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24 de Enero de 2014
Homenaje
El cruce de los Andes
“En veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile…”
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Palabras del general San Martín  en el parte de la batalla de Chacabuco, Santiago de Chile,  
                                                                22 de febrero de 1817
 
Se recreará hoy, en Mendoza, la partida del general José de San Martín hacia la gesta libertadora de América.
A partir de las 18, en el histórico Campo El Plumerillo, se pondrá en marcha una gran columna integrada por soldados, criollos, paisanos e indígenas que recorrerá los principales hitos sanmartinianos en esa ciudad cuyana.
La intención es recrear aquel 24 de enero de 1817, cuando la columna al mando del General San Martín partió desde el Campo de Instrucción para sumarse al resto del Ejército de los Andes.
Acerca del cruce de la cordillera por el ejército libertador, el padre Furlong escribió el siguiente relato:
 
“Para la inmensa mayoría de los que estudian y enseñan la historia patria, el paso de los Andes es un hecho de gran realce, una empresa difícil, penosa y peligrosa, pero están muy lejos de imaginar lo arduo y sobrehumano que fue aquel cruce, único en los anales de la historia argentina y universal. 
Si exceptuamos a los cuyanos que contemplan, día tras día, ese imponente muro de proporciones gigantescas, y oyen a la continua las infinitas peripecias y mortales accidentes que allí tienen lugar, bien pocos han de ser los argentinos que tengan una idea, ni siquiera aproximada de lo que debió costar a San Martín cruzar la Cordillera. 
El viaje actual, alguna vez en tren, ya sea en rápido automóvil u ómnibus de pasajeros, y ni hablar en avión, sólo muy ligeramente capacita para que pueda uno formarse alguna idea de lo que, otrora, significó cruzar aquel compacto aglomerado de gigantescos montes. 
Para comprenderlo, con mayor aproximación a la realidad histórica, es menester eliminar, mentalmente, la amplia carretera que hoy existe; es preciso suprimir la mayoría de los puentes, y es necesario prescindir del túnel, de que se valen, así los ómnibus como los autos, para acortar distancias y evitar terribles ascensos y descensos. 
En 1817 nada de eso había. 
La carretera no era tal; sólo era un camino, de treinta a cincuenta centímetros de anchura, desigual y pedregoso, camino de mulas en el que había que viajar con la lentitud propia de estos animales, dado lo cual, el cruce demandó de 20 días para las tropas de la Patria. 
Es posible que algún estudioso, al referirse al paso de los Andes no peque de esa estrechez mental, ni de esa visual miope, pero la inmensa mayoría de quienes no hayan pasado la Cordillera o, a lo menos no se hayan internado en ella hasta Uspallata, por ejemplo, o hasta un punto análogo, forzosamente han debido formarse, y se forman, una idea harto inadecuada de lo que fue la hazaña sanmartiniana. 
El coronel Leopoldo R. Ornstein ha escrito, con sobrado fundamento, que “algunos tratadistas han establecido un parangón entre el paso de los Andes con el de los Alpes por Aníbal, primeramente, y por Napoleón, después. 
La similitud es muy relativa, por cuanto difieren en forma muy pronunciada las dimensiones y características geográficas del teatro de operaciones, como también los medios y recursos como fueron superadas en cada caso ambas cadenas orográficas. 
Esas diferencias son, precisamente, las que presentan la hazaña de San Martín como algo único en su género. 
En efecto: Aníbal cruzó los Alpes por caminos que ya en esa época eran muy transitados, por ser vías obligadas de intercambio comercial. Y, aunque no puede afirmarse que su transitabilidad fuese fácil, tampoco debe considerarse que pudiera presentar grandes dificultades, puesto que el general cartaginés pudo llevar consigo elefantes, carros de combates y sus largas columnas de abastecimiento. 
San Martín atravesó los Andes por empinadas y tortuosas huellas, por senderos de cornisa que sólo permitían la marcha en fila india, imposibilitado materialmente de llevar vehículos y debiendo conducir a lomo de mula su artillería, municiones y víveres, aparte de haber tenido que recurrir a rústicos cabrestantes e improvisados trineos para salvar las más abruptas pendientes con sus cañones. 
¿Habría podido Aníbal franquear las cinco cordilleras de la ruta de Los Patos, escalando, con elefantes y vehículos, los 5.000 metros del Paso Espinacito? 

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