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5 de Enero de 2014
HAYRABETH ALACAHAN Y NICOLAS AZALBERT
Apogeo y ocaso del nuevo cine argentino según dos especialistas­
Hay coincidencias que son un privilegio, no sólo para una ciudad, sino también (y sobre todo) para un entrevistador. Es lo que sentí cuando encendí mi grabador el primer día del año para escuchar a Hayra y a Nico, dos hombres que viven por y para el cine y estuvieron de paso por la Villa
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Uno es armenio, cineclubista desde su llegada al país hace 30 años, seleccionador de películas argentinas para festivales internacionales y director de la “Fundación Cineteca Vida” de Buenos Aires. El otro es francés, realizador y crítico de “Cahiers du cinemá”, una de las revistas más prestigiosas del mundo. Ambos coincidieron en Villa María para las fiestas y accedieron a esta entrevista en la que hablaron de su pasión: las películas realizadas en suelo criollo.
 
Hay coincidencias que son un privilegio, no sólo para una ciudad, sino también (y sobre todo) para un entrevistador. Es lo que sentí cuando encendí mi grabador el primer día del año para escuchar a Hayra y a Nico, dos hombres que viven por y para el cine y estuvieron de paso por la Villa.
Haciendo un poco de historia, debemos decir que Hayra llegó al país en los 80 desde Estambul, donde se había radicado con su familia armenia. Y que una vez aterrizado en Buenos Aires se enloqueció con sus cineclubes. “En ese tiempo podías ver películas por un kilo de azúcar o un paquete de yerba. Y yo me dije: ¡quiero hacer eso toda la vida!”. Su deseo no se hizo esperar y al poco tiempo Hayra creó la Fundación Cineteca Vida, un proyecto de difusión de cine mundial para la educación audiovisual. Nico, en cambio, llegó al país 20 años después que Hayra. Fue en 2002 enviado por “Cahiers du cinéma” para cubrir el Festival de Cine de Mar del Plata. “Cuando el avión aterrizó, me sentí como en casa. Nunca me había pasado eso en mi vida, ni siquiera en París”. Aquella sensación de familiaridad sería el comienzo de un idilio que lo tendría a Nico radicado por seis años en Buenos Aires, donde se volvería un especialista en cine nacional, enviaría notas a la revista francesa, colaboraría con realizadores argentinos y terminaría su segunda película (“Si yo me ahogo”) que se exhibió en el Bafici 2003. Pero mejor escuchemos al propio Azalbert relatar su propia “historia argentina” con acento galo, pero en perfecto español porteño.
 
