Por Rodrigo Duarte
Murió Carlos Suárez. No fue ayer, ni la semana pasada. Ni siquiera el año pasado. Carlos Suárez murió el 15 de diciembre de 2009 y la fecha me impacta por ser el día de mi cumpleaños. La necrológica dice que fue periodista y militante de Montoneros, que tuvo una activa participación en la puesta en el aire de Radio Noticias del Continente en Costa Rica, que trabajó y fue amigo de Rodolfo Walsh, que hasta ese día mantuvo una relación personal con Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja. Agrega: “Siempre fue pobre. Siempre fue valiente. Siempre fue un consecuente señalador de las políticas de dominación del imperialismo norteamericano y de la complicidad de los cipayos para instrumentar la estrategia del neocolonialismo en América Latina”. Así lo conocimos.
A Carlos Suárez lo encontramos gracias a Omar Cáceres en el Hotel Bauen. Tomamos café y hablamos un largo rato sobre los 70 y su participación en Montoneros. Con Adrián habíamos viajado toda la noche sin un destino demasiado cierto. Sólo sabíamos que Tilda Rabi nos había pautado un encuentro con Miguel Bonasso en el Congreso y que Dante Gullo nos esperaba al día siguiente en su oficina. Esa tarde había sesión y Bonasso era orador en medio del debate por algún tema complicado del momento. Estamos hablando de 2005 y todavía, con menos fuerza, se hablaba de la transversalidad. Yo me inclinaba fervientemente por esa idea. Adrián, que sabe de peronismo, se encargaba de ponerme sobre rieles. De aclararme para dónde irá la cosa. Tilda enfáticamente nos aclaraba que no quería “otro primero de mayo”. Miramos la hora e interrumpimos el diálogo con Suárez. Tenemos que ir al Congreso a hacer una nota, ¿la seguimos luego?, preguntamos. Cuando quieran, respondió. Nuestro andar pueblerino, del cual aún hoy cuesta desprenderse en cada visita a Buenos Aires, nos llevó al Salón de los Pasos Pedidos. Obnubilados con el entorno nos encontramos a Bonasso. Le contamos lo que buscábamos y accedió a responder. La entrevista duró media hora. Después vinieron las fotos y el intercambio de ideas sobre el kirchnerismo.
No sé si se animó a decirlo, pero Adrián tenía presente el recuerdo de la presentación en Villa María de “El Presidente que no fue”. Yo fui testigo de la cara de Bonasso en el auditorio de Luz y Fuerza cuando “el Negro” le preguntó si Cámpora no había sido demasiado obsecuente de Perón. Ahí la historia fue otra. El diario Noticias y, de yapa, Trelew. Volvimos al atelier de Omar en una galería de calle Rivadavia satisfechos con haber cumplido parte de la misión. Bonasso está grabado y ya hicimos contacto para ver qué hacer con el PRD cuando volvamos a Villa María. Sabíamos que era poco o nada lo que haríamos. Adrián, insisto, es peronista. Yo poco participativo y tímido. Hablamos con Carlos y existe la posibilidad de contactar a Fernando Vaca Narvaja en la imprenta que tiene Celedonio Carrizo en San Telmo, dijo Cáceres.
No nos miramos, pero seguro se nos iluminó una sonrisa de complicidad con la historia. Sobre todo a mí, que estaba estudiando la fuga de Rawson y la masacre de Trelew.
Estar con Vaca Narvaja sería un golazo para la investigación y un gusto personal. Esa noche cenamos en un bodegón de españoles. Omar se molestó porque tomábamos cerveza y no vino en pingüino. Al día siguiente fuimos temprano a la Biblioteca Nacional para buscar los diarios Noticias. Al mediodía nos confirmaron que Vaca Narvaja nos esperaba. Llegamos a la imprenta ansiosos. Nos atendió “Cele”. Buscamos a Fernando, le dijo Adrián. Ustedes son los cordobeses, pasen. Y nos invitó unos mates dulces hasta que llegó Vaca Narvaja. El tema fue Trelew. Una hora de diálogo y, al cierre, foto para el ego. Saludos a Carlos, nos dijo. Cuando encontramos de nuevo a Suárez pudimos observar cierta satisfacción en su rostro. El sabía lo que significaba para nosotros conseguir esas entrevistas. Más allá de la excusa académica de estudiar los 70 desde el discurso mediático. Queríamos hablar con ellos. Conocer las historias contadas por sus protagonistas. A la tarde vamos a ir a ver a Gullo. Si esperan un rato pueden entrevistar a Roberto Perdía. “El pelado”, al unísono. Tiene una oficina en el cuarto piso.
Llegó apurado. El ascensor fue el más rápido al que haya subido en mi vida. No sé si fue eso o sólo una sensación.
Adrián estaba más compenetrado que yo en la charla. Sabía a la perfección quién era o qué representaba Perdía. Adrián, ya sabemos, es peronista y sabe de peronismo. No recuerdo qué, pero dije algo que causó una carcajada en ellos. Este no es muy peronista, comentó entre risas Perdía.
Mi timidez se habrá potenciado y “debo confesar que me tiemblan las manos”.
Bajamos con el objetivo Gullo. Otra vez frente a la historia. También al presente y al futuro en este caso. Era 2005 y sabemos lo que significó la figura del “Canca” para el kirchnersimo. En ese momento se estaba gestando todavía el movimiento que se supone es hoy. El hijo nos sacó una foto fuera de foco que hoy no me resistiría a publicarla en cualquier red. Al tercer día volvimos a la Biblioteca, después a hablar con Suárez en el Bauen y de nuevo a la Biblioteca para entrevistar a Horacio González. Un año antes habíamos hablado con él en la Universidad de Villa María. El tema fue “Ciencias duras vs. ciencias blandas”.
Al poco tiempo de hacer esa nota leí la cantidad de veces que se lo nombraba en “La Voluntad” y me quería matar.
De todos modos, a los fines académicos de aquella entrevista, la diferencia que hizo y que creí entender fue lo que los editores buscaban. Antes de ir a cenar con Cáceres y Suárez pasamos por una radio en Palermo. Hasta nos animamos a hacer una entrevista.
Comimos unas empanadas y Suárez nos contó decenas de anécdotas en primera persona. Siempre supo que nos estaba alimentando. En algún lugar de nosotros quedará siempre ese hombre. Militante y pobre, como lo conocimos. Para él la militancia tenía otro significado. Para esa generación lo tenía.