires.

Así, con los clavos que le devolvieron la esperanza de que no quede dañada la pierna, está el padre de familia, quien tiene seis meses de inmovilización (sólo puede ir al médico) y a partir de allí, empezar la rehabilitación. "¿Me pueden decir mientras tanto cómo vivimos?", preguntó Lucrecia, cansada ya de golpear todas las puertas.

"En la Municipalidad me dijeron que no me podían ayudar porque no tenía domicilio en Villa María, hice el cambio, pero ahora, hace dos o tres semanas que me dicen que no tienen los bonos con los que compramos mercadería", dijo.

"En realidad, yo voy a pedir esos bonos o alguna ayuda, porque no tenemos nada. Pero yo no quiero que me mantengan, quiero trabajar", dijo.

Asegura que tiene quién le cuide los niños y que estaría dispuesta a desempeñarse en cualquier trabajo honesto.

 

Vidas difíciles

 

Lucrecia quedó embarazada muy joven, no terminó los estudios secundarios y se dedicó a cuidar al pequeño recién nacido. Sabía que en su casa materna de Buenos Aires no le faltaba nada material, pero su mamá, que es adicta, hacía imposible que ese espacio se convirtiera en un hogar para el niño. "Mi marido también consumía drogas y me quise venir a Villa María, porque acá es distinto. En Buenos Aires la tenés en la puerta de la casa. Acá es otra cosa y realmente puedo ver cómo él ha cambiado", dijo.

Rodeada de la problemática de las adicciones, Lucrecia sabe que no quiere iniciar ese camino. "Yo lo viví como hija, no quiero que mis hijos pasen por lo mismo", asegura.

Así fue que llegó cargada de esperanzas a esta ciudad, para iniciar una nueva vida, pero la caída desde el techo que sufrió su compañero complicó todo, porque ya no tienen garantizado el sustento diario. Cabe señalar que Jonathan tiene experiencia en empresas metalúrgicas, bobinado de motores, pintura de bicicletas y albañilería.

Viven en la calle Hipólito Yrigoyen 263, en el centro de la ciudad, donde hay un complejo de 15 habitaciones. Dos, cuentan con baño privado y para el resto, hay otros dos baños de uso común. "La verdad, es muy sucio. Hay un patio donde se acumula basura y nos encontramos con todo tipo de problemas por la falta de higiene del entorno", relató.

Desde que está en Villa María, vivió con sus cuñadas en el barrio San Justo y en Los Olmos. "Ese barrio -Los Olmos- se parece un poco a lo que vivimos en Buenos Aires, porque circula más la droga, en el resto de los lugares donde vivimos no", lamentó.

Espera salir adelante con la fuerza de su carácter y la decisión firme de que sus hijos tengan un hogar. Pero para salir de este mal momento, requieren de la ayuda solidaria.

Quien quiera colaborar puede llevar su aporte a la dirección del matrimonio o comunicarse al teléfono 0353-155623322.

Ellos sólo tienen una cama grande y un colchón que tiran al suelo para que duerman los dos niños. No tienen heladera, mesa, sillas, cocina ni alimentos básicos para garantizar la subsistencia.

Seguro que al conocerse su historia, los villamarienses podrán demostrar que la ciudad no sólo es próspera por su crecimiento económico o por la belleza de sus espacios, sino que, fundamentalmente, por la calidad de la gente que la habita, que no es indiferente a las necesidades del prójimo.