Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
El Camino de los Siete Lagos es uno de los mejores resúmenes de toda la belleza que la Patagonia tiene para ofrecer. En el suroeste de la provincia de Neuquén, conecta las localidad de San Martín de los Andes con Villa La Angostura, en 110 kilómetros de paisajes que dan sentido al termino contemplar. Subidas y bajadas a través de la asfaltada ruta nacional 234 descubren los espejos de agua que ponen nombre al circuito: Lacar, Machónico, Falkner, Villarino, Escondido, Correntoso y Espejo. En el final se suma el Nahuel Huapi y en las adyacencias de la carretera principal, otros que poco tienen que envidiar a sus vecinos. Todo abrazado por gigantescos cerros, tupidos bosques y cristalinos ríos y arroyos que unen los espacios permitiendo la maravilla. La pureza del ambiente y la sabia mapuche que queda, hacen el resto.
De norte a sur
Realizaremos la ruta de norte a sur, partiendo desde San Martín de los Andes. Cientos de miles de cipreses sirven de laderos del Lacar, lago que marca el inicio del recorrido y que es uno de los referentes del Parque Nacional Lanín. Tras un puñado de kilómetros escalando por la orilla, el Balneario Catitre brinda la primera oportunidad para gozar del chapuzón. También de conocer el día a día de las comunidades mapuches que habitan la zona, varias de ellas a cargo de campings y otros emprendimientos similares. De los rostros indígenas sale simpatía y las tristes historias que humillaron a su raza a lo largo de siglos de conquista blanca. Hoy su realidad es bastante más digna que ayer, pero aún sigue repleta de vergüenzas.
De frente está el Cerro Chapelco (2.400 metros de altura sobre el nivel del mar) y en la continuidad de la cadena varios colosos más, que se aprecian bien desde el mirador del Arroyo Partido. Bosques de roble pellín decoran el entorno, a medida que el Lago Machónico hace su aparición. Cerca, pero tomando rumbo este, reside el Meliquina. Para llegar a él hay que desviarse algunos kilómetros de la ruta. Lo mismo ocurre, más adelante, con el Hermoso, el Traful y el Espejo Chico, los otros famosos no inscriptos en la lista “oficial” del Camino de los Siete Lagos.
Ahora, el asfalto desciende. Estamos prácticamente en el meridiano del viaje, ingresando a los dominios del Parque Nacional Nahuel Huapi y agradeciendo la presencia de la Cascada Vulignanco y los cerros Ezpeleta (2.130 metros) y Buque (1.950). Este último nos sirve de referencia en la ventana izquierda, cuando todo sube de vuelta. El arribo al lago Falkner es inminente. Es justamente en las costas de esta joya natural que aprovechamos para rendirle homenaje al camping, sinónimo del camino. Dispersos a lo largo de la travesía, representan parte importante de su espíritu. Fogón, aroma a verde y cielo inmenso patrocinan la noche. Al día siguiente, el Falkner nos despierta con playa y el Cerro Buque coronando el agua desde la altura en roca. Extraña y rústica su figura. Cóndores revoloteando la inmensidad. Patagonia al mil por cien.
Un río enlaza al lago con el Villarino, bastante menos espectacular que su inmediato vecino. Ahí nomás brota el pequeño Lago Escondido, de aguas color verde y coihues haciéndole los bosques. Después, ignoramos el desvío que va a la preciosa Villa Traful y continuamos con destino al sur, hacia el desenlace.
Los últimos tres
A diez kilómetros para el final quien dice presente es el Lago Correntoso, grande del circuito junto con el Lacar y el Espejo, el último de la fila. Eso siempre y cuando no contemos al descomunal Nahuel Huapi, que pone cara de octavo en el prólogo de Villa La Angostura. Mucha más huella de civilización a medida que entramos a la coqueta localidad. Incomparables siguen siendo los paisajes, las tonalidades de las laderas, el hechizo del agua.