La profesora Silvana es una admiradora ferviente del pueblo judío y una defensora apasionada de sus derechos. Y aunque se define como cristiana, no puede no citar a su esposo (profesor de historia también) una frase del Papa Francisco: “Los judíos son nuestros hermanos mayores”. Pero la profesora Silvana es, por encima de todo, una admiradora y una defensora del respeto por las diferencias. Y como no hay una materia que enseñe esta moral, decisiva para que el corazón humano no se inflame de odio gratuito contra sus semejantes, es que Silvana combinó de manera fabulosa su apasionamiento histórico hacia Israel con su preocupación presente por la no discriminación. De esta manera, sus clases tomaron un viraje tan fascinante como impredecible y en poco tiempo se convirtieron en verdaderos foros de debate adolescente; esos que, partiendo del Holocausto, llegaron hasta los problemas más acuciantes de la actualidad: el bullying, el nuevo racismo o el actual abandono del Gobierno hacia los pueblos originarios. Así, en apenas un año, Silvana logró traer a la escuela de un pueblito de dos mil habitantes a verdaderas autoridades de la “Shoáh” (como ella dice en hebreo al “Holocausto”). En diciembre de 2012 llegó el único sobreviviente de Auschwitz radicado en Córdoba, el polaco Edgar Wildfeuer (autor de “Auschwitz 174.189, testimonio de un sobreviviente) y habló con los chicos. Y el pasado miércoles 27 de noviembre, Silvana junto a la directora de la escuela, Marcela Brusa, organizaron la presentación oficial del dedal. Asistieron el escritor Roberto Lapid, ex presidente de las Delegaciones de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) de nuestra provincia y autor de “Dizna, mensaje desde el pasado”; el doctor Franco Fiumara especialista en el Holocausto por la Escuela Internacional “Yad Vashem” y la profesora Verónica Kovacic, coordinadora de la Fundación Bamá o Casa del Educador Judío. Los tres hablaron con los chicos, los docentes y buena parte del pequeño y receptivo pueblo.
Esta entrevista es para conocer las motivaciones de una profesora que, sin otra obligación que la de dictar su materia, se tomó la “no discriminación” como una cruzada personal; asumiendo que el primer mandamiento para aprender historia es el respeto por las diferencias raciales y religiosas de los hombres, ese modo profundo que tiene cada cultura de concebir y adorar a Dios.
La construcción de la sensibilidad
-Contame cómo nace tu interés por la historia del pueblo judío…
-Seguramente tiene que ver con que soy cristiana y siempre quise saber más sobre las raíces de mi religión, hacer un ejercicio de la memoria. También se debe a todo lo que me ha transmitido mi esposo Carlos, que es cristiano pero a la vez un admirador incondicional de la religión judía, a tal punto que asiste a la sinagoga de Villa María donde lo reciben como a uno más. A pesar de que hay muchos que se empeñan en marcar sólo diferencias entre cristianos y judíos, yo adhiero a lo que dijo el Papa Francisco, “los judíos son nuestros hermanos mayores”. ¿Y quién no quiere conocer mejor a sus hermanos?
-Viajaste a Israel, hiciste cursos de formación sobre la temática del Holocausto y estuviste en Auschwitz. Digamos que no te quedaste con lo que te decían los libros de historia del profesorado…
-Es que en el profesorado con suerte estudiás una carilla sobre el Holocausto Judío y el Genocidio Armenio, que fueron las matanzas más grandes que se perpetuaron durante el Siglo XX. Como sabía muy poco, empecé a investigar por mi cuenta. Y en cada curso que organizaba el ministerio sobre estos temas, en cada seminario, ahí estaba yo en representación del colegio…
-¿Cómo es que podés trabajar la discriminación racial en tus clases?
-Gracias al apoyo incondicional de la directora cuando propuse ver la “Shoáh”. ¡Y eso que la nuestra no es una escuela judía ni hay comunidad de judíos en la Laguna! Pero yo me empecé a mover y en 2007 conseguí que el Museo del Holocausto de Buenos Aires nos prestara el baúl pedagógico itinerante, que está lleno de libros de todo tipo como “El diario de Ana Frank” y textos documentales. Y eso fue buenísimo para los chicos, porque trabajamos en conjunto con la profesora de Formación Etica también y entre todos aprendimos un montón.
-Sin embargo, el tema esencial de tus clases trascendió ampliamente el Holocausto…
-Es que esa era la idea. No trabajamos el tema desde una perspectiva pro-semita sino desde una perspectiva de los derechos humanos. Este año hemos apuntado al respeto hacia el otro. Y uno de los ejes tiene que ver con la lucha contra la no discriminación, con decirle no a la xenofobia y con la tolerancia a la diversidad. Los chicos de quinto año hicieron un cortometraje con un paralelo entre la “Shoáh” judía y el bullying que hoy existe en las escuelas. Por eso el trabajo se llamó “La Shoáh de cara al futuro, una mirada desde la escuela”. Como siempre le digo a ellos, la “Shoah” no es algo que le pasó a los judíos, es algo que le pasó a la Humanidad. Y el recordarlo sirve para que no vuelvan a repetirse hechos similares.
