La Vía Toledo explota. Tumba el movimiento de la calle, gente por los cuatro costados, autos y motos silbando de arriba a abajo y en cada conjunto de baldosas un vendedor ofreciendo cuanto haga falta para llegar a fin de mes. Lo que en Latinoamérica sería una fotografía cotidiana de cada gran urbe, en Europa es casi una herejía. Pero de verdad, ¿cuánto de viejo continente hay en esta ciudad bulliciosa y destartalada, pícara y hechicera? Bueno, hay mucho en la historia, escrita principalmente por griegos, romanos, españoles, franceses e italianos y en los antiquísimos edificios, que son fruto de ellos. El resto es un amalgama de imágenes salidas del tercer mundo. Un poco de mugre, sí. Algo de caótico en el ambiente, también. De auténtico, todo. Será por eso que Nápoles nos gusta tanto.
Y a caminarla nos fuimos. Bajamos por la misma Vía Toledo y seguimos descubriendo la marca de la tercera metrópoli de Italia. Las mujeres van pintarrajeadas, escotadas y sin avergonzarse por los kilitos de más. Los hombres, con el pelo bien corto y vestimenta estrambótica. Casi todos llevan la cara seria y gritona. Pero a la primera de cambio hacen saber de su carácter amistoso y bromista, de su naturaleza sociable y sus ganas de ayudar al visitante. Sobre todo si éste es Argentino. Obvio, Maradona. Hasta lo dicen las remeras que se venden en cada esquina con la cara del astro, que puso a la capital de Campania y a todo el sur del país en el mapa y estas palabras: “Chi ama, non dimentica” (Quien ama, no olvida). Los napolitanos, queda claro, andan muy bien de la memoria.
Estábamos en que bajábamos por la avenida. La Piazza Dante (por Dante Alighieri) con sus pórticos y majestuosidad es un punto de encuentro de los locales, ya sean comunitarios como extranjeros (senegaleses y paquistaníes, la mayoría de estos últimos). Cerquita aparecen íconos como la Chiesa (Iglesia) del Gesú Novo y su original rostro de ladrillos grisáceos y puntiagudos y la Piazza San Domenico Maggiore, típico obelisco barroco dominándole la medula. Ambos atractivos representan otras decenas de plazoletas e iglesias que pululan por el centro. Un casco histórico que es decadente y es bello. Términos que en Nápoles se vuelven sinónimos.
Cerca del Mar Tirreno
Con destino al mar, al Tirreno del suroeste de Italia, se cruzan otros edificios históricos. Uno de ellos es la Galería Humberto I. Tan bonita, tan elegante con su estilo ecléctico, su cúpula, sus techos vidriados, tan afrancesada es, que pareciera pertenecer a otras latitudes. Sobre todo si se la compara con su vecino del frente, el Quartieri Spagnoli. Uno de los barrios más populares de Nápoles, de pizza e imágenes de la virgen, niños correteando por calles estrechísimas, adultos gritando y moviendo las manos en torbellino de dialéctica. Y ropa, miles de prendas, colgando de los improvisados tendederos. El estereotipo, la postal de libro de viajes, aquí no es más que la pura realidad.
Así llegamos hasta la Piazza del Plebiscito, con el Palazzo Reale (una reliquia levantada por los españoles en el Siglo XVII cuando reinaban en la región), el Palacio Salerno y los cercanos Teatro de San Carlo y Castel Nuovo. La Basílica de San Francesco di Paola también gana el frente de la explanada, con una colosal fachada de columnas y cúpula dominando. Los grafitis que tiñen la figura del templo hablan del descuido general del que es preso Nápoles. Un semblante que tiene que ver con la negligencia de los políticos y del pueblo y la lógica del desorden instaurada por la Camorra, la mafia local. Aunque hoy notablemente debilitada, su amenaza sigue revoloteando el cemento.
Todavía nos queda mucho por ver. Porque está el mar y su puerto, que cada día ve llegar más cruceros. El Castel dell’Ovo también en la costa y en la colina Vomero, el Castel Sant Elmo (Siglo XIV) y la barroca Cartuja de San Martino (también del Siglo XIV), anfitriona del Museo Nazionale homónimo. Al fondo de todo se aprecia el volcán Vesubio. Gigantesca mole, que hace poco menos de dos mil años sepultó a la cercana Pompeya. Con Nápoles no se mete, se ve que le tiene cariño. Quién no.