Mina Clavero ya no es lo que era. De aquel tranquilo pueblo de Traslasierra, donde se respiraban los aires dormilones del valle, a esta movida ciudad que vibra al ritmo del turismo masivo de verano hubo un cambio importante. Que lo digan si no los tradicionales burros de la zona. “Un bajón. Ahora uno no puede dormir la siesta tranquilo que ya vienen los turistas estos a subírsenos al lomo, sacarnos fotos, pegarnos con palos y burlarse de nuestra cara”. Eso señala Jacinto, un baqueano de la región. El burro lo mira al lado y sigue comiendo pasto. Ejemplo de este cambio radical es el Nido del Aguila. Ubicado a 15 cuadras del centro, sobre el río Mina Clavero, es uno de los puntos más famosos y bellos de la zona. Ayer espacio reservado para la contemplación y el contacto con la naturaleza, hoy destaca como plataforma para el bullicio, el descontrol y el no encontrar un maldito metro cuadrado para tirarse a disfrutar del sol. Bandadas de gente por todos lados, música a fondo, viejas gritándole al nene para que venga a comerse los bizcochos y el típico pelado musculoso con lentes de sol tratando de llamar la atención a cualquier precio. Las ganas que dan de hundirle la humanidad en la arena. A la vieja digo. El pelado tiene suerte de ser tan musculoso.
Con todo, el Nido del Aguila sigue siendo un rincón privilegiado de la serranía, con el agua corriendo entre grandes piedras y ollas y un enorme peñasco de 18 metros de altura que da nombre al lugar. Desde allá arriba, el visitante obtiene fantásticas panorámicas del valle y sus horizontes de laderas, roca y pasto. Desde allá arriba, también, los más audaces se lanzan en busca del agua. El burro los mira y sigue comiendo pasto. Jacinto, boleadora en mano, le apunta al pelado.