Volver a empezar
En 1825, Mariano Fragueiro logró navegar el Ctalamochita en una canoa desde el Paso de Ferreira hasta el río Paraná. Fragueiro también detalló su viaje sin diferir demasiado de las dificultades que habían encontrado De la Peña y García, quienes anteriormente habían realizado estudios sobra la navegabilidad del río Tercero o Ctalamochita. Este nuevo relevamiento destacó principalmente el escollo que representaban los tramos donde abundaban las toscas, algunas de ellas emergentes.
Cuando Bernardino Rivadavia gobernaba el país, ya ocupaba la agenda política de la época la posibilidad de utilizar los ríos interiores de Argentina para salir al mar. El “Canal de los Andes” fue una de las ideas más ambiciosas de Rivadavia, quien proponía utilizar las corrientes de varios ríos para formar un canal que, desde Cuyo, llegara hasta la cuenca del Plata.
El gran canal nacional partiría desde San Juan, donde la corriente del río Jachal se uniría a la del río homónimo a la provincia y luego a la del Desaguadero, para después conectarse con los ríos Quinto, Cuarto y Tercero y llegar finalmente al Paraná.
Es mucho lo que habría significado para el desarrollo de las economías regionales la concreción de semejante obra, pero la Asamblea Constituyente, ante quien Rivadavia presentó el proyecto en 1826, no le prestó el necesario apoyo.
El “Canal de los Andes” tenía el propósito de unir por vía fluvial 1.500 kilómetros de geografía argentina, impulsando ya por entonces las economías de las provincias surcadas por el “gran río”.
El buque a vapor
Otro sueño marinero fue el de Arturo Liliedal, quien en 1856 también exploró el Ctalamochita desde Villa Nueva hasta Rosario. Liliedal recorrió esa distancia en una canoa auscultando todo a su paso, para luego proponerle al Gobierno regentear un servicio de navegación a vapor. El proyecto de este emprendedor detallaba hasta los sueldos del personal afectado a la futura empresa. Un buque a vapor con capacidad de transportar 16 pasajeros e igual cantidad de marineros realizaría dos viajes al mes, de ida y vuelta. La mercadería a transportar iría en dos chatas remolcadas por el barco con capacidad de cargar cuatro mil arrobas cada una, equivalente a 46 mil kilogramos en total.
El emprendimiento de Arturo Liliedal preveía la limpieza del cauce fluvial para hacerlo navegable y la instalación de almacenes de depósito y oficinas administrativas en los dos puertos terminales, Fraile Muerto y Rosario. Aguas arriba, el viaje tardaría aproximadamente 48 horas; mientras que a la inversa, es decir, de Fraile Muerto a Rosario, el recorrido se haría en 24 horas. En cada uno de los puertos el buque de Liliedal permanecería seis días, afectado a las tareas de carga y descarga de mercaderías.
Pero sólo fue una quimera. Los pájaros ribereños del Ctalamochita nunca fueron alterados por el paso del ruidoso y humeante buque a vapor.
Un ingeniero con mundo
Después de recibirse de ingeniero en la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires, en 1837, Luis Huergo viajó a Europa y Estados Unidos para especializarse en hidráulica y canalización de ríos. De regreso al país emprendió una serie de obras, por las que fue considerado una eminencia en su especialidad. Pero las inquietudes de Huergo no sólo tenían que ver con lo relacionado exclusivamente a su profesión, sino también con la aplicación de sus conocimientos a la solución de los grandes problemas que tenía el país para alcanzar dinamismo en su desarrollo.
Fue entonces que la posibilidad de hacer navegable el río Tercero lo comprometió con tal desafío y el ingeniero -que en otros países había estudiado sorprendentes obras de canalización- puso manos a la obra y se embarcó a la altura de Carcarañá en una lancha a vapor, para remontar el río con el propósito de realizar estudios sobre su cauce. No le fue posible avanzar más allá de un mediano trecho. Entonces, se trasladó por tierra hasta Villa María y desde allí, con una canoa que le facilitó el vecino José Hilario Martínez Castro, emprendió el viaje de relevamiento, esta vez aguas abajo.
Las conclusiones extraídas del estudio llevaron a Huergo a abandonar la idea de utilizar el cauce fluvial y a proyectar la construcción de un canal próximo al mismo, paralelo en la segunda mitad de su extensión.
Naufragio de un sueño
El “Canal de Huergo” partiría desde Córdoba, a la altura de barrio San Vicente, alimentado en su inicio por las aguas del río Primero para luego recibir las del Segundo en proximidades de la localidad homónima y al sur de Pampayasta proveerse del caudal del Tercero. Luego, continuaría su marcha paralelo al curso de este río pasando al Norte de Villa María, donde se fijaría un puerto, para llegar al Paraná a la altura de San Lorenzo, ya en la provincia de Santa Fe.
El trazado del canal, que tendría una extensión de 453 kilómetros, estaba determinado por el aprovechamiento de los desniveles del terreno.
El proyecto del ingeniero Luis Huergo fue presentado al Gobierno de la provincia de Córdoba y convertido en ley el 30 de julio de 1890. Esta iniciativa fue la de más viabilidad y mayores perspectivas de aprovechamiento económico y comercial. Significaría para Córdoba y el país -que contaría con un puerto fluvial en su centro geográfico- un punto de inflexión en su desarrollo, además de la posibilidad de quebrar el monopolio del transporte que circulaba sobre rieles. Pero Argentina estaba atravesando otro de los tantos períodos de turbulencia política y esa etapa de desgaste institucional impidió otra de las grandes realizaciones nacionales. De esta manera, el “Canal Huergo”, como se conoció al proyecto, quedó entre los sueños que entonces el país no supo conseguir.
(Fin de la serie)
Rubén Rüedi