Un dedal para los días de la vida
-Contame cómo se concreta tu viaje a Israel y luego al museo de Auschwitz-Birkenau…
-Había hecho todos los cursos que te puedas imaginar y me había contactado con la DAIA y el INADI, hasta que en 2011 me decidí y solicité la beca “Yad Vashem”, que es para docentes que se especializan en el Holocausto. Y me la otorgaron. Así que en 2012 viajé a Israel y ahí todo cambió para mí, porque vi un mundo maravilloso desde muy cerca; aprendí como nunca sobre el respeto y la tolerancia, y también a trabajar pedagógicamente. Tuvimos un coordinador de lujo, Mario Sinai. Y viajé con otras tres docentes de la escuela que se engancharon muchísimo con la temática, aunque sus materias nada tenían que ver con la historia: Stella Gautero es profe de Ciudadanía, Eliana Pranzoni de Lengua y Berenice Vico de Física y Química…
-Y entre las cuatro harían un hallazgo fabuloso en Auschwitz…
-Sí. Fue algo muy conmovedor. Estábamos recorriendo el llamado “Bloque Canadá”, donde los judíos eran despojados de sus pertenencias. Allí separaban el oro, la ropa, los lentes, los metales... Y como el lugar está sobre un terreno pantanoso, de vez en cuando emergen viejos objetos como llaves o cucharas. Y nosotras vimos ese dedal, casi como un llamado.
-¿Y cómo lo consiguieron?
-Porque el museo permite que una de las piezas que se encuentren en ese bloque se otorgue en concesión a una institución pero guardándolo con determinadas medidas de cuidado. Nosotras lo pusimos en una caja de cristal con la bandera israelí y una profe de Rosario nos escribió una leyenda en castellano y hebreo, diciendo que la pieza pertenece al museo Auschwitz-Birkenau del pueblo judío. Para nosotros fue maravilloso porque junto con el INADI, somos los únicos que tenemos una pieza del museo en el país.
-Contame cómo trabajaron los chicos a partir del arribo de ese dedal.
-La idea era que pudieran reconstruir con su imaginación la vida del dueño o la dueña de ese dedal, que lo hicieran mediante un cuento, un poema o un cortometraje, como propusieron los chicos de cuarto y quinto año. Entre todos nos preguntamos a quién habría pertenecido, si a un sastre que llevaba sus instrumentos de trabajo o si a una madre y qué pasó con el dueño, si acaso sobrevivió.
-¿Y cómo reaccionaron ante tu propuesta?
-De manera maravillosa. Te sorprende la actitud de los chicos, la capacidad que tienen para entender lo que pasa, el compromiso y la responsabilidad que pusieron. Yo sencillamente les pedí que escribieran algo, pero algunos propusieron hacer un cortometraje. Se fueron a filmar al campo, se vistieron como inmigrantes judíos, actuaron, se rieron, lloraron, y sobre todo tomaron conciencia de la importancia de la tolerancia. Ellos siempre hacen mucho más de lo que vos les pedís, por eso estoy orgullosa de ellos y de la escuela…
-No sólo trajiste un dedal de Auschwitz a los chicos, también les trajiste un sobreviviente…
-A Edgar Wildfeuer y a su esposa Sonia los trajimos con la ayuda del INADI y el ministerio. Ese día invitamos también a chicos de la escuela de Ausonia y se produjo el efecto dominó.
-¿Y cómo fue esa charla?
-Fabulosa y conmovedora. Hasta los chicos que eran más escépticos o indiferentes al tema se emocionaron. Uno me dijo “¿el número que tiene tatuado en el brazo es el del campo de concentración?” Cuando le dije que sí, que era el 174 189 de su libro, cambió totalmente su modo de mirar a Edgar y le vino un respeto inmediato. A la charla de Edgar la dieron por el canal del pueblo y la comunidad pidió que la volvieran a repetir. Y eso es lo que me pareció realmente fabuloso, que esa visita trascendiera los límites del aula.
-Si fueras alumna de la profesora Silvana, ¿cuál sería la conclusión que hubieras escrito a su pedido?
-Que en la actualidad hay muchos grupos humanos que, al igual que aquellos judíos de la Segunda Guerra, son tratados como no-personas, gente a quienes no se les respetan sus derechos y a quienes se los ha reducido a una no existencia, a un número, a una invisibilización. Creo que tanto chicos como grandes debemos aprender a discernir y actuar con respeto y tolerancia para con el prójimo, más allá de su color de piel o de sus creencias.
Y al finalizar la nota, Silvana me entrega una carpeta con el “guión” del acto del pasado 27. En la última página hay una frase del filósofo alemán Karl Jaspers (1889-1969), y Silvana me dice “ésta es la mejor conclusión posible”. Y me la lee:
“Lo que ha sucedido es un aviso. Olvidarlo es un delito. Fue posible que todo eso sucediera y sigue siendo posible que en cualquier momento vuelva a suceder”.
Que la certera frase de Jaspers y el tremendo trabajo de Silvana sirvan para cerrar esta nota. Pero también para abrir una puerta; para que entre un haz de luz de pura misericordia en todas las conciencias.
Iván Wielikosielek