¡Bueeenaasss nooooches, Viiiillaaa Maaarííaaaa! ¡He vuelto! Aunque nadie se lo esperaba, ni yo, para ser franco. Pero fue tanta la insistencia de la tribuna - y de los tribunos - que no tuve más remedio que volver. Uno se debe a su público, qué le vamos a hacer. Me tomé un par de años sabáticos, un par de ferné y un par de litros de carqueja y acá me tienen, más amargo y más pérfido que nunca, dispuesto a pegar a diestra y siniestra. Y conste que dije a pegar y no a pagar, que de eso se encargará el jefe.
Pero basta de preámbulos, que para eso está la Constitución Nacional y así le va, siempre con los caranchos revoloteándole encima pa’ hacerle daño, qué cosa che.
Estaba buscando mi tradicional traje de gaucho, bombacha bataraza, faja ‘e lana, poncho al tono y bota ‘e potro, cuando me avivé que de folclore ya no queda nada (y hace rato que te extraña, mi zamba para olvidar), así que, no sabiendo qué ponerme para estar a tono con la circunstancia, me puse el kimono de karateca que viene como pintado para repartir chirlos al que se cruce.
Y cuando venía volando para acá desde mi rancho ubicado en Las Mojarras, los primeros que se me cruzaron fueron los Maná, que estaban aterrizando en el aeropuerto. ¿A quién se le ocurre traer una orquesta que tiene nombre de galletita, digo yo? Ya empezamos mal. En un primer momento, creí que era una broma y que los que venían a tocar eran los Manal - rockero viejo el Lechuzón - ya me había entusiasmado, pero me llevé una desagradable sorpresa cuando me enteré de que me habían cambiado el “Jugo de tomate frío” por una galletita “enchilada”. Porque es vox pópuli que los mexicanos le ponen chile a todo. Después me anoticiaron que son los que cantan “Mariposa traicionera” y el “Rey tiburón”. Por un momento pensé que eran unos chavos que interpretaban te-mas de María Elena Walsh y me dije, en un arrebato infantil: “Pueda ser que toquen ‘Perro salchicha’”, pero después mi asesor me dijo que nada que ver. ¡Híjoles!
Pero dejémoslo ahí, y pasemos a la segunda decepción del primer día. Vengo y me entero de que la noche será animada no sólo por el gran Cacho de Cruz del Eje, que, hay que decirlo, es un golazo de chilenita de media cancha, sino que además, viene Catherine Fullop. De primera, me dio cosita - y no porque arrugue¿no? porque soy conciente de mi sexapil - sino porque se me vino a la cabeza la posibilidad de que este año incluyeran en la programación un set de gimnasia aeróbica. Es que la última vez que la vi, la señora conducía un programa de gimnasia por la tele y me imaginé a todo el Anfi repleto haciendo abdominales. ¡Un horror! Cuando se me pasó el primer soponcio, me siguió dando cosita porque me acordé de que la penúltima vez que la vi a Catherine, trabajaba en un culebrón y era una mujer algo más grande que la última vez que la vi, o sea: o su reloj biológico gira en sentido inverso, o realmente se ha reactivado la industria del plástico en el país, no sé si me entienden. Y para cerrar el capítulo Fullop, se me vinieron a la mente unas dolidas palabras de la locutora costumbrista local Carina Bonoris, que hace poco se quejó diciendo que ya no sabía qué más tenía que hacer para acceder a conducir el Festival de Festivales... y ahí nomás se me representó la respuesta, contundente como gancho al mentón: lo que tenés que hacer, Carina, es tener primero, un programa de gym por televisión, querida. O a lo mejor, podrías probar con encendiéndole una vela a Santa Cecilia, porque según me dicen, el jefe le quiere cambiar el nombre al Festival Nacional de Peñas por Festival Internacional de la Música. O sea, nada, nada queda en mi casa natal/sólo telarañas que teje el rosal... Pero no me hagan caso, que yo me quejo de lleno y de puro chapado a la antigua. Y siempre le estoy buscando el pelo al huevo o la pata de De la Sota, que de paso sea dicho, las va a necesitar para salir rajando antes de que se le termine de incendiar la provincia al hombre.
Y ya que hablamos de política, no puedo dejar de mencionar lo que voy a mencionar: ¡señoras y señores, que suenen los clarines! ¡Sí mi Capitani! Y los tambores pro-pro-pro-pro, a denunciar boludeces se ha dicho. Darío, como dice el viejo Pagani, “seamos buenos entre nosotros”, que para un villamariense no hay nada mejor que otro festivalista. Porque este festival, que tiene 47 años de vida, ya es un clásico, y es tuyo también, che. Sería bueno que el bueno de Darío se pusiese a contar, chirola por chirola, las monedas que circulan en la Villa durante los días del Festival. Y ahora, en penitencia, no te quiero ver por la costanera hasta el miércoles que viene. ¿Entendido?
Y bueno, ahora, a disfrutar de las galletitas Maná y de la cuñada de la Gabi Sabatini.