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19 de Enero de 2014
BENJAMIN CALABRES
Ajedrecista villamariense en tiempos de la segunda guerra
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Benjamí́n, en plena partida contra Unzueta, de Marcos Juá́rez - Equipo villamariense en un torneo de Marcos Juá́rez a fines de los 40, juna Cara, de Marcos Juá́rez
En 1945 y con sólo 21 años fue campeón de Villa María. Participó de varios torneos provinciales como “primer tablero” de la ciudad y se batió en simultáneas contra grandes maestros, como el sueco Gideon Stahlberg. Dejó de jugar en 1950, absorbido por el trabajo bancario y el estudio. A punto de cumplir los 90 años, don Benjamín rememora su leyenda, que coincide con el inicio del mayor conflicto bélico del  Siglo XX

El pasado más glorioso de don Benjamín Calabrés pareciera caber en un fabuloso álbum de fotos. Allí están prolijamente acomodadas las del año 31 de primero inferior en un colegio de varones, las del 43, cuando se recibió de bachiller en el Colegio Nacional y fue el primer abanderado y, por cierto, las fotos del ajedrez, esas que comprenden más de la mitad del álbum y, acaso, la etapa más importante de su vida. Y en esas cartulinas sepias o en blanco y negro tenemos a un Benjamín veinteañero y pensativo frente a los tableros más fuertes de la provincia, en esos míticos torneos jugados en los años 40 con sede en Marcos Juárez, Bell Ville, Río Cuarto o el Palace Hotel de la ciudad. También esas fotos lo muestran distendido, posando junto al equipo villamariense componiendo un cuarteto durísimo de doblegar junto a Carmona, Rubio y Cóyola. 

Pero en la parte final, el álbum de Benjamín cambia de escenario, culminando con postales muy diferentes. En ellas vemos a un hombre maduro de traje y corbata presidiendo correctas ceremonias bancarias. La toponimia de la región también ha cambiado. Ya no son “sedes”, sino “sucursales”: Laboulaye, San Francisco, La Francia, cualquiera de las 12 donde Calabrés se desempeñó como empleado o gerente. Esas tres partes del álbum quizás resuman no sólo la vida de Benjamín, sino la de casi todos los seres humanos: niñez y pubertad hechas de obligaciones escolares, adolescencia y juventud hechas de sueños e ideales, madurez y senectud hechas de pragmatismo y progreso laboral. 
Sí. Acaso la vida de Benjamín Calabrés sea muy parecida en sus etapas a la de la mayoría de los seres humanos, pero con una sorprendente particularidad. Y es que el hombre de casi nueve décadas pareciera guardar entre algodones aquel sueño adolescente que aún sigue soñando: ser un ajedrecista brillante como su admirado Capablanca. Porque al hablar con este hombre mayor se tiene la certeza de estar escuchando por momentos a un joven lleno de proyectos, a un ajedrecista que mañana mismo tendrá que defender el primer tablero de la ciudad, a un muchacho que tras el implacable paso de los años, optó por refugiarse en el cuerpo de un señor que habita una casa antigua de barrio Lamadrid; una casa inmensa como un castillo encantado en donde aquel príncipe de los ´40 pasa los días entre libros o jugando partidas imaginarias en un fabuloso Palace de la memoria.
 