Fascinación en celeste y blanco
 
-¿Qué sabías de cine argentino cuando llegaste a Mar del Plata allá por 2002?
-Nada de nada. Sólo conocía de nombre “La historia oficial”, de Puenzo, pero no la había visto. No me acuerdo cómo fue el proceso que tuve con el nuevo cine argentino, pero te puedo decir que la primera película importante para mí fue “Sábado”, de Juan Villegas (2001), un filme con mucha influencia francesa, especialmente de Eric Rohmer, con un tono absurdo y un punto de vista de la sociedad argentina que yo recién empezaba a conocer. Luego laburé con la productora, la actriz y el montajista de esa película. Ese fue mi comienzo.
-¿Y qué fue lo que más te cautivó de la nueva movida?
-Que eran muy jóvenes y hacían pelis con muy poca plata y sin apoyo oficial, juntándose los fines de semana con una cámara prestada. Eso me llamó muchísimo la atención. En ellos había un deseo de hacer cine “a pesar de todo”. Y eso, en Francia, hace mucho tiempo que no existe. Allá hay recursos como el Centro National de la Cinématographie (CNC) y muchísimos productores. Y si un director no consigue dinero del CNC o de productores, no se le ocurre hacer películas. En Argentina, en cambio, un director sin presupuesto hace que esa carencia le juegue a favor de la obra y se imagina una estética acorde a la falta de plata. Eso siempre me pareció maravilloso, aún con los inevitables errores técnicos que eso conlleva.
-¿Los directores franceses pasaron por una experiencia similar durante la “nouvelle vague”?
-No, eso fue diferente. La “nouvelle vague” empezó en los años 50 porque algo se había agotado en el modo de hacer cine y los grandes productores tuvieron contacto con los jóvenes de “Cahiers du cinéma”. Así, Truffaut y Godard empezaron a filmar con cámaras portátiles y en la calle. “Les 400 coups” (Los 400 golpes) y “A bout de souffle” (Sin aliento). Esta última no costó nada y fue un éxito de taquilla tan grande, que el productor le pidió a Godard si tenía amigos de la revista o del ambiente para financiarles películas. Y Godard le presentó a Jacques Demy, a Jacques Rivette, a Claude Chabrol… Hubo algo del espíritu independiente, pero con mucho de industria. Las primeras películas del cine argentino, en cambio, se hicieron sin la figura de ningún productor y tomando muchos riesgos.
-¿Qué películas te parecieron de mejor calidad del llamado nuevo cine argentino?
-Muchas. Pero primero que nada las de Lucrecia Martel, que para mí es la más grande de todas. Luego las de Lisandro Alonso, Santiago Loza, Martín Rejtman, Ezequiel Acuña… Acá no sólo hubo un fenómeno de jóvenes directores, sino que las películas estaban muy buenas. Además,  ganaron premios en Europa. Si bien eso no significa exactamente calidad, generaron de a poco un público y un prestigio.
-Con Hayra coinciden en “la muerte del nuevo cine argentino” tras la aparición de “Historias Extraordinarias”, de Mariano Llinás. ¿Qué pasó, a tu juicio, después de esa película?
-Que el cine argentino empezó a repetirse. Los nuevos directores ya no querían hacer películas porque tenían ganas, sino que querían hacer carrera y tener fama. Para ellos, filmar era ganar plata y prestigio sin asumir riesgos, copiando formatos que en Europa estaban de moda, como el minimalismo. No hubo novedad ni desafío estético. Lo que se repite nunca es de la misma calidad que el original. 
-¿Qué me podés decir del cine francés actual?
-Primero te digo que el buen cine siempre tiene que ver con las crisis de los países. El neorrealismo, por ejemplo, vino en Francia y en Italia después de la Segunda Guerra Mundial y en Argentina, el “nuevo cine” llegó con la crisis de 2001. Pero en Francia… ¡en Francia hace mucho tiempo que no pasa nada! Ni crisis, ni problemas, ni cacerolazos. Y eso hace que haya un cine muy burgués con las mismas historias de siempre, sobre todo de parejas. Hay muy buenos directores, es cierto, pero no hay nuevos talentos que te sorprendan. Los jóvenes en Francia no se bancarían pasar sus películas en ambientes alternativos. Ellos quieren las salas comerciales. ¡Allá se estrenan 20 películas por semana y no hay pantallas que alcancen! Pienso que en mi país podrían aprender mucho de los argentinos, sobre todo de tipos como Mariano Llinás, que mostró su película durante un año entero en un museo porque no tenía el aval del INCAA. En Francia, hacer algo así sería impensado.
 
