Hay un canal que no es ESPN que separa al continente americano del asiático en apenas 90 kilómetros. Es el Estrecho de Bering y queda bien al norte del globo, entre la península de Chukots (Rusia) y Alaska (Estados Unidos). Hubo uno que unió las orillas en 1728, pasando a ser su descubridor oficial: el explorador danés Vitus Bering. ¿Pero cómo hizo este señor para realizar semejante gesta? “Vitus a saber”, responde un veterano historiador, evidentemente hastiado de su profesión.
Aunque en honor a la verdad, el aventurero de Dinamarca no fue ni de cerca el primer hombre en cruzar el estrecho. De hecho, se calcula que ya lo hacían hace unos 15 mil años los moradores de la actual Siberia, quienes aprovechaban las heladas temperaturas para trasladarse hacia América. Buscaban mejores tierras para la agricultura y la caza. O quizás huían de enemigos implacables. O simplemente salían a caminar un rato del embole que tenían en la estepa.
Ocurre que en pleno invierno las aguas del canal se congelan, lo que permitía el paso no sólo de humanos, si no de cientos de especies de animales. Aquello explicaría la forma en que nuestro continente fue poblado. En términos históricos, al fenómeno se lo conoce como “Puente de Beringia”. Noventa kilómetros de puro hielo, eso sí que es un puente. El de Aviñón, una morondanga.
Justo ahí, en el medio del agua, la desolación y el frío extremo, está la isla de Bering. Su medio millar de habitantes rusos, que mayoritariamente viven de la pesca, ven el ir y venir de los días como quien espera a que se hagan los fideos. Cada minuto que pasa les genera más y más ganas de romperse la cabeza contra un iceberg.