Diferentes actos se desarrollarán hoy en la ciudad, en el Día de los Derechos Humanos, para recordar el retorno de la democracia en nuestro país hace 30 años.
En primer turno, a las 10, en el Centro Cultural Comunitario “Leonardo Favio” se llevará a cabo una muestra fotográfica denominada “Instantes de memorias”, organizada por el Archivo Provincial de la Memoria y otras entidades. En la ocasión también se producirá la proyección de cortos documentales.
Ya en horas de la tarde, más precisamente a las 17, en el Parlamento Infantil (espacio que funciona dentro del Centro Cultural) se producirá la asunción de la nueva intendenta de los niños, Abril Sosa.
Más tarde, a las 19.30, referentes y militantes del radicalismo local y de la región inaugurarán un monumento en homenaje a Raúl Alfonsín, en el bulevar que lleva el nombre del expresidente (en la intersección con calle Maipú). En ese acto estará presente el exvicepresidente de Alfonsín, Víctor Martínez.
A esa misma hora, pero en el Centro Cultural, se presentará el libro “En honor a la verdad”, escrito por Elvio Omar Toscano, que relata y analiza la acción del terrorismo de Estado en nuestra ciudad durante la última dictadura.
Finalmente, a las 20.30, en el Teatrino del Subnivel se desarrollará un acto con la presencia de todos aquellos que gobernaron la ciudad desde el regreso de la vida institucional en diciembre de 1983. Cabe aclarar que si las inclemencias climáticas no son las apropiadas, la realización de este acontecimiento se trasladará a las instalaciones del Concejo Deliberante.
Hace treinta años se iniciaba un camino democrático que ya no tendría ni tendrá interrupciones. La democracia está instalada para siempre, no sólo porque han cambiado las relaciones de poder y el otrora poder militar ya no existe como lo conocimos hace medio siglo, sino porque, ante todo, en la conciencia colectiva de los argentinos han calado muy hondo las secuelas del terrorismo de Estado.
La democracia no es un camino autónomo, ni lineal. No es un camino autónomo, de generación espontánea, porque depende de nosotros, los ciudadanos, de la dirección que queramos darle. Y no es lineal porque tiene sus obstáculos, sus cuestas empinadas, sus idas y vueltas, sus avances y retrocesos.
Vaya un recuerdo muy especial y profundo para los compañeros y amigos que fueron secuestrados y asesinados por la dictadura más sangrienta que flageló nuestra Patria. Estoy plenamente persuadido (por mis convicciones), que ellos están presentes ahora, acompañándonos en este proceso de revitalizar la democracia conquistada.
Con su sangre han nutrido esta tierra y han dejado un nuevo paradigma para Argentina: éste, que estamos intentando entre todos construir. Nadie se puede adjudicar esa pertenencia y es el mejor legado que hemos recibido y nos hemos comprometido a continuar.
Un reconocimiento especial también para todos los sobrevivientes del terrorismo de Estado. Ellos con sus testimonios vivientes han permitido sostener a través del tiempo la memoria de la tragedia de los campos de concentración, haciendo posible buscar la verdad a través de los juicios que se están sustentando en todo el país, haciendo posible el ejercicio de la Justicia.
Cuando hace 30 años iniciamos este camino democrático teníamos la utopía de la libertad, la verdad y la justicia. ¿Las hemos alcanzado plenamente? Por cierto que no. Pero mientras tanto, hemos ido dejando sólidos mojones de libertad, de verdad y de justicia y esos mojones son los que nos impedirán volver atrás.
Recordemos que en 1983 se recupera la formalidad de la democracia en un contexto complejo y cargado de incertidumbres. Son las organizaciones de derechos humanos y sociales, las que habían resistido la embestida fascista ya antes del golpe del 76, las que tendrán un papel protagónico para sostener la tenue democracia que por momentos parecía resquebrajarse. Sólo los que vivieron aquellos tiempos pueden dar testimonio fehaciente del clima imperante entonces.