Confesiones de un ajedrecista clase 24
 
-¿Cuándo empieza, Benjamín, su pasión por el ajedrez?
-Yo empecé a jugar en el año ´38, con 14 años recién cumplidos. Pero me lo tomé con más intensidad a partir del Torneo de las Naciones que se hizo en Buenos Aires en el año 39. Eso fue lo que entusiasmó al ajedrez en Villa María y en el país. 
-¿Y dónde jugaba en sus comienzos?
-Primero en el Club Sarmiento, pero luego, con la fundación del Círculo de Ajedrez en los 40, me pasé al Palace Hotel, donde era la sede. Ahí jugábamos todos. Por esos tiempos, además, empezaron a jugarse los torneos provinciales con cuatro jugadores por equipo. Y yo empecé a representar a la ciudad
-¿Qué ciudades participaban de esos torneos?
-Las más importantes de la provincia: Córdoba, Río Cuarto, San Francisco, Bell Ville, Marcos Juárez, Villa María y esporádicamente alguna localidad de las sierras. El equipo más fuerte era, sin dudas, el de la ciudad de Córdoba. Allí jugaba Máximo Ramadán Gómez, Rodolfo Redolfi, Osvaldo y Gerardo Bazán... eran jugadores superiores a nosotros, jugadores de otra categoría que se dedicaban solamente al ajedrez porque en Córdoba lo podían hacer.
-Pero usted no se quedó atrás con eso de la calidad y fue campeón villamariense…
-Eso fue en el año 45. Fui campeón al adjudicarme el Torneo Mayor de la ciudad. Así llegué a ser el primer tablero. Pero jugué exactamente hasta el año 50. Yo ya tenía 26 años, trabajaba en el banco, estudiaba un Profesorado de Inglés y entonces abandoné... 
-¿Por qué abandonó, Benjamín?
-Porque tuve la certeza de que mi tiempo ya se había pasado. Así de simple.
 
Y aquí termina lo que podríamos denominar la “autobiografía ajedrecística de Benjamín Calabrés”. Sin embargo, hay preguntas que surgen a partir de estas respuestas y que podrían llenar varios libros. ¿Por qué esa nostalgia en su voz cuando dice “...y entonces abandoné...”? ¿Por qué no volvió a jugar nunca más, ni siquiera como amateur? ¿Por qué sus viejos trofeos lucen esplendorosos encima de su biblioteca? ¿Por qué sus medallas ganadas en los trebejos resplandecen en su armario con delicadeza numismática? ¿Y por qué esos viejos libros con partidas de grandes maestros forrados y acomodados como en una biblioteca? Y, sobre todo, ¿por qué ese álbum de fotos donde el ajedrez ocupa más de la mitad de una vida? ¿Por qué, don Benjamín? ¿Por qué?
 “Porque hay una edad, porque hay un momento para todo. Los grandes maestros de hoy en día tienen menos de 20 años. Incluso el actual campeón del mundo, el noruego Magnus Carlsen, tiene apenas 23... mire si no iba a estar viejo yo para el ajedrez a los 26... Los grandes campeones cada vez vienen más jóvenes... 
-¿Y por qué son cada vez más jóvenes?
-Porque los tiempos han cambiado. Hoy en día, el ajedrecista tiene infinitas posibilidades de progresar y saltar etapas, si se lo compara con nuestros tiempos. La computadora, por ejemplo. Usted puede jugar partidas con gente de cualquier lugar del mundo en vivo o revisar torneos enteros de los grandes maestros. En mis tiempos, el material ajedrecístico era escaso. Había que comprar los libros en Buenos Aires o en Córdoba si uno quería ver algunas partidas. Hoy, estudiar de esa manera sería una antigüedad. 
-¿Y las partidas internacionales? ¿Jugaba en sus tiempos con rivales extranjeros?
-En mis tiempos sólo se jugaba con alguien de otro país por correspondencia y una partida podía durar años.... Imagínese, había que mandar una carta para cada movimiento, esperar la respuesta, y luego volver a mover. He jugado varias partidas internacionales, pero a muchas las dejé a la mitad. Era un sistema medio engorroso. Conozco a gente que ha llegado a jugar más de 100 partidas por carta, según me han dicho... Todo un presupuesto (risas).
 
