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12 de Enero de 2014
Julio Benítez
Investigador privado de la melancolía
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Debutó como periodista a los 68 años en “El Regional”, tras haberse jubilado como tenedor de libros. En dicho semanario escribirá su célebre columna sobre los “tiempos viejos”, volviéndose referente ineludible para los buceadores del pasado en las dos Villas. Diez años después y con 450 notas en su haber, dos libros y un programa televisivo (“¿Te acordás, hermano?”), don Julio se ha convertido en un Sherlock Holmes de las historias perdidas; esas que fueron escritas con la tinta apagada del tiempo y la sangre de sus protagonistas que aún brilla en el olvido




Sin ningún temor a equivocarse don Julio Benítez podría decir que su trabajo es el de “investigador privado”. Claro. No es uno de esos tipos de anteojos oscuros del FBI que andan con una magnum en el saco, ni esos otros de la CIA que andan con la tecnología top en el maletín y ganan millones por develar información secreta. Tampoco es uno de esos detectives que espían infidelidades en las ciudades chicas y les cobran sus honorarios a destrozadas esposas y maridos cornudos. No. Su tarea es mucho más inofensiva y también mucho más barata. Inofensiva porque sus resultados no producen intrigas internacionales ni sangrientos divorcios. Y barata porque todo su equipo de trabajo se reduce a una libreta, una lapicera, un grabador y una camarita de fotos. Sin embargo (y en esto van a coincidir casi todos los villamarienses) sus “investigaciones” son fabulosamente ricas y hasta podríamos decir “imprescindibles” para quienes necesitan viajar al pasado y saber cómo era la vida en esta perdida ciudad del “Tercero Abajo” hace 40, 50, 100 años. Y si bien es cierto que muchas veces don Julio se ha ocupado de historias “grandes” o institucionales (la inauguración de la plaza, los almacenes de ramos generales, el alumbrado público o el Cristo) es evidente que su predilección son las historias chiquitas y personales, las pequeñas semblanzas de la vida privada que, de no mediar su interés casi policíaco y su obstinación de ave de presa, se deslizarían como anguilas enjabonadas en manos de los historiadores, esos pescadores que se embarran en los lagos del pasado en busca de perlas. Pero no, a don Julio esas fabulosas anguilas no se le escapan tan fácilmente. No se le pudo escabullir la historia del “alemán de la isla”, un Robinson Crusoe teutón que vivió en un archipiélago del Ctalamochita entre los años 20 y los años 40 y del cual apenas si latían recuerdos en septuagenarias memorias (esas que Julio Holmes se encargó de entrevistar una por una). Tampoco se le pasó inadvertido “el vasco de la carretilla”, un trotamundos que con su carro de albañil recorrió el país en los años 50 auspiciado por “Alpargatas” y se volvió leyenda (Sherlock Benítez testimonió su estadía de tres meses en Villa Nueva con la familia que lo había alojado, consiguiendo las únicas fotos que dan fe de su paso). Pero sería injusto decir que las historias “pequeñas” de don Julio se reducen a la simple pintura de personajes. También ha dado testimonio de mínimos acontecimientos extraordinarios que, bien utilizados, podrían servir de disparador a fabulosos relatos del Sudeste. Un buen ejemplo es el aterrizaje de emergencia de un avión en un campo de Silvio Pellico en el año 48; avión que con 50 pasajeros se quedaría varado durante un mes hasta que otro aeroplano vendría en su rescate (uno se puede imaginar las excursiones de campesinos a ver aquel fenómeno como si se tratara de un plato volador o una nave espacial y luego contándoles a sus vecinos acerca del gigante de alas dormidas). 
También hay que decir que algunas de las historias rescatadas por don Julio han dejado de ser patrimonio exclusivo de nuestra comunidad para cruzarse con la historia grande del país como es el caso de la cautiva villanovense Dorotea Cabral, capturada por los indios de Calfucurá. Y aquí se puede establecer un fabuloso contrapunto entre una nota periodística y el “boom” de las novelas históricas argentinas, con sus cautivas que se volvieron “indias blancas”. Otras historias, en cambio, podrían servir de inspiración a tétricos cuentos de Edgar Allan Poe; como aquella titulada “El velatorio del angelito”. Allí se cuenta, con lujo de detalle, cómo se velaban a los chicos hace un siglo, vestidos como angelitos arriba de la mesa y luego les prestaban el cadáver a los vecinos, quienes celebraban aquel privilegio de ultratumba a puro canto, baile y alcohol.
Pero mejor que enumerar las notas escritas a lo largo de una década será hablar con este excontable que se volvió periodista, con este sanjuanino de nacimiento que en 1950 sacó la ciudadanía villamariense en cuerpo y alma, con este jubilado que tras periódicos viajes al reino de la melancolía volvió a inventar su propia juventud.
 
