Valle Hermoso es hermoso de verdad, porque todo lo que lo rodea es Punilla. Verde la región, con las sierras chicas al este, decidiendo cómo se ven las cosas por estos parajes. Otra que tiene voz de mando es la ruta nacional 38. Una línea continua a lo largo de la cual las pequeñas ciudades y pueblos de la zona se van extendiendo. Cosquín, Molinari, Casa Grande, La Falda, Huerta Grande, Villa Giardino, La Cumbre… y en el medio del repertorio, la localidad que hoy nos ocupa. Con sus bondades, con su simpleza, que siempre nos alcanzan.
Amén de las bellezas propias, corporizadas en cerros, cascadas, el río San Francisco y el Arroyo Vaquerías, del centro y su puñado de atractivos arquitectónicos, el pueblo tiene un aditivo especial. Según los paisanos, que cuentan cantidad de años viviendo alrededor de las montañas de Córdoba, Valle Hermoso disfruta de uno de los aires más saludables del mundo. O mejor dicho, son ellos, los locales, los que los disfrutan, junto a los viajeros que se acercan, y que miran, y que inhalan y exhalan, y que gustan.
Lo primero que destaca en el arribo es la plazuela floreada que se acomoda a la ruta, o avenida principal. Linda bienvenida, con la primera pintura de casas sencillonas y los vecinos dando vueltas. Moran a sólo 70 kilómetros de Córdoba capital, pero están mucho más alejados. El ambiente que se absorbe por aquí es de pureza. Y en La Docta hace rato ya que desaparecieron las pistas en ese sentido.
Valgan las pocas obras arquitectónicas para decorar la comunidad y sus siete mil miembros. Se ve la Parroquia San Antonio de Padua, construida a principios del Siglo XIX. Se ve la antigua Estación de Ferrocarril, con el Museo Municipal y sus múltiples intereses (biología, arqueología, paleontología). Y se ve El Castillo. Símbolo de la región, fue levantado a mediados del siglo pasado, con marcado estilo medieval. Atractiva es su figura, con torres, muros y terminaciones bien de fortaleza. Hoy, igual que ayer, funciona como hotel.
Lo mejor de los alrededores
Pero vámonos a las afueras: ahí está lo que más sobresale del lugar. Lo primero, no muy lejos del centro, es el balneario del pequeño dique La Isla. Alimentado por las aguas del río San Francisco, resulta un elemento vital para vengar los avatares del sol. Más alejado, un par de kilómetros al sudeste del núcleo urbano, surge la Reserva Natural Vaquerías. Perteneciente a la Universidad Nacional de Córdoba, tiene casi 400 hectáreas de extensión y en ella residen dos estrellas de Valle Hermoso: La Cascada de los Helechos y la Cascada del Angel. Ambas forman ollas irresistibles para la zambullida, rodeadas de molles, espinillos, talas y otros clásicos del valle. En buena parte, al tesoro hay que agradecérselo al Arroyo Vaquerías (o Lampatu Mayu, según los comechingones), uno de los principales afluentes de la zona.
Además, la reserva (que nació como complejo ganadero y hoy es centro de investigación y de vacaciones) cuenta con una serie de senderos para sumergirse en la naturaleza y disfrutar la calidad del oxígeno. Realizar todos los circuitos, a paso tranquilo, demanda entre dos y tres horas de caminata. Sobresalen los que llevan al Cerro La Cruz y a las dos cascadas antes mencionadas.
