Escribe: *Santiago Gómez
Razones personales hacen que desde hace más de tres años pueda participar de conversaciones con economistas que trabajan en el Estado nacional.
Al preguntarles a los que entienden sobre las corridas, que fue una de las principales causas de conflictos económicos que el Gobierno señaló hace tiempo, me explicaron que los motivos de la corrida son discutidos, y por lo que vengo escuchando y leyendo, difícilmente alguien que ofrezca certezas sobre el asunto esté diciendo la verdad.
Los economistas amigos me dicen que están quienes piensan que el tipo de cambio está “atrasado” y que como finalmente se va a tener que corregir apuestan al dólar; que hay otros que piensan que el problema es más estructural y que como el país se acerca a un período de escasez de dólares (por déficit energético, del que también hace muchos años que los escucho hablar, tanto antes de la nacionalización de YPF; por las necesidades de la industrialización, por la deuda y las ganancias de las multinacionales) va a tener que devaluar irremediablemente y por lo tanto compran dólares. Otros sostienen que es un problema financiero vinculado a lo baja rentabilidad relativa del ahorro en pesos y finalmente están también quienes piensan que es lisa y llanamente una forma de desestabilizar al Gobierno.
Según dicen, los diagnósticos son muchos y variados. A cada diagnóstico le corresponde una respuesta de política diferente siempre y cuando lo que se busque es evitar una devaluación brusca que convalide la corrida y beneficia a los que compraron dólares.
Al preguntarles a los economistas amigos qué estamos haciendo desde el Gobierno, la respuesta fue que el Gobierno tomó actitudes diferentes a lo largo del ya extenso período que tiene el problema. En un principio, cuando comenzó la corrida en los meses previos a la elección de Cristina del 2011, el Gobierno decidió responder mostrando su poder de fuego sobre el mercado y salió a vender reservas y mantener el tipo de cambio. Como la corrida no se frenó y se consumían demasiadas reservas, después de las elecciones se cambió de estrategia y se optó por los controles. El “cepo”, como le llaman.
Los controles tienen ya un tiempo largo y la justificación fue, efectivamente, la de evitar una gran devaluación que tuviera efectos negativos sobre la distribución del ingreso. Al pedirles que me expliquen los efectos de una devaluación, me respondieron los LEA que si el tipo de cambio se devalúa fuerte, los precios de los productos importados suben, los precios de los alimentos exportables suben, se encarece la canasta de consumo básica y por lo tanto se transfieren ingresos desde los trabajadores al capital. Además, se premia a todos los que apostaron a comprar dólares, que al final de cuentas van a tener muchos más pesos con los billetes verdes que fugaron. Eso era lo que se quería evitar.
La realidad demuestra que después de un tiempo de controles aparecieron algunos problemas adicionales. Por un lado las reservas siguieron cayendo por el pago de la deuda externa y porque se hacía difícil controlar efectivamente que no se fugaran dólares por algunas de las ventanillas todavía abiertas. Por otro lado, la dinámica del mercado paralelo y los negocios financieros vinculados al dólar se volvieron demasiado atractivos e incentivaron algunas conductas que tendieron a agravar la situación. Los exportadores que tienen productos cuyo valor está dolarizado los retienen para venderlos cuando la devaluación sea un hecho (esto lo podemos ver al ir por la ruta 2 a la costa y ver los silo bolsa durmiendo sobre los campos). Los importadores inventan formas para simular que los productos que compran son más caros y conseguir que les vendan más dólares que los que realmente necesitan y los turistas aprovechan sus salidas al exterior para hacerse con todos los dólares que puedan.
Después de las elecciones del año pasado y el cambio de Gabinete, los amigos dicen que se modificó de nuevo la estrategia. La estrategia proponía un mix de instrumentos: un poco de controles, un poco de devaluación y un poco de apuesta a resolver los problemas de acceso al crédito externo y una intervención sobre el dólar paralelo a través de los mercados de deuda pública en dólares.
¿Por qué entonces se mantiene esa sensación de estrés cambiario?
La nueva estrategia se topó con algunos problemas, me respondieron. Algunos más esperables que otros. Por un lado el verano y las vacaciones son un momento de fuerte demanda de dólares para turismo, lo cual impulsó la suba del dólar paralelo; por el otro, en el plano internacional la mayoría de los países emergentes está sufriendo salida de capitales y devaluaciones por el cambio en la política monetaria de los EE.UU., lo cual hace más grande la supuesta corrección cambiaria que hace falta. Por último, les parece que hubo una cierta apuesta a conseguir algo de reservas que no funcionó. Si el Banco Central pierde reservas mientras devalúa se genera la sensación de que es el mercado el que la está haciendo, si la devaluación ocurriera con reservas estables, el Estado es el que parece tener el control del mercado.
Como no me encuentro en el país, les escribí a los economistas amigos para preguntarles de qué se trató la devaluación, porque no pareció tan gradual como la que ellos venían diciendo que había que hacer. La respuesta consensuada fue que la devaluación es una novedad. Que hay que esperar para ver si efectivamente se decidió abandonar la devaluación gradual y cambiarla por una devaluación más fuerte que elimine las expectativas de devaluación. Según me dijeron, en los hechos, es convalidar la corrida. Pero hay que esperar un poco para confirmar que esto sea así. En ese caso el Gobierno tendrá que buscar las formas de compensar los efectos regresivos de la devaluación.
No parece casualidad entonces que justo el día de la mayor devaluación de los últimos años, la presidenta anunciara un ambicioso programa de inclusión social que, debemos reconocer, tiene el mismo objetivo que el existente Programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, lo cual debe interrogarnos respecto a si el mismo no tuvo el alcance esperado por problemas de comunicación o porque los intendentes no lo implementaron como correspondía. Al devaluar la pelea fuerte deberá darse en este campo: muchos esfuerzos para controlar la inflación y sostener los acuerdos de precios y mucha política para tratar de compensar a los sectores que puedan verse más afectados.
En el correo que les envié después de esa respuesta les pregunté si tenemos que pensar si la batalla contra la corrida la perdimos. La respuesta fue que tenemos que entender una cosa: el kirchnerismo tuvo durante mucho tiempo al tipo de cambio alto (es decir, devaluado) como un pilar fundamental de su política. El problema es que siempre pensó que las devaluaciones debían ser compensadas, es decir, que debían evitarse los efectos distributivos regresivos. Hasta 2008 esto se hacía a través de las retenciones a las exportaciones. Se devaluaba el tipo de cambio y para evitar que los productores de alimentos exigieran mayores precios en el mercado local por sus productos, se incrementaban los impuestos de exportación. Tras la crisis del campo, las retenciones dejaron de ser una opción de política y el Gobierno perdió su instrumento para compensar las devaluaciones. Si efectivamente se decidió que la única forma de frenar la corrida cambiaria es una devaluación más fuerte, deberá hacerse un esfuerzo muy grande para compensar los efectos distributivos de la medida. El Gobierno intentará lograr que los ingresos de los sectores populares crezcan más que los precios, en un contexto en el que se pretende que el dólar suba más que los dos anteriores. La responsabilidad se traslada a las áreas de gobierno que tienen que controlar precios y diseñar políticas sociales.
*Publicado en APU, horas antes de la devaluación