Argonauta de los tiempos viejos
 
-A los 68 años se volvió periodista. Su historia se parece a esas películas donde alguien se despierta una mañana y puede ver el futuro, sólo que a usted le interesa espiar hacia el pasado…
-Sí, así fue como pasó. El periodismo era como un chip que tenía sin activar en mí y que recién descubrí una vez que me jubilé. Pero cuando ese chip empezó a funcionar, fue verdaderamente como un despertar. Volví a nacer a un mundo fabuloso que me encanta.
-¿Y cuál fue el disparador de ese despertar?
-Todo se originó cuando entré a la agrupación de maquetistas, tratando de hacer estaciones de tren a escala junto a fervientes y llorosos exferroviarios (risas). Así fue como un día conocí a Miguel Andreis, director de El Regional. El había venido para hacer una nota y nos quedamos charlando un largo rato. Al ver mi apasionamiento por la historia del ferrocarril, me pidió si quería escribir alguna nota para su semanario.
-¿Y cómo tomó ese ofrecimiento?
-Como un desafío maravilloso. Me acuerdo que la primera nota que hice no fue de los trenes, sino de un gol hecho en Villa Ascasubi que posiblemente fue el más rápido de la historia. Lo metió un señor Suescum que luego fue intendente del pueblo, a un club de Hernando a los 3 segundos de juego. Fue en el momento de sacar, en una cancha de 90 metros. Y Suescum le pegó directamente al arco, sin dársela al inside. La nota había salido en una “Goles” del 66 y yo la reconstruí. A los pocos días le dije a Miguel que tenía otra nota; la historia del Tren de las Nubes.
-¿Y cuándo empezó con los temas locales?
-Justo en la tercera nota. Fue cuando escribí sobre el mástil de la plaza de Villa Nueva que fue donado por un ingeniero inglés, Wilfred Eady. Este “inglés” había nacido en Villa Nueva de pura casualidad, a fines del siglo diecinueve, y es una historia hermosa porque cuando años después Eady volvió a Villa Nueva con la comisión de venta de los ferrocarriles, el intendente Manuel Modesto Moreno le pidió un mástil para “la ciudad que lo vio nacer a usted”. Y Eady se lo donó en el año 46.
-¿A partir de esa nota se sintió periodista?
-No, eso fue al poco tiempo; un día en que Miguel me dice: “Che, Julio, te voy a incluir en el staff de El Regional”. A mí me dio como un cosquilleo eso de verme en la página del semanario con la foto y leer “Julio Benítez, periodista”. Se lo dije a Miguel y él me contestó: “Julio, ahora el periodismo se estudia pero antes se hacía. Y vos sos de la vieja guardia. Por el hecho de comunicarte periódicamente con la gente con la seriedad y responsabilidad que vos lo hacés, ya te merecés sobradamente ese título”.
 