Lo que el viento se llevó
 
Hayra fue seleccionador de películas argentinas para el Festival de Cine de Toulouse durante 15 años y posee una de las más completas colecciones de cine independiente “made in Argentina” de los últimos tiempos. Y es a partir de esas dos experiencia que empieza esta charla.
-¿Qué me podés decir de las películas que viste durante todo este tiempo, tanto para enviar a Francia como las que recibías de los directores jóvenes?
-Es muy triste lo que me vas escuchar decir, pero el cine argentino en los últimos siete u ocho años está perdiendo calidad de manera abismal. Te lo podemos decir sobre todo los que vemos muchas películas y es algo muy preocupante. De todos modos, cada año hay dos o tres pelis muy buenas que lamentablemente nunca van a llegar a la opinión pública por ser prácticamente caseras. Son películas que, como dice Nicolás, salen directamente del deseo de hacer cine más allá de su calidad técnica. 
-¿En los primeros años que seleccionaste para Toulouse había más calidad?
-Mucha más calidad y mucha más cantidad también. Pero de cara a las últimas ediciones participaban 50 largos y 10 cortos de promedio, cuando en los primeros años eran 100 largos y 200 cortos. No sé por qué bajó tanto la producción y la calidad. Vos antes veías que con muy poca plata y filmando entre amigos, había planteos superinteresantes y renovadores. Por ahí esos cineastas tenían errores de producción lógicos, porque los pobres pibes no tenían un peso y hacían cine como podían. Pero cuando veo una película así, yo me olvido de esos errores técnicos y las selecciono. Es como si antes comías en vajilla de plata y ahora comés con platos de plástico, pero no te importa cuando aprendiste que lo que importa es el contenido. 
-¿A qué creés que se debe la repentina baja calidad del actual cine argentino independiente?
-Esta respuesta que te voy a dar no va a dejar contentos a muchos, pero es la verdad y la tengo que decir. Un gran porcentaje de las nuevas películas son dirigidas por estudiantes de cine y la mala calidad se debe a la mediocridad de sus docentes. Una vez, un pibe me mandó una película y me pidió una opinión. Cuando nos encontramos le dije: “¿Pero qué hiciste, hermano?” Y él: “¿No te gustó la peli? ¡Pero si todo el mundo me dijo que está bárbara!”. Y yo le dije: “¿Pero quién es todo el mundo, tus profesores?”. Y él admitió que sí. Entonces le dije: “Mandalos a la m… a tus profesores, pibe, porque te mintieron. No entiendo cómo un tipo puede ser profesor y decirte que esa película está bien”. Y ojo que yo no le hablaba de lo técnico, sino de lo otro, de la pobreza del contenido. 
-¿Cambió la calidad de los docentes de cine en los últimos tiempos?
-Absolutamente. Antes los docentes de cine eran tipos comprometidos, vivían para ver y analizar películas y mandaban a los alumnos al cine todos los días. Hoy eso no pasa más. Pero esto es un problema de toda la docencia argentina, no sólo de la que se dedica al cine. A la gran mayoría de los docentes sólo le importa cobrar el sueldo y después irse a su casa. No hay una continuidad entre su pasión y su vida. En las escuelas de cine privadas, por ejemplo, a los alumnos los tratan como clientes, no como alumnos. No los quieren perder y entonces les dicen que son unos genios, que todo lo que hacen es buenísimo. ¡Y no se puede enseñar cine siendo un hipócrita! 
-El cine que se exhibe en las salas comerciales de nuestro país se ha uniformizado en los últimos tiempos. ¿El público ha perdido la predisposición para ver otro tipo de películas? 
-Creo que es mucho más grave que eso; son decisiones políticas las que han metido esas películas en la sala. Antes, en una sala comercial te pasaban “Rambo”, pero también te daban una de Bergman, una de Fellini, una de Leonardo Favio, una de Rivette. Y mucha gente iba y las miraba, aunque más no sea por recomendación. Hoy en cambio te pasan una película de calidad por cada 200 basuras. Todo el cine pasa por el sometimiento cultural que nos dicta el país del norte. Todo viene cortado, picado y fabricado con el mismo estilo de hamburguesa. El cine se ha transformado en eso que la industria norteamericana quiso siempre: un entretenimiento. ¡Y el cine es mucho más que entretenerse!
-¿Y el INCAA?
-Sin dudas el INCAA es cómplice de esas políticas norteamericanas también y está convirtiendo de a poco al cine argentino en entretenimiento. ¡Y yo no voy a perder dos horas de mi vida en una película de cuarta para entretenerme! ¡Más vale me quedo sentado en un bar y me entretengo mirando las mujeres que pasan! Incluso las películas francesas o italianas que vienen de vez en cuando a los cines comerciales están cortadas por la misma tijera de cine convencional. Después de acostumbrar a la gente a ver películas como esas, les pasás una de Bergman y el tipo se suicida.
-Pero la mayoría del público se quiere entretener, ¿qué pensás?
-Que eso no está mal, pero en cine es algo completamente secundario. ¿Qué es el entretenimiento? ¿Adormecerte mientras pasa el tiempo? ¿Poner el alma en un freezer? Vos te podés entretener, pero el tiempo no se entretiene nunca ¡El tiempo pasa y la muerte se acerca mientras nosotros nos entretenemos con películas de cuarta! Cada vez que yo he visto una buena película, no me he entretenido para nada. Al contrario. He sufrido, he llorado, me he alegrado. Y después salí de la sala como si hubiera vuelto a nacer; lleno de emociones, lleno de belleza, lleno de preguntas.
 
Iván Wielikosielek

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