Escribe: Jesús Chirino
Entrevistamos a una militante peronista. Nos contó innumerables recuerdos de su paso por la política. Sin ser la historia que se cuenta desde los centros de poder, o quizás por ello, se trata de un relato de gran importancia. Aquí reproducimos parte de lo narrado por esta vecina villamariense.
Calle Mendoza
En la escena estaban dos policías apostados cerca de un almacén ubicado sobre la calle Mariano Moreno, en la cuadra del 200. Ya no encontraban posición, llevaban horas en el lugar. Por entonces todos los días, durante las 24 horas, dos agentes vigilaban la casa de Amadeo Sabattini. No eran tiempos fáciles para el líder radical, que vivía en Villa María.
Una jovencita venida desde la localidad de Hernando se había establecido a vivir en la calle Mendoza, a media cuadra de donde los uniformados cumplían su tarea. La sensible mujer solía acercarse con un termo y les daba algo para tomar. Una noche volvió a repetir ese gesto, pero aquella vez fue diferente, los hombres le contaron un secreto: “No diga nada, Elvira, pero mañana a la madrugada por calle Mendoza pasará el General”. Se refería a otro líder nacional, Juan Domingo Perón.
Apretando el secreto contra el pecho para que su acelerado corazón no le hiciera gritar la novedad, la joven Elvira Montenegro Caballero volvió a su casa a prepararse para verlo pasar a Perón. Gran parte de la ciudad dormía cuando, junto a su esposo, vieron llegar los automóviles de la comitiva.
Sentada en su casa de barrio Sarmiento, “una casa del Plan Eva Perón”, nos dice que ella saludaba a la vez que se tomaba la blusa haciendo un gesto para referir a los descamisados. Le gesticulaba a un vehículo y a otro, pero no lograba ver a Perón. “Hasta que en medio de todos los otros autos venía Perón, sentado en la parte trasera con sus perritos”. Es inimaginable la emoción que sintió Elvira, aún la revive y puede vérsele en el brillo de sus ojos. “Sacó la mano y pude tomársela, le dije ‘Querido mío’”. Fue sólo un instante, pero de esos que marcan la vida. Había tenido un contacto con su líder político, aunque para entonces aún no militaba.
Así no vence Cristo
En su actual domicilio Elvira nos dice que llegó “a la política en la época de la resistencia peronista. Aquí, en esta casa, se juntaban varios de los amigos de mi marido, trabajadores de distintos lugares. Yo no participaba porque tenía miedo. Esto fue a principio del 56”.
Se queda algo pensativa y recuerda los tiempos del golpe de estado de 1955, “cuando estalló la revolución me revelé y salí a escribir en las paredes. Estaba enojada con los curas porque yo había visto salir mucha gente de Acción Católica con pancartas que decían ‘Cristo venció’. Entonces me revelé por eso”.
Pasa a contarnos otra importante escena de su vida. Dice que teniendo 29 años la operaron en la clínica del profesor Hernández: “La señora que estaba allí era la que limpiaba la iglesia y me dijo que iba a pasar el sacerdote para que tomáramos la hostia, porque era Pascua”. Cuando el cura entró a la habitación, Elvira le dijo: “Padre, no me voy a confesar. No quiero cometer un pecado faltando a la verdad porque yo tengo un sentimiento que me quedó aquí -se señala el pecho- doliendo hasta ahora. Quisiera saber por qué dicen... Yo quisiera que usted me explique qué tenía que ver Cristo con toda la mortandad que hubo de tanta gente. Cristo, no creo que haya vencido matando gente”. Aquella vez, rememora, el cura le respondió: “Póngase bien, quédese tranquilita, voy a rezar mucho para que se ponga bien pronto y después quisiera que nos juntemos para hablar así yo le explico”; pero nunca más hablaron y Elvira cierra el tema diciendo: “Pero yo sigo muy creyente en Dios”.
