El fútbol desvirtuado hace daño, complica y necesita de reflexiones cuando los que juegan a la pelota son los niños.
Porque son ellos quienes deben ser respetados y contenidos en cada una de las acciones de los responsables de hacerlo.
Cada vez que finaliza un año, insistimos en alzar nuestra bandera reflexiva, por más repetitiva que sea.
Los chicos del fútbol deben tener sus tiempos y sus pausas, como también sus derechos y sus obligaciones.
En estas últimas semanas de un calor agobiante, se programaron partidos de jueves a domingos, todos los días, mezclando el baby con las inferiores, sin siquiera ponerse de acuerdo los encargados de las organizaciones para no saturar a los verdaderos protagonistas.
Es más, el último sábado se disputaron las finales de las inferiores bajo un sol hecho fuego.
Y la palabra es esa: saturación, que equivale a decir que muchos chicos, llegada determinada edad, se cansen del fútbol y lo dejen, sin siquiera abrazar el sueño de jugar en Primera. Ejemplos sobran.
En cualquier deporte, llegar a una instancia final es el objetivo de todos. Pues bien, hubo chicos que no pudieron lograrlo porque en medio tenían el viaje de estudios, cosa que priorizaron, como debe ser.
Y en todo esto si hay principales responsables, son los padres. Porque ellos deben marcarle a sus hijos los tiempos, las pausas, los derechos y las obligaciones.
Primero el estudio y después el fútbol. Porque ellos deben salvar a los chicos y no los chicos a ellos.
Si un padre aplica la sensatez, puede llegar a mover montañas de justicia. Porque se le puede parar a cualquier organización (llámese Liga o como fuese) si considera que a su hijo no lo pueden hacer jugar cinco días seguidos o si entiende que no le pueden mezclar finales con viaje de estudios. Esa es la cuestión, entre tantas otras cuestiones.
SEMILLERO