Ustedes me van a disculpar pero necesito que me alquilen la oreja (no la de Van Gogh, que ésa debe ser medio cara), sino la de ustedes mismos, por quienes yo arriesgo noche a noche mi pellejo. Más de uno me anda buscando para desplumarme. O se creen que decir todas estas verdades no cuesta nada.
Pero es que me pasó algo terrible y lo quiero compartir con ustedes. Me desperté a la mañana tempranito para hacerme unos mates de carqueja y cuasia y me empecé a sentir mal. Las tripas se me retorcían, sentía náuseas, tenía mareos, me salió sarpullido y hasta tuve diarrea. Las plumas me cambiaban de color y me sentía como el increíble Hulk, o como el Doctor Jekyll cuando se transformaba en Mister Hyde. Y es que era eso precisamente lo que me estaba ocurriendo: de pronto, sentía unos irrefrenables deseos de hablar bien de algo y de alguien. Yo, que nací para meter púa, para difamar, para criticar, para denostar, de repente, era presa del síndrome de Mateyko y sólo me salían cosas buenas para decir acerca del Festival. Entonces recordé que mi terapeuta, un lacaniano de la primera hora -lacaniano porque era psicólogo de la Policía, ¿no?- me dijo una vez que hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, que no hay que guardarse nada, excepto los dólares a plazo fijo. Y decidir vomitar las mieles y los elogios, aunque eso significara, al menos momentáneamente, la pérdida de mi identidad gruñona y malintencionada. Así que ahí va: me parece fantástico que haya tantos villamarienses y villanovenses jugando en las ligas mayores del espectáculo y que toquen en el Festival. Fabricio Rodríguez, haciendo además de anfitrión de León Giego, Pablo Cordero en el coro de la Sole, el Pucho Ponce con los Tequis, Cacho Aiello presentando sus temas y Luisito López en el monitoreo de Abel Pintos. Y de yapa, la Orquesta del Festival. Maravilloso. Ahí está. Lo dije, me siento más aliviado y puedo recuperar (espero), mi verdadera identidad.
Y ya que hablamos de sacar todo afuera, dediquémosle un momento a lo que sucede en el off del Festival, en el afuera, y también en el back stage (o detrás de escena), que es como el afuera del propio adentro, no sé si me entienden.
Por empezar, hay que mencionar que da un poco de pena ver lo aburrida que está la gente en las peñas sin peña. Con decirle que en el escenario de una de esas peñas estaban jugando a dígalo con mímica. En otra, sobre la pantalla que trasmitía a “amor salvaje”, hacían sombras chinescas. Y en la peña de la Agrupación Folklórica jugaban un campeonato de payanas con las boleadoras.
¡Qué embole! Y todo por el capricho de no dejar que los musiqueros de segunda y tercera línea también se ganen los garbanzos. Ojo, que puede ser una política antipopular y piantavotos. Digo ¿no?, por si a alguien se le da por ponerse a pensar en políticas culturales estando de vacaciones.
Otra cosa que no puedo dejar de olvidarme, decía mi abuela, es al grupo de Defensores de los Derechos de los Animales, que manifestaron frente al Anfi asegurando que para limpiar la ciudad y la costanera, la Municipalidad mata a los perros callejeros. Estoy en condiciones de asegurarles que se pueden quedar tranquilos, amigos, que esto no es así. A varios, los contrataron para trabajar en la seguridad del Festival -hay que ver cómo lo tratan a uno- ni fotos tranquilo te dejan sacar, según oí decir a varios reporteros gráficos. Y te revisan todo, no te dejan entrar nada más que el mate, pero si querés entrar una aspirina por si te duele el mate, no hay forma.
Y algunos otros perros, me dijeron, se subieron al escenario. Pero esto yo no lo vi.
Y hablando de perros, el que anda como perro en cancha de bochas es el muchacho que maneja el seguidor. No pega una el vago.
¿Y el sonido? Y... ahí lo ve (o mejor dicho) lo oye usted mismo. Parece que el sonidista de a ratos se pone la oreja de Van Gogh, pero la del pintor, la que se cortó. Medio flojardi por tratarse de un espectáculo de semejante jerarquía. Y cuando estaba el Chaqueño en el escenario, se acopló un buen rato. Aunque eso, no sé si será culpa del sonidista o de que no había suficiente ajo sobre las tablas para ahuyentar la mufa.
Y para ir terminando, hay que decir que si bien, como ya hemos mencionado en otras oportunidades, el Festival ha ido perdiendo su identidad, o cambiándola al menos, ayer recuperamos la lluvia, que es todo un clásico de la fiesta mayor del verano. Y menos mal, porque ahora que tenemos techo en el Anfi, nos morimos de calor si no refresca un poquito.
Bueno, compadres y comadres, a disfrutar de la música y a no preocuparse por nada, que acá se queda, en la trinchera y cuidando sus intereses, este servidor. No vemos.