Escribe: Diego Sánchez
El 4 de febrero de 2004 un joven de nombre Mark Elliot Zuckerberg lanzó un sitio web llamado “TheFacebook”. La parábola que convirtió a esta página de contactos para estudiantes de Harvard en el mastodonte hoy conocido simplemente como “Facebook” está dramatizada en la entretenida película de David Fincher, The social network. Jesse Eisenberg fue el actor encargado de interpretar a Zuckerberg y su Vía Crucis por los senderos de la programación, los déficits emocionales y la ambición. Eisenberg es el mismo que fue seleccionado hace unos días para interpretar al cerebral villano de Superman, Lex Luthor, en el film Superman/Batman. Zuckerberg indicó en su momento que el largometraje de Fincher no se ajustaba a la verdad histórica y es probable que tenga razón: The social network y la biografía mítica de Zuckerberg son notables menos por la fe en la Verdad que por la actualización cruda del mito del “éxito y la oportunidad” en la era digital, un capitalismo de la mente y la introspección galvanizado a base de algoritmos, seguridad jurídica y bullying. También es notable porque recurre al drama necesario para probar que nada de eso se puede hacer sin pisar algunas cabezas. Zuckerberg se apropió de una idea / Zuckerberg usó su dotado intelecto para volverse el joven más rico y poderoso de este mundo. / Zuckerberg es nuestro Lex Luthor.
En cualquier caso, su creación, que hoy cumple una década, es fundamental para entender nuestro tiempo.
Zuckerberg -y lo que sigue es un elogio- es tal vez la figura digital con menos dobleces éticos. Mark es parte de una camada que también integran Larry Page y Sergey Brin pero mientras los creadores de Google venden un “rey bueno”, Zuckerberg parece indiferente a la dulzura. En el documental Mark Zuckerberg: The Real Face Behind Facebook (disponible en Netflix), un alumno de Harvard confiesa rumores que aún circulan sobre Zuckerberg. “Oí que no tenía emociones, que podías hablar con él pero no había señales de que fuera humano”, afirma, para agregar de inmediato: “Mejor no irritar a Mark Zuckerberg, mala idea”. Zuckerberg y su maldad mítica como el desmaquillante del capitalismo cool de Google.
“El lugar común de graficar su importancia en términos ‘geográficos’ -si fuera un país sería el tercero con mayor población, con más de 1.200 millones de habitantes- esconde una certeza: Facebook ayudó a fundar una civilización.”
El Big Bang de “las redes sociales” que generó un universo de puestos de trabajo, secciones periodísticas, memes, primaveras árabes y parafilias no habría ni siquiera existido sin él. El nombre elegido por Fincher es correcto: Facebook no es “una” red social, es “la” red social. El lugar común de graficar su importancia en términos “geográficos” esconde una certeza: Facebook ayudó a fundar una civilización.
Amistad, intimidad, autopercepción, lenguaje son algunos casilleros sociales formateados por la creación de Zuckerberg. Sitios como “Facebook in the social sciences” revela la preocupación de muchos académicos por documentar lo obvio: que esta red modificó los lazos sociales, la política, el marketing, los contactos profesionales y un largo etcétera.
Con diez años de vida, en Facebook conviven nacidos y criados con conversos e integrados. Los primeros son personas con lógicas sociales diferentes al de cualquier otra cultura precedente. Saben que la interacción humana no es una acumulación de experiencias y períodos limitados, sino una gran línea de tiempo donde la amistad puede ser criogenizada, alimentada a suero por un “me gusta” o un ¡¡feliz cumpleaños!! en el Muro, hasta que se haga necesario profundizarla. Los segundos ven a Facebook como un viaje en el tiempo, un reencuentro con un pasado que debía quedar atrás: todos tenemos de amigo a un excompañero de la primaria cuyos datos biométricos habían sido borrados de nuestra mente. Dicen que ahí está lo bueno y lo malo de Facebook: extiende la red de contactos, nos hace más sociales, pero nos ata a una biografía, dificulta la reinvención.
Si los 140 caracteres de Twitter obligan a ser quirúrgico y gravitar entre la genialidad y la simplificación imbécil, Facebook es obsceno. Tenemos todo un Muro por delante. He ahí lo hermoso y lo terrorífico de su propuesta.
Facebook es ingenuo, conservador y administrado, igual que un país. Es el paraíso de las familias obligadas a la larga distancia y el infierno de los sociópatas del amor. Es la pizarra donde vemos las fotos de nuestros sobrinos, buscamos un perro perdido o practicamos una selfie con nuestro mejor perfil. De El Cairo y Londres a Río de Janeiro y Buenos Aires se motorizan movilizaciones sociales y actividades políticas a sólo un post de distancia de un “contenido patrocinado” o un extenso obituario colectivo.
Es el único lugar en el mundo donde conviven mi madre, un excompañero de trabajo con halitosis, mi mejor amigo, una compañera con habilidades en el Candy Crush y un jefe de Gabinete municipal.
Facebook es un lugar extraño como este mundo que, diez años después, se parece cada vez más a él.