Teresita Barbero de Signoretti (foto) es un ejemplo de vida para toda la ciudad. El viernes cumplió 102 años y demuestra desafiar el paso del tiempo con una bella sonrisa.
Trasciende los números, los supuestos achaques de la edad y se despierta de su siesta para atender a la periodista de EL DIARIO. Comenta tener calor y ruega que no venga tormenta, mientras su hija ofrece un refresco y galletitas dulces de la reconocida panadería que pertenece a su hijo. Agrega que se tiene que alistar porque a la tarde irá a la peluquería a prepararse para un festejo. Se trata de la celebración de su cumpleaños número 102 en el Prado Español junto a 50 familiares, que vienen de distintos lugares para reunirse en un almuerzo con emoción y festividad. Teresita ha cosechado el amor de numerosos vínculos: dos hijos -con quienes festejó con una cena el viernes por la noche- seis nietos, 17 bisnietos y cuatro tataranietos, más uno que está en camino.
Consultada acerca de cómo recibió este nuevo año, comenta: “Comencé bien y mal moralmente, me han pasado cosas muy tristes, como así también lindas”, se permite emocionarse, pero no romper en llanto, mientras su hija apunta que hace ocho años falleció su marido y a ello se refiere con lo feo. Se repone y añade que siente el cariño de todos sus familiares y vecinos, que siempre la visitan cuando ella se sienta en las tardes en la vereda, y amistades.
Teresita es vital y aporta sentido a cada instante transcurrido. Sólo toma una medicación diaria para dormir, aunque admite descansar tranquila todas las noches. También le gustan mucho las fiestas, hace poco tiempo fue al casamiento de una bisnieta en Córdoba, donde permaneció toda la noche y se animó a bailar una pieza para la foto. Recuerda que le encantaba dar sus pasos en las pistas y siempre salía a bailar con los muchachos que la invitaran.
Además, le encanta acompañar a sus hijos los domingos y feriados en la panadería, donde saluda amablemente a todos los clientes y hasta se escapa a la planta alta, subiendo sola la escalera ágilmente para visitar la casa de su hijo.
No sólo es un orgullo por los años acumulados, que admite que son demasiados y que siempre piensa no llegar al siguiente, sino por el empeño en darle sentido a la vida, una muestra inmensurable de honrarla, de transcurrirla dejando una huella imborrable.
