Sergio Stocchero nació en Villa María, en 1959. Es escritor, periodista, guionista de humor y de historieta, músico de rock y realizador audiovisual. En este último rubro, cuenta en su haber con una película ficcional dirigida por Daniel Martín (“Asesinato en tres variantes con dos enigmas y un maniquí”, de 1987) y cinco documentales: “La Chiva Vázquez” (una biografía del bandolero villamariense de los años ´40; 1987, 28 minutos); “Zambuites” (testimonios de los carnavales de Villa Nueva; 2001, 30 minutos); “El Mula” (vida del bombero villamariense Juan Carlos Mulinetti, muerto en cumplimiento de servicio en 1983; 2006, 70 minutos); “Una historia de caminos” (un retrato del boxeador villamariense Gustavo Ballas; 2009, 35 minutos); “Se me ha perdido una niña” (testimonio de la pueblada de Corral de Bustos; 2009, 60 minutos) y “Barquito de papel” (la historia de la recuperación de El Diario por sus empleados; 2013, 80 minutos).
Con la producción de Gabriela Vera y un subsidio del INCAA, “Barquito de papel” se exhibió a fines de noviembre y principios de diciembre en el Centro Cultural Comunitario “Leonardo Favio” de Villa María.
En música, Stocchero ha integrado diversas formaciones rockeras de Villa María como “Eclipse”, “Tren de salsa”, “Sudaca”, “Serpiente emplumada” y “Damas Gratis”, todas junto a su amigo y coequiper “Monky” Tieffemberg, con quien realizó la historieta de la Chiva Vázquez. También escribió guiones para dibujos animados en México y para los programas de Marcelo Tinelli y Nicolás Repetto en la televisión argentina. Además, colaboró con textos de humor en las revistas “Hortensia”, “Hola Tío” y “Jaspirina” (Córdoba), como así también en “Sex Humor” y “Sátira 12” .
Desde 1984 escribe en El Diario y desde el año 2002 integra la Cooperativa de Trabajo Comunicar Ltda.
Sé que es difícil contar un audiovisual con palabras. Más aún si ese audiovisual empieza con un dibujo animado. De todos modos, lo voy a intentar.
En una Villa María apocalíptica, inundada hasta las ventanas del segundo piso (el Hotel Colón apenas si deja ver la mitad de su cartel hundido), unos hombres y unas mujeres fabrican en una azotea un colosal barco de papel. Se trata de una nave precaria, como todo lo que se pliega segundos antes de una catástrofe.
El papel de la nave es inservible papel del diario de ayer (aunque será imprescindible papel de “El Diario” del mañana) y a pesar de eso, todos tienen la idea de hacerse a la mar; de arrojarse a esa peligrosa Venecia crecida con la esperanza de sobrevivir hasta que el tiempo amaine.
En una palabra, la nave de papel se ha convertido en un arca de Noé, un refugio flotante en donde los tripulantes guardan sus esperanzas humanas. Y por más que esas esperanzas estén un tiempo encerradas como animales, tienen fe que luego podrán reproducirse en tierra firme. Sin embargo, todos están muy lejos de imaginarse siquiera la tierra firme.
Así, contra todos los pronósticos de hundimiento, el barquito de papel afrontó la peor tormenta que se abalanzó sobre nuestro país en mucho tiempo: la crisis de 2001. Una crisis que, al igual que las grandes pestes de la historia, traería aparejado el hambre y la violencia, la inestabilidad social y los saqueos, la pelea encarnizada de pobres contra pobres (cualquier semejanza con la actualidad no es una mera coincidencia).
Lo cierto es que aquel navío inclaudicable no corrió la suerte de la balsa de Tanguito. Y no naufragó. Por el contrario, tras una cuarentena que se cuadruplicó en la ansiedad de sus tripulantes, se llegó a la tan ansiada tierra firme. Tras soportar nubarrones de peligro testimoniados de manera tan humana como estremecedora por los actuales trabajadores (escuchar muy particularmente las palabras de los muchachos del taller), la tormenta amainó y las palomas soltadas desde el ojo de buey ya no regresaron: habían podido hacer nido en las plantas. Entonces el barco encallaba. Dejaba de ser arca y se volvía casa de todos. Y empezaba a construir desde su proa este presente fabuloso, que contó con la ayuda inclaudicable del pueblo villamariense.
