Los saqueos en el país, como los costos diferidos por el proyecto nacional, popular y progresista, se están traduciendo en una incógnita inquietante respecto a inseguridad, inflación, inversiones, empleo, niveles educativos y culturales, disponibilidad energética, tarifas de servicios públicos, consumo, cotizaciones salariales (2014), monetarias y bursátiles; saqueos y costos ligados a esquemas endémicos de corrupción política, económica y administrativa; a la ausencia de seguridad jurídica y de claras reglas de juego como absurdos egos, vanidades y riñas políticas personales que han discriminado vidas argentinas, instituciones, provincias, derechos y más en demasiados lugares de la Patria.
Mucha economía de rapiña pública, privada y mixta se explica y predice en precios/tarifas desproporcionados y obscenos como en una inequidad salarial y jubilatoria absoluta, todo lo cual no hace más que reflejar un sistema de valores profundamente desequilibrado y corrompido.
Entre otras medidas convergentes, urge afrontar problemas y desafíos sindicales ineludibles como estos relacionados con la agremiación policial, de gendarmería, infantería, etcétera, los que deberán resolverse ecuánime y satisfactoriamente privilegiando la equidad, la cultura del trabajo, la idoneidad y la paz social, dejando para un pasado sin futuro autoacuartelamientos, saqueos, vandalismos caos y anarquía.
Ante la altura y envergadura de la crisis, si como parece, sólo el jefe de gabinete Jorge Capitanich junto al ministro de economía Axel Kicillof monopolizaran las medidas (sin información pública, Chevron, Repsol y otros), éstas podrían traducirse en eufemismos (o atajos) de ajustes diseñados para reactivar -como sea- inversiones internas/externas, crecimiento económico y estabilidad monetaria, pero posponiendo igualdad, transparencia, mejoramiento real y duradero en la calidad de vida general, singularmente en segmentos humanos lindantes o hundidos por la indigencia.
Cuando cae el telón de la puesta en escena, si se quiere mirar, se podrá ver y con diáfana claridad, una política extraviada por la decrepitud de “sus comandantes”
No se olvide de que toda resiliencia socioeconómica ciudadana también tiene su límite, razón por la cual ya no debemos continuar prescindiendo de tensegridades humanas, asociativamente creativas y latentes en nuestra sociedad civil (en línea con la reciente exhortación papal de Francisco (“Evangelii Gaudium”) para que se convoque, aglutine, amalgame y comprometa a todos los actores y sectores de la comunidad nacional y así, de una buena vez, se logre la unión nacional, se afiance la Justicia, se consolide la paz interior y el bienestar general sobre la base insustituible de la justicia, la libertad y la solidaridad social.
Así pues, una primera condición para disminuir el enorme costo social del proceso de reconversión y ajuste en ciernes es la democratización y moralización de un diseño público y confiable para la ejecución de una política económica más ecuánime, equitativa y realista que no excluye, sino que implica recuperar, subsidios inequitativos, desvío de fondos, enriquecimientos ilícitos, bienes saqueados, todo lo posible.
Finalmente, ante la reproducción de anomia para las víctimas de tanta violencia e inseguridad nacional que ya nos expone a una sobrevivencia silvestre, esto es lo menos que se debe exigir a cualquier gobernante y si no quieren o no pueden o no saben u obedecieran sólo a su especulación política personal, entonces que declinen cuanto antes, patrióticamente, su tremenda responsabilidad ante esta gravísima e inédita encrucijada económica, sindical e institucional actual.
Roberto Fermín Bertossi
Investigador universitario