Cuando al viajero le preguntan “¿a dónde vas?” y contesta “a las nubes”, renace el pensamiento de siempre: “Este drogadicto de porquería ya estuvo enfarlopandose con porros de droga”. Pobre el que responde, que tiene que comerse los prejuicios del vecino cuando en realidad está haciendo referencia al Tren a las Nubes. Ese célebre emprendimiento turístico que desde Salta llama la atención de visitantes de todo el planeta. Diremos que sí, que habrá algún colocado que, sentado en su butaca bajo efectos alucinógenos, cree que el vagón es el torso de un águila gigante surcando los cielos. Pero meter a todos en la misma bolsa es muy injusto.
El tren en cuestión sale una vez por semana desde la capital de la provincia norteña (diciembre, enero y febrero permanece cerrado). Ida y vuelta, recorre alrededor de 430 kilómetros, llegando a alcanzar alturas de hasta 4.200 metros sobre el nivel del mar. “Mamita querida”, suelta uno que mira por la ventanilla los cerros gigantes, los abismos que lo separan del suelo y se le revuelve el mundo. Al lado, la madre se emociona: es la primera vez que su hijo le dice algo tan bonito.
Con todo, lo más atractivo de la travesía son las postales que ofrece. Los más impresionantes paisajes de la puna argentina servidos en bandeja, mientras la locomotora y sus 10 vagones de nivel ejecutivo ascienden pasando por 17 estaciones, túneles, curvas y contracurvas y lo mejor de todo: 29 puentes que son una verdadera proeza de la ingeniería.
Respecto a las tarifas, el encargado de comunicación del servicio brinda detalles. “Todavía no podemos hablar de números concretos para la próxima temporada. Lo que sí le aseguramos es que con esta inflación, el precio del boleto va a estar por las nubes”, sostiene entre risitas y guiños de ojo, orgulloso del chascarrillo. Las ganas que dan de empujarlo al precipicio son incontenibles.