En esa sociedad hostigada, en ese Estado sacudido, hubo un hombre al que respeto profundamente por sus convicciones democráticas y republicanas, que se atrevió a provocar un hecho inédito hasta entonces en Latinoamérica: el presidente Raúl Alfonsín, y a él me refiero, promovió el juicio a las exjuntas militares, cumpliendo así una de sus promesas electorales formuladas en la campaña. Aquello, acompañado de la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (la Conadep) no sólo devolvió a nuestro país al contexto internacional de los países civilizados del mundo, sino que, y principalmente, permitió que ciudadanos comunes que hasta entonces habían permanecido ajenos o indiferentes a la tragedia vivida, se asomaran con estupor a las metodologías y la magnitud del terrorismo de Estado.
Cuando afirmo que la democracia no es un camino lineal, lo hago recordando que fue precisamente aquel Gobierno popular surgido en 1983 el que después de promover el juicio y castigo judicial a las juntas militares debió retroceder en la pretensión colectiva de justicia, propiciando la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que dejarían sin proceso y sin castigo a cientos de secuestradores, torturadores y asesinos.
Todo esto fue, evidentemente, un grave retroceso en el camino de búsqueda de justicia. Retroceso que los organismos de derechos humanos denunciamos y contra el cual batallamos pacíficamente. Para los miles de familiares de desaparecidos y ex-presos de la dictadura, fue una monumental desilusión que no abarcó sólo a aquel Gobierno, sino a la propia confianza en la democracia como forma de satisfacer las necesidades populares.
Hicieron falta algunos años más y un largo camino judicial que convalidara la constitucionalidad de las leyes, para que finalmente aquella utopía de 1983 de verdad, justicia, juicio y castigo a los culpables, comenzara a tener visos de realidad: fue el presidente Néstor Kirchner el que promovió decididamente la anulación de las llamadas “leyes de impunidad”; esto es: la del Punto Final, de Obediencia Debida y los indultos presidenciales que habían beneficiado a los máximos responsables del terrorismo de Estado.
Es una deuda atinente a los derechos humanos también resolver de qué forma puede implementarse una representación legítima y operativa del pueblo, para que tenga un acceso más fluido o directo a las decisiones y estrategias más importantes.
La historia nos brinda la oportunidad de trabajar para reconstituir las instituciones, para hallar los caminos convergentes que nos permitan encontrar las soluciones a los serios problemas que viven diversos sectores de nuestra sociedad.
La recuperación de la democracia y su profundización han sido y deben ser una tarea del conjunto de las fuerzas políticas y de la sociedad, más allá de las diferencias conceptuales e ideológicas. La política no es la guerra, es el arte de la negociación, de la comprensión entre las partes, es el arte de la construcción de la convivencia en el pluralismo y la diversidad.
No hay posibilidad de sustento y profundización de la democracia, si las instituciones, el poder, la Justicia y la política no están decididamente al servicio de la vigencia de los derechos ciudadanos; y esa construcción debe ser fruto del esfuerzo en común, para superar la discriminación, la marginación, la exclusión y el abuso del poder individual e institucional.
Treinta años después, podemos decir con satisfacción: Nunca Más.
No bajemos la guardia, redoblemos esfuerzos y sigamos trabajando con pluralidad y tolerancia en la diversidad para que este Nunca Más referido a la violación de los derechos humanos pueda ser pronunciado dentro de treinta, cincuenta o cien años por cualquier argentino que, al referirse a las inequidades sociales, a la dependencia económica, a la injusticia, a los desvíos autoritarios de los gobernantes, al descompromiso de las clases dirigentes, a la malversación de los mandatos populares, pueda decir también entonces con la satisfacción del deber cumplido: Nunca Más.
La sociedad nos mira y los jóvenes están pendientes de lo que decimos y hacemos. Vale la pena repetirlo: ellos son el futuro, necesitan conocer de nosotros, aun admitiendo que puede haber errores en nuestras conductas. Dañar la historia, ocultándola o desvirtuándola, sería dañar profundamente el mensaje a las nuevas generaciones, sería subvertir la realidad pasada y presente, simplemente por una cuestión de egoísmo o interés personal. Si estas líneas llegasen a cumplir en alguna medida el objetivo de ser parte de esa mirada retrospectiva, crítica y superadora, se habrán justificado.
Elvio Omar Toscano
(Presidente de Asamblea Permanente por los Derechos Humanos)