Talento versus estudio
-¿Piensa que para el ajedrez se nace con talento o hay que estudiar?
-¡Hay que estudiar, indudablemente! Puede que tenga cierto talento, pero si usted no juega bien una apertura, va a perder por más talento que tenga. Hubo gente que en su época tuvo mucho talento, como el caso de Capablanca o de “Bobby” Fischer. Pero ellos estudiaron mucho para llegar adonde llegaron. Hoy en día, no sólo hay que estudiar, sino que además hay que mantenerse al día con todas las novedades. ¡El ajedrez evoluciona todo el tiempo!
-¿Y usted estudiaba mucho?
-Muy mucho, aunque con el escaso material que conseguía. Pero a ese material lo estudiaba siempre.
-¿Lo motivaron sus padres para jugar al ajedrez?
-¡Para nada! La gente de esa época no jugaba al ajedrez. Posiblemente mi generación sea la primera que se lo tomó en serio en Villa María. Había algunos mayores que jugaban, sí, pero sólo en el café, más precisamente en el bar San Martín, que quedaba donde ahora está Casa Tauler. Me parece ver todavía los tableros. No, a mí no me incentivaron mis padres, yo me interesé por el ajedrez de manera espontánea y después vino el Torneo de las Naciones, ese fue el gran incentivo.
-Los chicos de estos tiempos no parecen interesarse mucho por el ajedrez. ¿A qué cree que se debe?
-La verdad es que no lo sé. Yo desde el año 50 que no me ocupo del ajedrez. Tampoco frecuento a la gente joven. Tengo una edad bastante avanzada y vivo un poco recluido a decir verdad.
-¿Y sus compañeros de ajedrez de esa época? ¿Los frecuenta?
-¡Nooooo! Esto es filosófico: usted llega a una cierta edad y ya se le han ido todos. No sólo la gente de su época, sino muchos de los que vinieron después. Y las veces que me encuentro con algún conocido, me cuenta que tal o cual falleció y es una tristeza enorme. Hace poco falleció Antonio Carmona, que salió campeón de Villa María muchas veces y que jugaba conmigo. Tenía 90 años y me dijeron que también vivía recluido como yo. Por eso a veces es mejor no encontrar a nadie...
 
Album y después
 
Se hace una pausa fúnebre, algo así como un minuto de silencio en honor a los caídos. Casi se podría decir una pequeña reflexión sin palabras acerca del inexorable paso del tiempo. Y entonces Benjamín rompe aquella quietud con su apagada voz que se ha vuelto repentinamente enérgica: “¡Venga que le muestro las fotos!”. Y entonces pasamos al living-comedor. Allí, sobre una gran mesa de mantel bordado, yace la bitácora gráfica de su paso por la tierra. Y con memoria prodigiosa, Benjamín me va relatando cada una de las fotos; las escolares, las ajedrecísticas, las bancarias. Las voy copiando con mi cámara a medida que me las comenta; como si efectivamente las tomara tras la ventanilla de un transbordador espacio-temporal ante los consejos de mi guía de a bordo; ese Virgilio que conoce como nadie el Hades de la melancolía. Y cuando se termina ese vuelo rasante por la juventud del protagonista, esa que tuvo lugar en una ciudad de la pampa gringa en tiempos de la Segunda Guerra, le digo que necesito fotografiarlo en vivo y en directo para esta entrevista, ahora, con sus casi nueve décadas encima. Pero Benjamín me contesta de un modo tajante: “Basta de fotos por hoy”. Le digo que las voy a necesitar para ilustrar esta nota, que sin esa prueba me van a decir que no lo entrevisté. Pero el hombre me da una explicación que me desarma. “Mire, muchacho; hace poco me invitaron a la fiesta de los 70 años del Colegio Nacional. Me invitaron porque fui el primer abanderado de la escuela. Estaba sentado ahí con un profesor de mis tiempos y todos nos sacaban fotos y nos miraban. Me sentí como un muñequito de museo, como una atracción de parque. Y no quiero pasar por eso otra vez. Así que, muchacho, sepa perdonarme...”.
Está perdonado, Benjamín. Y ahora el que le pide disculpas soy yo, por mi falta de tacto. Pero la foto de sus 89 años de verdad que no importa. Al fin y al cabo, esta nota fue hecha a un muchacho del 40. Fue él quien contestó las preguntas y está bien que sea él quien salga en todas las fotos. Está defendiendo a Villa María contra los tableros más difíciles de la provincia. Está defendiendo su posición frente al gran Gideon Stahlberg. Y, por último, está defendiendo su sueño más hondo: el de ser un ajedrecista de la raza de Capablanca o de aquellos fabulosos jugadores del torneo del 39. Y a ese sueño lo sigue defendiendo hoy, contra los avatares de la vida y el inexorable paso del tiempo que siempre juega con blancas.
 
Iván Wielikosielek

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