Esta segunda parte construye un análisis que refiere a la sociedad machista y patriarcal en la cual convivimos y su relación con los embarazos no deseados que preceden a la decisión de abortar. Confío en direccionar así el análisis hacia las causas estructurales de la problemática. Aquí ya he aseverado algo que no debe menospreciarse. El embarazo no deseado como variante que precede a la decisión de abortar. Cuando la institución eclesiástica toma partido por la ilegalización del aborto aparentan cuanto menos ignoran la relevancia de esta variante; las causas actuales que lleven a concebir un embarazo como no deseado y sus consecuencias. Al colocarse en el lugar del embrión fetal la institución eclesiástica simplifica el acto abortivo en una suerte de “trámite rutinario” ignorando qué es lo que lleva o más bien empuja en las actuales circunstancias a una mujer a correr riesgos mortales de toda ímpetu en un aborto de condiciones clandestinas, al margen de la legalidad, es decir, sin las garantías legales, higiénicas y de calidad profesional correspondientes, agregado esto a lo complejo que resulta psicológicamente ya de por sí la decisión de abortar. Al realizarse, como dije, al margen de la legalidad y en situaciones clandestinas, la desprotección es absoluta. Sin embargo millones de mujeres optan por correr estos riesgos mortales, lo que de algún modo evidencia el carácter sumamente angustioso que conlleva un embarazo no deseado.
¿Cuáles son las causalidades que conllevan a concebir un embarazo como “no deseado”? En la primera parte de este trabajo fundamenté las causas sociales. Pero lo cierto es que la inequidad social, la desigualdad social y la falta de poder adquisitivo responden a esta pregunta sólo en parte. Los embarazos no deseados y la ulterior decisión de abortar incluyen y afectan a todas las clases sociales. Mujeres y parejas de un aceptable poder adquisitivo recurren también al aborto. Es así como resulta preponderante alegar a las causas estructurales. He llegado a la conclusión de que el patriarcado y la sociedad machista siendo características de la sociedad occidental contemporánea, ayudan a explicar estructuralmente la problemática. El asunto tiene sus raíces, en primera instancia, en las sociedades prehistóricas en los orígenes de la división sexual del trabajo. En base a razones fisonómicas, mientras que los machos se dedicaban a la recolección de carne cazando y salían más al exterior en busca de alimento, la mujer, a pesar de que se dedicaba más a permanecer en los hogares, practicaban la recolección de vegetales, invertebrados y vertebrados pequeños, lo que les posibilitaba disponer de un cierto poder económico determinante cuando las cacería de los machos no era exitosa. En segunda instancia, con el surgimiento de las sociedades sedentarias agrícolo-ganaderas del neolítico que suscitó la aparición de la propiedad privada, la recolección pierde relevancia económica y con ello también el poder socioeconómico de la mujer degradando la condición femenina dedicada esta exclusivamente a la maternidad y extremando su dependencia económica respecto a los machos, cosa que resultó una suerte de “pecado original” y que gradualmente fue derivando en violencia de género y negación de todo tipo de derechos y margen de decisión para con las mujeres. Comenzaba la era del patriarcado y del machismo que perdura hasta nuestros días.
Si en una sociedad capitalista el “éxito” se sintetiza como sinónimo del individualismo y la relativa autonomía de un hombre de negocios, de un abogado o de un contador (qué más da) con un buen auto, una buena casa y una buena billetera, lo que para muchas mujeres resultaría un atractivo al que podrían directamente adherirse, por el contrario, para muchas otras ese es el “éxito” al que la mujer “rebelde” intentará acceder por sus propios medios aunque el camino le resultará mucho más adverso, y no obstante, tratara de posicionarse lo más cerca posible de ese objetivo. Un embarazo no planeado, no hace más que contribuir a la agudización de esa adversidad. A fin de cuentas, como aseveraron los viejos Marx y Engels, todo es mercancía, todo es dinero en última instancia, incluso para la Iglesia Católica. Dios no ha muerto. Dios es el dinero, y el ser-humano es ser-dinero. ¿Ni siquiera esto pudieron advertir los jerarcas-intelectuales de la Iglesia Católica? Es que su único Dios, ese en el que realmente creen, está depositado en el Banco del Vaticano sea quien sea y sea de donde sea el Papa. No es que no pudieron, sino que no quisieron, y lo que es peor, no querrán. Muchos menos querrían posicionarse contra un sistema patriarcal del cual han sido cómplices y partidarios históricos por conveniencia empezando por absurdos mitos bíblicos (Eva y la Manzana Prohibida) hasta el esquema familiar monógamo-machista antes mencionado. Entonces bien, en vez de develar los auténticos nudos causales de la cuestión abortiva, nos han “ilustrado” con una serie de vocinglerías emanadas de presupuestos abstractos y supra humanos. No obstante, políticamente estos argumentos representan una de las escasas temáticas en las que la Iglesia Católica y otras instituciones eclesiásticas se conservan fuertes y consolidadas, a pesar de que en Latinoamérica la mayoría de los cristianos ha optado por una relación personal con Dios sin la intromisión del “club de fans”. A la vez que con su influencia que todavía poseen nos inducen en un enfoque erróneo de la cuestión y evitan dilucidar las verdaderas causas que llevan a la elección de abortar, imposibilitan y frustran cualquier medida política que los gobiernos puedan tomar en función de paliar las muertes maternas a causa de abortos clandestinos, ya que de hacerlo, se encontrarían con la desaprobación de la voluntad popular. La tercera y última parte de este trabajo incluirá algunas conclusiones y reflexiones finales.
Ernesto Bertoglio