Emocionante es comprobar cómo todo en la vida es pasión. Pero en especial, podemos decir que el arte es verdadera y enorme pasión.
La Escuela de Arte de Marta Montero de Mansutti, con su semillero, sus pequeñas y grandes artistas, me hicieron ver con claridad este concepto de arte-pasión.
Esas niñas, entregadas con verdadera disciplina escénica a mostrar un momento, un paso de comedia, haciendo abstracción hasta del público en su mentida veracidad, me recordaron a aquellas palabras del gran Vittorio Gassman: “Un buen actor es un hombre que ofrece tan real la mentira, que todos participan de ella".
Allí estaban ellas, versión inocente de la mentira más bellamente dicha. Y era una fiesta verlas reír, representar, moverse y hablar, como si nosotros fuéramos invisibles, allí sentados en las butacas, esperando que nos contaran cosas. Eran en ese momento gente de teatro y nosotros un público que, en el más absoluto silencio esperaba crédulo el momento en que nos transportaran, movilizados sólo por la narrativa hecha gesto, postura, soltura y sobre todo, como lo digo al comienzo, entrega total, casi un rito iniciático de un oficio mágico que no encuentra límites. Como todo arte, como toda pasión, como toda entrega.
Ese puñado de almas tiene nombre y apellido, pero es imposible nombrarlas una a una sin cometer el pecado de desintegrar un grupo homogéneo, que responde a una disciplina inculcada desde la más tierna edad.
Susana Giraudo
Especial