“La colonia más antigua del mundo”, dicen algunos cuando se refieren a Puerto Rico. Y no andan muy lejos. Desde 1898, el país caribeño forma parte de Estados Unidos y desde mediados del Siglo XX lo hace como tal bajo el título de “Estado Libre Asociado”. Una especie de limbo legal que lo tiene lleno de asteriscos, porque pertenece a la Nación norteamericana, pero al mismo tiempo no. Porque su presidente es el mismísimo Obama, a pesar de que sus ciudadanos no pueden votar. Cosa rara. El equivalente a invitar a alguien a tu fiestita y no dejarle comer papitas ni chizitos ni esas bolitas de colores que nadie sabe cómo se llaman y que después de un reactor nuclear son lo más cancerígeno que hay.
Pero como decíamos antes, el mote de “colonia” parece el más indicado a la hora de definir a Puerto Rico. Ahí durmieron los paisanos de la isla: si se hubiese llamado “Puerto Pobre”, capaz que todavía estaban libres. Aunque al parecer los “boricuas” (como se conoce popularmente a los locales) no andan muy interesados en emanciparse. Cada vez que hay un referéndum, la opción independentista queda bien alejada del primer puesto. O será que saben que de salir victoriosa la iniciativa, el bombardeo más suave que se les viene les barre hasta los burros. Y ellos a los burros los prefieren adentro de la Big Mac, con papas y gaseosa grandes.
En fin, que así son las cosas con este hermoso país latinoamericano. Una Nación que en los papeles no es tal y que, además, es oficialmente bilingüe, a pesar de que el idioma que habla la gente, en la casa y en la calle, es el castellano. Flor de crisis de identidad tienen sus casi cuatro millones de habitantes, unos ocho si se cuentan los que viven en Estados Unidos. O sea, en la otra parte del país. Aunque en realidad no sería el mismo país. Pero sí. Es decir, depende de lo que uno entienda por “país”, por “mismo” y por “¿lo qué?”. Qué lindos que son los yanquis.