Por El Peregrino Impertinente
Se conoce como sijs a los miembros de la comunidad más numerosa del Punyabi, sub estado del noroeste de India. Una megatribu compuesta por alrededor de 20 millones de personas, cuyo nombre provendría del espíritu afable, optimista y sumamente afirmativo de sus integrantes. Nada que ver con sus odiados archienemigos, los nojs. De fuertes creencias religiosas, la colectividad sigue los preceptos inculcados por el Gurú Nanak, quien fundó la doctrina Sij a fines del Siglo XV. “No desearás a la pareja de tu prójimo ni tendrás deseos sexuales indebidos. No defraudarás a tus progenitores y seguirás sus lineamientos al pie de la letra. Tampoco fumarás, ni tomarás bebidas alcohólicas, ni harás el trencito en las fiestas de 15”, fueron las palabras de Nanak durante el acto de lanzamiento de la nueva fe. El discurso provocó la huida de la mitad de los pobladores del Punyabi, quienes se marcharían hacia tierras árabes en busca de una sociedad mucho más tolerante y progresista.
Con todo, lo que realmente hace famosos a los sijs alrededor del mundo es su apariencia física y su atuendo. Hablamos fundamentalmente de los hombres, quienes llevan la barba larga y abultada y la cabeza envuelta en enormes turbantes de colores. En los aeropuertos nunca falta el que se los queda mirando incrédulo y les pregunta qué es lo que esconden bajo el traperío. Los aludidos responden con el alma impoluta y la conciencia en nirvana: “Amor a Dios, respeto por los seres vivos, fe en la vida eterna y 90 mil francos suizos para comprarnos un yate”. Hoy por hoy, los sijs viven en los cinco continentes. Manejan taxis en Nueva York, atienden locutorios en París y venden comida en Tokio. Argentina ni pisan: para quilombos, ya tienen la India.