Historias mínimas
 
-Ha hecho notas de todos los temas posibles de la ciudad: los intendentes, las plazas, los colegios; pero pareciera tener predilección por las historias mínimas, por esa gente de la que nadie se acuerda…
-Sí. Por alguna razón siempre me gusta desenredar los ovillos del destino. Me gusta que me den la punta de una historia y después investigarla hasta las últimas consecuencias, como hice con el alemán de la isla. De ese hombre ya casi nadie se acordaba, pero buscando por todos lados llegué a recoger una decena de testimonios hasta que reconstruí su vida. El hombre criaba gallinas y vendía huevos en la isla. También fabricaba mermeladas y las traía a la ciudad en moto, y cuando se le rompía la moto, unos vecinos le prestaban un sulky. Hasta que un día el hombre murió sin dejar rastros. Tenía una hermana en Buenos Aires.
-También tiene una marcada predilección por los boliches viejos…
-Le dediqué mucho a la historia del “Boliche de la Legua”, que empezó siendo almacén-escuela y terminó siendo lo que todos sabemos. Pero tuve una alegría inmensa cuando localicé a la primera maestra, Clotilde, que dio clases por los años 30 y luego a la maestra que la suplantó y que aún vive en Córdoba. Ella me mandó fotos de esa época y le estaré siempre agradecido.
-Todo Sherlock Holmes necesita de un Watson que lo acompañe en sus investigaciones. ¿Quiénes son sus colaboradores, don Julio?
-Por suerte tengo colaboradores de primera que además son amigos, como Carlos Ortega que murió hace poco. El había sido recorredor de ferias y conocía todo acerca del campo. El me dio el dato del boliche “Las Cuatro Esquinas” camino a Las Mojarras y me hizo el gancho para que entrevistara al hijo del patrón, que desde entonces siempre me saluda para navidad. Otro amigo, “Tito” Suárez, me contó que la arena para construir las pistas de aterrizaje de Ezeiza se sacó de nuestro río y escribí esa nota. También me ayudó mucho Rubén Vijande. 
-También se ha valido de libros escritos…
-Sí. Cuando he recopilado datos he recurrido a Bernardino Calvo, Eneas Alvarez Igarzábal, Rubén Rüedi y Pablo Granados, historiadores de primera línea de las dos Villas. 
-¿Qué es lo que más le fascina de Villa María?
-Las casas antiguas. Son los tiempos viejos que todavía se mantienen en pie. He tomado fotografías de todas. Han volteado un montón pero también es cierto que otras se conservan en pie, quizás por problemas de herencia. ¡Ojalá que no se tiren nunca! Otra cosa que me encantan son los algarrobos, especialmente de barrio San Juan Bautista.
-¿Y del pasado, don Julio? ¿Qué es lo que tanto lo fascina del pasado?
-Que eran tiempos distintos donde la gente era otra cosa y se vivía de otra manera. Y sobre todo las cosas que yo viví cuando era chico. Viajaba en el tren con mi padre, que era ferroviario. Ibamos a todos lados, especialmente a visitar mis tíos de San Juan antes que lo destruyera el terremoto. Y yo era feliz en ese tren. Sí, eran tiempos distintos, tiempos muy hermosos y sobre todas las cosas vivía mi padre, me cuidaba, estaba conmigo.
 
Iván Wielikosielek



Julio retratado por Miguel Andreis 

“Julio Benítez es una excepción a las reglas del periodismo y la investigación. Transitó su existencia sin saber cuál era su verdadera vocación. La encontró cuando la piel se estira y la memoria precisa de un aceitamiento neuronal. Se rejuveneció. Su madera de comunicador estaba escondida hasta que un día decidió presentarse en la redacción de nuestro semanario, El Regional, y ofrecer un escrito. Aquello fue su disparador. Ya nada sería igual para él. Retrocedió en el tiempo y el hambre de información lo invadió. No es un escritor ortodoxo ni de ampulosidad literaria. Lo sabe. Pero suple todo eso con una iniciativa que más de un estudiante de periodismo debería observar. Se ha convertido en un buscador incansable. No ignora que su aldea precisa de sus indagaciones. Nos pone en clima sobre la historia que nos envuelve. Cada semana permite darnos un baño de conocimiento graciando entre la nostalgia y los hechos relevantes que constituyen la identidad de Villa María, hasta el ínfimo valor que para el ciudadano común puede pasar desapercibido. El sabe que allí hay una porción significativa del pasado. Y como un ave de presa volará todo lo que sea necesario hasta alcanzar el objetivo” (…).
Extraído del prólogo a “Tiempos viejos”, tomo uno.



Tiempos viejos, memoria periodística de las dos Villas

Julio Benítez ha publicado “Tiempos viejos -¿Te acordás, hermano?”, tomo uno y dos, ambos declarados de Interés Cultural por el Honorable Concejo Deliberante, y pueden conseguirse en las librerías de la ciudad. En el tomo uno (Eduvim, 2011), su autor recoge, además de las ya mencionadas en este artículo, notas  referidas a los comercios de Villa Nueva en 1945; la Compañía General de Tierras Central Argentino; Hilario Rantica, el italiano que desafió al ciclón del año 28 y la Chiva Vázquez. El tomo dos (edición de autor, 2013) contiene la historia de Casa Baby Boy, el Bar Monta, una semblanza de César Brion y una de las notas más curiosas que Julio escribiera en sus diez años de actividad: Ofelia Dondo, la mujer de la lluvia, una señora de barrio Güemes que tiene registrada todas las lluvias caídas en la ciudad desde 1956.


 

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