Cada mes de diciembre compartimos el ritual de recordar una vivencia sencilla y extraordinaria: la historia de una madre que atravesó su parto en medio de la naturaleza.
Según algunos textos, José salió en busca de la partera, pero cuando ésta llegó, Jesús ya había nacido. La mujer al mirar la escena exclamó: “Ese niño que apenas nacido ya toma el pecho de su madre, se convertirá en un hombre que juzgará según el amor y no según la ley”.
Esa preciosa criatura fue recibida en una atmósfera sagrada, con el calor del establo y bajo el éxtasis de la mirada amorosa de su madre.
Dos mil años más tarde aún estamos festejando el nacimiento de un niño en buenas condiciones y reverenciando el milagro de la vida.
Pensándolo así, la Navidad debería ser la ocasión para rendir tributo a cada nuevo nacimiento de bebés cuidados y acariciados.
Todo niño suficientemente amparado y adherido al cuerpo de su madre será libre. No tendrá miedo, vivirá dentro de la confianza más absoluta, será generoso porque sabrá que tiene lo que necesita. Será capaz de estar al servicio de los demás, porque estará saciado de amor. Colmado de nutrientes. Rebosante de cuidados. Desapegado de los peligros, dispuesto a amar.
Estos niños se convertirán en una generación de hombres y mujeres que traerán sabiduría y paz interior a los seres humanos.
Por eso es el momento de aportar algo de claridad, apoyo y cariño a cada mujer lista para parir, nutriendo el futuro.
Mas allá del sentido religioso, la Navidad es una fiesta donde todo brilla, es un momento de cumplir sueños, se respira alegría y esperanza.
Esa noche es muy especial a través del acercamiento y del contacto emocional con las personas que amamos.
Es volver a cierta intimidad, reunirnos con pocas personas muy allegadas colmadas de agradecimientos y regalar agradecimientos por cada una de las actitudes que han tenido con nosotros.
Instituto Especial “Del Rosario”
Servicio de Educación Temprana