Las misioneras
Regresando a los inicios de su militancia política, nos cuenta que “un día, María Cristina Jiménez de Medina le dijo a mi marido que quería conocerme”. Jiménez fue “la primera mujer senadora por el Departamento San Martín... que duró poco, se la llevaron, pero salió en el 56. La tuvieron poco, a la hija la tuvieron mucho más en Córdoba”. No conocía personalmente a la entonces exlegisladora que un día llegó a su casa y, dice la entrevistada, “sin darme cuenta, de ser ama de casa, de no saber nada de Ciencias Políticas y esas cosas”, pasó a militar. Elvira recuerda parte del diálogo tenido aquella vez: “Ella me dijo lo importante de que participaran las mujeres. Yo le dije de los riesgos. ‘No’, me dijo, ‘nosotras no vamos a entrar en la política, vamos a entrar como obra social, vamos a hacer obra social’. Acepté”, y quedó encargada de hacer una reunión en su casa. Primero sale a buscar mujeres para aquella primera reunión. Algunas puertas se abrían, otras no tanto, era difícil. “Algunos tenían miedo, como teníamos todos. Pude convocar a cuatro o cinco vecinas diciéndoles que íbamos a hacer obra social, trabajar para ayudar a la gente carenciada, eso les entusiasmó”. Se hizo la reunión, asistió Jiménez y se acordó una próxima en su casa en Villa Nueva, frente a la plaza central. Y en ese lugar fueron muchas más, Elvira refuerza: “Ella fue realmente la fundadora de ‘Las Misioneras de Eva Perón’, como nos pusimos nosotras. A partir de ahí planeamos salir a caminar los barrios, golpear las puertas, a pedir lo que tuvieran para poder ayudar a los más carenciados. Tuvimos eco, nos daban cosas, nos poníamos a trabajar, las arreglábamos y de ahí pasamos a los barrios, hemos recorrido todos. Barrios muy carenciados”.
Está sentada en un sillón de madera con muñidos almohadones, pero su mirada se levanta y da la sensación de que está caminando por las barrosas calles de algún barrio villamariense. En su cara se refleja la alegría de saber que si bien no hacían una revolución, sí llegaban a los más necesitados. Dice: “Y bueno, usted sabe, cuando uno da algo y ve la alegría del que recibe, a uno también le llega al corazón y se pone tan contento. Y les entusiasmamos para abrir unidades básicas en esas casitas recarenciadas. También se entusiasmaron tanto como nosotros, les llegaba al corazón la alegría de poder darles a otros que más necesitaban. Y así fuimos arando caminos y, le garantizo yo, en todos los barrios y en esos alejados y carenciados, sin desmerecer la humildad, créame que eran una cañonera porque éramos bravas, porfiadas en que íbamos a enfrentar los peligros, comprometidas a seguir el camino que marcó Eva Perón”.
Mira por la ventana y murmura: “Aquí enfrente había una unidad básica”, en la casa de Lidia Zárate de Blanco. Le pedimos que nombre a sus compañeras de las misioneras, responde que tiene miedo de olvidarse de algunos nombres, pero que habla en nombre de ellas, que todas fueron importantes y que a todas las lleva en el corazón. “De pronto nos dimos cuenta de que no sólo sabíamos lavar platos y cuidar chicos, sino que estábamos en otra cosa y que era tan importante, no obstante, los peligros que corríamos... Nosotras abrimos en plena resistencia una brecha donde luego tuvieron cabida y empezaron a parecer los que tenían intereses políticos. Así fue que, por ejemplo, se nos fueron sumando los hombres, por cuidarnos. Hacíamos mesas servidas par rifar, nos parábamos en la esquina de la plaza con un pollo, una botella de vino y juntábamos fondos. Pudimos hacer muchas cosas, pagar medicamentos, pasajes para enfermos, compramos lentes, llevarles comida y ropa. Llevamos ropa buena, comprábamos y las que nos regalaban la llevamos bien acondicionada. Después dábamos pan dulce y sidra…”.
A sus 85 años Elvira recuerda esa época, en la cual la cultura patriarcal tenía otra fuerza y le asignaba a la mujer un papel muy distinto al actual y pensando en lo que hacía, dice: “Nos sentíamos tan importantes. Yo estoy hablando en nombre de todas esas mujeres”. Y hasta cuando llegaron las misioneras, preguntamos. Nos dice: “Estuvimos trabajando, hasta que tuvieron intervención los políticos”. Hablamos de muchas otras circunstancias de su militancia por el peronismo y sus ideas, de las que en otra oportunidad nos haremos eco en este espacio. Por último, charlamos acerca de un demorado proyecto en el Concejo Deliberante de la ciudad que pretende crear la plaza de la militancia. Un espacio donde todas las organizaciones políticas, gremiales y sociales podrían hacer público el reconocimiento a sus militantes. No sería mala idea aprobarlo en conmemoración de los 30 años de democracia, la cual no podría haberse construido sin el esfuerzo de los militantes.