Para viajes de verdad, la ayahuasca. Se trata de una planta (una liana, para ser más específicos) que habita en la selva amazónica y que conforma el principal ingrediente de la mezcolanza homónima. Una especie de té de extraño sabor que transporta al ser humano hacia un estado de delirio apenas concebible. Si hasta hay quienes, entre las alucinaciones, dicen haber visto a los jugadores de Alumni meter tres pases seguidos. Una cosa de otro planeta.   

En las últimas décadas, el brebaje comenzó a despertar la curiosidad del mundo moderno. Aunque en algunas regiones de la selva amazónica, los indígenas lo consumen desde hace miles y miles de años. A tal punto que en Brasil su uso en los rituales tribales está legalizado y en el Perú fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación. Igual que el maíz. La diferencia es que por comer un choclo no te vas a poner a charlar con un elefante anaranjado arriba de una mariposa que escupe fuego por la boca y que vuela hacia la tierra de los espárragos danzantes. 

Pero más allá de las extravagancias a las que pueda dar lugar, la ayahuasca es concebida por sus defensores como un elemento espiritual. Y es que esos desvaríos que genera en el cerebro del humano no serían más que las palabras del propio espíritu, la voz más primitiva del ser, que busca salir de la siesta del subconsciente para ser escuchada. Regresiones  a la niñez y pláticas con la muerte forman parte de la excursión (boy scouts, abstenerse). Los chamanes, quienes se encargan de coordinar los rituales, dicen que es la mejor forma de armonizar la mente. Y que una sola toma de la pócima puede equivaler a diez años de terapia. 

No creen lo mismo los psicólogos. Como el doctor Delacara, quien asegura: “Eso depende. Mire usted. Sí, sí. No, no. Lo estoy escuchando. Ajá. Son $400. Nos vemos en la próxima sesión”. Cada uno con su librito.