Mítica. Histórica. Legendaria. Todos esos adjetivos le caben a la ruta 40, la carretera más larga del país. Como para que no le quepan, si tiene un trazado de más de cinco mil kilómetros que sirve para unir Argentina de norte a sur. Viajarla entera es una experiencia lisa y llanamente extraordinaria. Así es como te queda el de atrás después: extraordinariamente liso y llano.
El camino va bordeando la Cordillera de los Andes desde Cabo Vírgenes, en el extremo de Santa Cruz, hasta las adyacencias de La Quiaca, en Jujuy. No entra a Bolivia porque los oficiales de frontera andan muy atentos: “Señor, pues, que hay una ruta argentina que se nos quiere meter, pues ¿qué hacemos señor, pues?”, le pregunta un soldado de la Gendarmería del vecino país a su superior inmediato. “Hay que llamarlo al Evo, pues”, le responde el otro. Juan Carlos Evo se llama el jefe de ambos.
En su recorrido, la ruta 40 toca 20 reservas y parques nacionales, decenas de lagos, ríos y puentes de 11 provincias argentinas. Nombrarlas a todas nos demandaría mucho tiempo. No se puede decir Santa Cruz, Chubut, Río Negro y después seguir que Neuquén, que Mendoza, que San Juan. Porque si hacemos eso, también tenemos que nombrar a Catamarca y a La Rioja. Y habría que citar a Tucumán. Encima, después te queda Salta y Jujuy. No, mejor dejarlo medio implícito, que el tiempo es dinero.
Con todo, lo más destacable de la famosa carretera no son ni sus números ni sus estadísticas, sino los espectaculares paisajes que regala al viajero. Bucólicas estepas con cordillera en la Patagonia Austral. Espejos de agua, bosques y mucho verde en la región de los grandes lagos. Gigantescas montañas y viñedos en Cuyo. Desierto y puna multicolor en el norte. Pero nada de nada de mar. Qué porquería horrible.