“Nada más absurdo que los argumentos invocados contra la legislación del aborto (...) La maternidad forzada termina por arrojar al mundo hijos enclenques, a quienes sus padres serán incapaces de alimentar y que se convertirán en víctimas de la asistencia pública o en niños mártires” (Simone de Beauvoir - El Segundo Sexo).
No es una cuestión que se pueda tomar a la ligera. No es fácil. Se deben analizar reflexivamente las diversas variables y factores en juego para argüir un posicionamiento consistente.
Particularmente, debo advertirlo, el mío no es un enfoque feminista, sino más bien procedente del humanismo, pero de un humanismo en el sentido integro e intelectual del concepto. Con esto quiero decir que en lo que a mí refiere, el denominado “derecho a la vida” es mucho más amplio que el “derecho a nacer”, también el derecho a no padecer una muerte evitable y, sobre todo, el derecho a una vida digna en la cual una persona pueda tener acceso sin coerciones a todas las oportunidades posibles (autonomía). Por otro lado, desde este mismo humanismo puedo alegar que el acto de nacer-existir es concebido por mí como una simple contingencia. ¿El derecho de nacer a quién? No hay “quien”. En efecto, para un ateo (mi caso y el del filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre, con el cual me identifico) no hay esencia previa a la existencia. Esto quiere decir muchas cosas y es un asunto filosófico polémico. No voy ahondar en este punto porque requiero de extenderme mucho más. En todo caso, recomiendo leer “Existencialismo es un humanismo” y el “Ser y la Nada”, ambos libros de Jean Paul Sartre, pero en síntesis quiero decir que desde mi punto de vista no hay vida humana, espíritu y/o conciencia previas al acto biológico de nacer-existir, sino que todo esto es posterior al mismo. Para ser explícitos, el feto es vida biológica, no humana, pero seamos cautelosos, estamos en la proximidad de la existencia humana, en lo prehumano, por eso lo delicado y traumático del asunto, cosa que no me permite arriesgar imperativos categóricos, pero sí establecer prioridades en las condiciones actuales. Lo claro es que el vivir humano no se caracteriza por su composición biológica, sino por el desarrollo fenomenológico de una conciencia intencional, en tanto esta se desarrolla progresivamente en relación con el mundo exterior.
Comenzamos por algunas estadísticas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el aborto inseguro es una de las causas más importantes de mortalidad materna. Unos 20 mil millones son considerados los abortos inseguros anuales. Son 68 mil las mujeres que mueren anualmente por las complicaciones de un aborto inseguro y entre 2 y 7 millones al año sufren complicaciones y enfermedades graves y prolongadas. Lo que lleva a una mujer a abortar es un embarazo no deseado. ¿Por qué no deseado? Para responder, la cuestión debe abordarse desde diversos ángulos. El primer eje que podemos abordar a partir de esto es el eje social. Seré taxativo: si existe la intención de revertir esta situación tanto cuantitativa (cantidad de abortos clandestinos) y cualitativamente (condiciones en las que se efectúa el aborto clandestino y que desembocan en la muerte), es el eje social el que debe priorizarse en un análisis y posteriormente en cuanto a las medidas a tomarse al respecto. Tanto las causas de la decisión de abortar como la precariedad de las condiciones higiénicas y profesionales en las que se realiza clandestinamente tienen relación con la inequidad social. En cuanto a la determinación de estas condiciones, la deducción es simple: quien disponga de mayor poder adquisitivo tendrá acceso a mayor calidad, a mejores profesionales y a mejores condiciones higiénicas, aunque el aborto se efectúe clandestinamente.
En cuanto a las causas que llevan a abortar, las mujeres con mayor vulnerabilidad social son mayormente propensas a embarazos no deseados en función de, primero, las adversidades que conlleva para ellas acceder a políticas de salud educativa orientadas hacia la sexualidad y reproducción que contribuyen a la prevención de embarazos no deseados. Segundo, a las múltiples dificultades que provoca el entorno de la pobreza para asimilar estos y otros conocimientos; y tercero, porque la situación de pobreza es un factor que influye por “no” en la decisión de proyectar una vida madre-hijo en condiciones dignas. El último punto es interesante porque no está solamente relacionado a la posibilidad de satisfacer necesidades básicas mediantes las cuales un hijo pueda subsistir. Subsistir, subsisten también los animales. Aquí apelo al humanismo que mencioné anteriormente, ya que requiero definir con rigor “proyecto de vida digno”. Cuando utilizo el término “dignidad” y “proyectar” me refiero a que un ser humano pueda proyectarse, realizarse y desplegar su vida en su condición humana con la posibilidad de acceder, como dije al principio, a todas las oportunidades posibles que ofrece el mundo exterior a un sujeto en igualdad de condiciones con el resto de la sociedad. La inequidad inherente de todo sistema capitalista es antagónica a esto. La mayoría de los estados en América Latina han tomado medidas significativas al respecto y se han logrado avances relevantes. Sin embargo, por razones políticas entendibles se han tomado sin terminar de trascender los márgenes capitalistas, por lo que no se han atacado, al menos directamente, las causas estructurales de la desigualdad social ante un sistema capitalista que a pesar de estar en crisis todavía se considera hegemónico y consolidado en los pueblos del mundo. Proseguiré el análisis en la parte dos de este trabajo abordando otros ejes como lo son la sociedad machista en la cual convivimos y el rol político de la Iglesia Católica, factores que están relacionados a los embarazos no deseados y a la cuestión del aborto.
Ernesto Bertoglio