Escribe Juan Manuel Gorno

 

Aunque se deje por sentado que fue "apenas" la primera final del Clausura, muchos de los fieles ticinenses que ayer coparon un sector del estadio de Rivadavia recordarán este fin de 2013 como la tarde-noche en la que Atlético, el humilde club que sostenidamente no carece de ambición de grandeza, demostró en Arroyo Cabral su hombría futbolera bien entendida y le ganó (1-0) a tal vez uno de los rivales más fuertes que pueden asomar hoy en el horizonte de un domingo de fútbol doméstico. 

"¿Te acordás que iba invicto, que hacía no sé cuántos partidos que no perdía en esa cancha y que defendían el título?", será quizás la pregunta en el diálogo en el futuro de Ticino.

A fin de cuentas, lo que logró ayer el equipo conducido por Germán Vicario fue tan ruidoso que conviene guardar en ese baúl de los recuerdos de este tipo de instituciones con pocas vueltas olímpicas (apenas una, en enero de 2005), aunque todavía no se sabe el desenlace de esta historia para definir quién será el campeón del actual Clausura.

La magnitud del momento la otorga el calibre del equipo (conformado en su mayoría por jóvenes con verdadero hambre de gloria) y la talla del rival, un Rivadavia que esta vez tuvo muchas lagunas en su juego y se despidió de un invicto absoluto en su cancha.

Claro que para ganar un partido así, con justicia y ante el último campeón local, Atlético debió organizarse de manera tal que no perdiera los estribos en la búsqueda ni en la estrategia.

Minuciosamente, como el trabajo de hormiga, Atlético supo encontrar las falencias de un Rivadavia que sabía el libreto de jugar finales y que, sin embargo, se vio envuelto entre imprecisiones propias y virtudes ajenas.

Desde el arranque, con los marcadores de punta proyectados con criterio y la cuota de talento que siempre otorga la dupla Ayrton Páez-Emanuel Coria, Ticino sorprendió a su rival, aún sin ser una maravilla. 

Rivadavia entendió que no debía darle espacios a Ayrton, pero Ticino tuvo guardado bajo la manga a Waldemar Carranza que, puesto de volante bien abierto y de frente a un volante ofensivo devenido en lateral (Franco Gozzerino), podía ser la llave del ataque voraz que el partido no tenía.

Sin una marca pegajosa como la de sus compañeros -porque Ponce no lo perseguía y Gozzerino no sabía cortarlo- Carranza penetró por su sector y Atlético pareció ganar la primera partida ajedrecística del encuentro, la que deriva también en el efecto anímico que necesita todo equipo de visita en un reducto complicado.

Rivadavia, por su parte, se desdibujó en el medio. Marcos Berterame no tuvo sociedad con Lionel Strumia, Franco Santoni no finalizó sus avances con exactitud y Ponce anduvo sin asistencia. Y así los delanteros anduvieron huérfanos de situaciones de gol.

A pesar de todo, la primera final no era una lección de fútbol. Lo que pasó es que Ticino acentuó su búsqueda conociendo sus caminos, que no sólo fueron los de siempre. Esta vez también Vicario preparó a su equipo para lastimar con centros aceitados al segundo palo, donde alguien debía llegar obligadamente para terminar las jugadas.

Sin un referente de área, durante el primer tiempo y con Claudio Andrada flotando arriba para descargar, el equipo entretuvo por un lado y lastimó por el otro.

La fórmula no fue perfecta en el primer tiempo porque "Manu" Coria, solo y tras un envío de Páez, se perdió un gol increíble por izquierda, con remate al palo.

Atlético tuvo otro par de jugadas claras en esa etapa, pero sufrió la falta de un goleador nato en el área, que empujara esas pelotas complicadas y cruzadas para el arquero José Gobbi.

 

Otro capítulo

Rivadavia tuvo una reacción en el arranque del segundo tiempo, cuando Franco Rojas quiso ser más incisivo que Santoni (salió lesionado) por el sector izquierdo, Ponce tuvo mayor versatilidad por la derecha y los defensores "mordieron" más arriba. 

Parecía que al "Verde" le habían mojado la oreja, pero su ambición por tener la verticalidad que le faltó antes no tuvo correlato en el área. Entonces, Marcelo Santoni se decidió por cambiar el ataque, con el ingreso de dos tanques como Federico Ferrer y Julio Gastaldi. 

En el medio, Strumia debió trabajar por la derecha y Berterame quedó como único volante central, mientras el equipo iba al frente, sin profundidad.

Con la solvencia de Mauricio Savino y sus laderos, Atlético Ticino volvió al ruedo cuando Páez y Coria trabajaron tras las espaldas del "Puli", sobre todo luego de los 20 minutos.

Precisamente, a los 21 m se lo perdió Manzanares, con un tiro en el travesaño y tras un rebote que dio Gobbi por un tiro de Páez. Y un minuto después llegó el gol del propio volante ex-Española.

La fórmula fue conocida: Centro al segundo palo para el ingreso de alguien, en este caso Páez, quien la bajó al medio y encontró nuevamente a Manzanares para convertirse en goleador.

A esa altura, ya Vicario había optado por el ingreso de un centrodelantero (Francisco Santunione), pero eso no cambió el estilo de un equipo que, con el gol en el bolsillo, luego se dedicó a defender para salir de contragolpe.

Rivadavia se desesperó por empatar, con Gozzerino volcado al ataque por la derecha y tres delanteros que esperaron el centro salvador.

Federico Ferrer, un hombre de mil batallas, estuvo cerca de festejar, pero el árbitro anuló la acción por mano de Domínguez. 

Atlético sólo pudo generar una situación nítida de contra, cuando Páez habilitó a Bértola (pase largo al segundo palo) y este la tiró a las nubes.

En lo demás, el partido se cerró con el grito desatado de todo el pueblo visitante y el fastidio de un local que, además de perder el invicto, se frustró porque nada le salió bien. 

El domingo que viene, en Ticino, se desatará otra novela. Y será con la ventaja de Atlético, que ayer dio un paso enorme en su imagen para ser campeón, aunque enfrente tenga un rival que tiene crédito de sobra.