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3 de Diciembre de 2013
Día del Médico - Imagenes en la memoria - Florencio Escardó
Afecto, la mejor vitamina
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Florencio Escardó

Florencio Escardó fue un hombre comprometido emocionalmente con aquello que creyó justo.
Fue un intelectual implicado con la medicina sanitaria, la política, la educación; con todo aquello en que la voz del hombre estuviese involucrada con su impronta humana, como sinónimo de perfección moral.
Y sobre todo fue pediatra, no un médico de niños. Pediatra, como le gustaba que lo llamasen y lo recordasen en la posteridad, pues, decía, la Pediatría es la medicina del hombre y “le incumbe todo lo que a cuidado y encauce físico se refiere (alimentación, higiene) y todo lo que a cuidado y encauce psicosocial se refiere (regulación afectiva de la vida familiar)”.
La sala Nº 17 del Hospital de Niños Doctor Ricardo Gutiérrez, en la que Escardó desarrolló las grandes innovaciones de la Pediatría en la Argentina, sería recordada como el epicentro de la medicina humanizada. Fue allí donde, por primera vez, las madres de bajos recursos se internaban junto con sus hijos para que la recuperación del niño no fuese traumática.
Perteneció a esa generación argentina que fue dominada por la mano de hierro de la llamada República Conservadora, con su modelo agroexportador que alimentaba con granos y carnes a una Europa preocupada por la producción a destajo de bienes y servicios.
Por aquellos años, Escardó comenzó a fermentar en su interior un rechazo total hacia la ortodoxia médica tal cual estaba planteada, tanto en ámbitos asistenciales como en académicos.
Para él las enseñanzas en la facultad “no tenían mucho que ver con el caso clínico y con el niño singular que me querían mostrar en las clases. Los libros de Pediatría, aun los más afamados, me parecieron de pronto tan chirriantes y obsoletos como los tranvías, sentí que algo sonaba a hueco, pero no sabía bien qué y empecé a experimentar algo así como un sacro horror a los cazadores de premios, a los coleccionistas de certificados de cursos consistentes en ringleras de disertaciones preparadas el día anterior. Percibí en la vida académica un proceso inflacionario como en la moneda y sin pausa, pero con prisa me fui alejando de un mundo cultural que ya no tenía nada que ver conmigo”.  
Fue entonces que Florencio se sintió solo, ¿acaso como un hijo bastardo de las ciencias médicas? Para él la llamada medicina del niño era una medicina infantil, donde el lugar que la madre del paciente ocupaba era la planicie de un terreno sinuoso y molesto; no de alguien que podía formar parte del equipo de agente de curación para transitar, con capacitación mediante, el espacio de la asistencia afectiva.
El país había tenido grandes pediatras, pero no una Pediatría argentina; pues, los libros y tratados que informaron a grandes generaciones de estudiantes fueron meras adaptaciones de los temas europeos y norteamericanos. Es aquí donde yace la verdadera concepción de su doctrina, “el niño pertenece vitalmente a la Antropología y la Sociología”. Lo que para Florencio Escardó se llamaba Pediatría era, en el concepto habitual, exclusivamente la clínica pediátrica que estaba comprendida en el muy reducido aporte de la medicina al estudio del niño enfermo. Por lo tanto, debió redefinir la Pediatría de cabo a rabo, es decir, entender la premisa de quien al hacerse cargo de un niño enfermo debiese ser también el médico del grupo familiar.
Escardó había alcanzado la comprensión de que la familia se enferma en conjunto como estructura biológica y que, sin excepción alguna, la enfermedad del niño es un desequilibrio total que radica en su grupo primario. Si el puente que relaciona al niño con su grupo es el afecto, acaso aquí debiesen estar guardadas las “otras” vitaminas que el niño debía necesitar para su total recuperación; reparación que necesitó de la introducción al servicio de psicólogos en el quehacer diario.


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