Sin embargo, tras charlar con el realizador, debo decir que ese barquito de papel no fue sólo una metáfora de lo que pasó con El Diario: también simbolizó el viaje interior de Sergio Stocchero, su gira “mágica y misteriosa” (le gustaría escuchar a él), su vuelta a casa. Porque tras andar como un holandés errante por las distintas ciudades del mundo, Sergio decidió volver también a casa, a esa ciudad que había llevado adentro toda la vida. Y entonces los dos viajes coincidieron en uno, los barcos se fusionaron en un navío y no hubo más que una sola vuelta a casa.
Y Sergio habrá pensado desde cubierta, al ver el ansiado puerto de su corazón, que afortunadamente no somos griegos, que por algo somos argentinos en crisis y como tales, todos nuestros Ulises viajan en clase turista, en un fabuloso 2x1 que nos otorga muy especialmente el destino. Y que tras esquivar todos los cíclopes de las crisis y las sirenas de los sueños vacíos, todos los mares conducen a casa.
Confesiones de verano
-Tu primer documental, “La Chiva Vázquez”, es del 87 y el segundo, “Zambuites”, recién de 2001 y desde entonces no paraste. ¿Te propusiste ser un director?
-Creo que más que proponérmelo, el cine es el producto de lo que fui juntando a través de un montón de años, algo así como una síntesis. Yo terminé de darme cuenta ya de grande que el audiovisual era el lugar desde donde más fluía y en donde sintetizaba todo lo que hacía: guiones, música, diálogos...
-En la ciudad, todos te conocían por la música y el periodismo...
-Es que desde los 22 años laburo escribiendo. Y menos prospectos de remedio, escribí de todo; novelas, poemas, canciones, humor, periodismo... Colaboré en “Hortensia”, en la “Sex Humor”, en “Página/12”, incluso laburé para televisión escribiéndole guiones a Marcelo Tinelli y Nicolás Repetto. Así que es natural, todos me conocían por los escritos y no por el cine.
-¿O sea, que antes de filmar, tu elemento era ser periodista?
-¡No! ¡Yo no soy periodista! Pero el formato del diario me encanta, me gusta mucho más que el del libro. Lo efímero que tiene el diario, esa cosa de que hoy te sirve para leer y mañana para envolver el perejil y los huevos, es algo que me fascina.
-Y vos empezaste a colaborar con El Diario desde muy joven...
-Desde la primera hora, o sea, desde 1984. Incluso viviendo en Córdoba o en Buenos Aires, siempre mandé notas. Y cuando podía, me venía los fines de semana. Empecé escribiendo una página cultural para chicos, luego hice un suplemento para la juventud, escribí notas sueltas y con “Monky” (Tieffemberg) hicimos una historieta. Nunca dejé de estar, por más que viviera en otra parte.
-Sin embargo, un día decidiste volverte a Villa María para siempre. ¿Qué fue lo que te pasó?
-Fue algo tan raro como hermoso. En 2002 yo estaba laburando en México, haciendo guiones infantiles para televisión. Y al llegar Semana Santa, saqué pasaje por dos meses para estar con mi familia. Cuando llegué, al toque me invitaron a participar de El Diario, que hacía poquito se había vuelto cooperativa. Y entonces perdí el pasaje a México y no volví nunca más. Me enganchó el proyecto; lo veía como una posibilidad cierta de construir algo muy parecido a lo que yo pensaba que debía ser la sociedad, esta cuestión cooperativista y comunitaria, sin jefes ni empleados, todos tirando del mismo carro...
-O del mismo barco...
-¡Claro! (risas) Pero también me pasó otra cosa por la cual volví. Fue algo de lo que también me cayó la ficha. Me di cuenta de que cuando vivía en Córdoba, en Buenos Aires o en México, cada vez que decía algo, lo decía desde acá; que cuando le ponía cara a un personaje le ponía la cara de un negro de acá, que cuando contaba una historia era siempre una anécdota de Villa María o de Villa Nueva. Entonces llega un momento en que no podés estar en contradicción, viviendo lejos, pero con la cabeza en tu ciudad.
-¿No terminabas de aceptar la ciudad?
-No, porque yo tenía una relación de amor-odio con Villa María, como la tenemos casi todos. Pero siendo más grande me relajé y me dejé ganar por el sentimiento. Entonces supe que a Villa María la amo profundamente, por más que sea una ciudad un poco chata en donde no pasa gran cosa. Por eso, supongo, todos mis audiovisuales, salvo el de Corral de Bustos, son historias de acá: Ballas, El Mula, La Chiva, los carnavales, ahora El Diario... las cosas más intensas de mi vida me pasaron en Villa María, sin dudas.
Un arca hecha con papel de diario
-¿Y cuándo decidiste que harías “Barquito de papel”?
- Te puedo citar exactamente la escena. Fue una tarde que íbamos a Córdoba en el auto con Sergio Vaudagnotto. Hacía mucho que mis amigos me venían diciendo “¿y cuándo vas a hacer la película de El Diario?”. Yo le había esquivado el bulto porque para hacer un documental hay que tomar distancia del tema y yo no tenía precisamente esa distancia, en absoluto. La historia de El Diario estaba muy buena, pero yo no me terminaba por decidir. Hasta que ese día, charlando con Sergio en el auto y tras algo que él me dijo, entendí que iba a odiar que viniera otro negro de afuera y que hiciera la película. Así que me dije “si sale autorreferencial, que salga; si no tomo distancia, no la tomo, pero a la película la empiezo ya”. Y la empecé.
-Y te llevó un tiempo terminarla...
-Exactamente tres años, desde el primer boceto hasta la presentación, pasando por todas las entrevistas y testimonios.
-Es curioso que en el documental no esté tu testimonio...
-Es que mi testimonio es el documental en sí; la edición, la idea, incluso la canción final es mía... A mí no me daba para hablar, pero sé que a otros tampoco. Muchos colaboraron de otra manera, como Dieguito Ferradans, que había filmado muchas cosas que me sirvieron después. El se sentía más cómodo participando de esa forma, detrás de cámara. Y yo también.
-¿Cómo fueron las entrevistas a tus compañeros?
-Fueron a cara de perro. Les dije “quiero tu testimonio” y les puse la cámara enfrente. Me olvidé de que eran compañeros. O mejor dicho, aproveché que eran mis compañeros para saber dónde apretar. Vos sabés a quién pedirle y qué pedirle. Pero a veces me equivoqué, porque algunos arrugaron un poco frente a la cámara y otros, de los que no esperaba tanto, terminaron dando muchísimo. Son las sorpresas fabulosas que te depara el audiovisual.
-¿Hubo cosas del documental que fuiste armando a medida que filmabas o ya tenías un guión?
-Si bien tenía un guión, al principio no tenía muy claro cuál iba a ser el tema central del documental. Pero a medida que fueron pasando las entrevistas, me di cuenta que haría hincapié en la relación entre El Diario y la comunidad. Creo que ese punto destaca la película sobre muchas que se han hecho sobre empresas recuperadas, esta ligazón que tiene el diario con la ciudad es increíble. El villamariense necesita ver escrito en El Diario lo que pasó ayer, ver el saludo de cumpleaños en las últimas páginas, ver la patente del auto que chocó para jugarla a la quiniela. Del mismo modo, nosotros necesitamos de la ciudad, porque como dijo Daniel (González) en la “peli”, sin la comunidad toda, la infraestructura que consiguió El Diario no serviría de nada.
-Muchos testimonios de tus compañeros constataban ese “aguante” de Villa María. ¿Hay que llegar a una situación límite para que se juegue la gente?
-Muchas veces sí. Muchas veces no te das cuenta de cuánto quieren los villamarienses a lo que es de ellos hasta que están a punto de perderlo, como pasó con la “Placita” Ocampo. Lo mismo pasó con El Diario y lo mismo pasa con la ciudad: muchos no saben cuánto la quieren hasta que se van. Me pasó a mí cuando viví en otro lado. Hay gente que está viviendo afuera y que lee todos los días El Diario por Internet, gente que acá no lo hubiera comprado nunca. Los villamarienses somos así, tenemos una relación de amor y odio con la ciudad, a veces incluso de indiferencia, pero siempre estamos viendo al que trasciende y es de acá. Te dicen “ese negro es de Villa María” o “ese loco es de Villa Nueva”.
-¿En qué ganó El Diario desde que se volvió cooperativa?
-En que ahora todo es posible. Siento que podemos encarar cualquier proyecto siempre que cuidemos el formato interno y sigamos estando al servicio de la gente. Y te digo esto más allá de lo difícil que es ponerse de acuerdo entre 50 personas que piensan distinto para realizar un proyecto. Pero mal que mal, lo estamos logrando. Yo siento que desde que somos cooperativa, no saltamos al vacío, que siempre hay red. En El Diario no hay estrellas, pero hay red. No hay un hilo que destaque del tejido, pero hay un tejido. Hoy le toca escribir un notón a uno, pero mañana le toca a otro. Es como en el fútbol. Te toca jugar de dos y por ahí metés un gol, pero al toque te volvés a jugar atrás, de dos, sin problema. No es lo mismo que te vaya mal cuando estás solo que cuando estamos todos en un mismo barco...
-Y si encima el barco es de papel, entonces no se naufraga nunca, ¿no es así?
-Totalmente, porque en ese barco nadie está solo jamás.
Iván Wielikosielek