“Lo importante en la historia de San Valentín, como en la vida de cuantos cristianos han sido elevados por la Iglesia al honor de los altares, es que seamos capaces de captar la lección que nos traen y que es, en definitiva, el fin principal que la ha movido a darles culto.
San Valentín es para nosotros una ciertísima lección de vida cristiana llevada hasta el heroísmo, hasta la más plena identificación con Cristo: el martirio.
Situémonos a finales del Siglo III. Es la era de los mártires. Por todo el Imperio Romano corre el huracán de la persecución.
Valentín, presbítero romano, residía en la capital del Imperio, reinando Claudio II. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la veneración de los cristianos y de los mismos paganos. Por su gran caridad se había hecho merecedor del nombre de padre de los pobres.
No podía ser desconocida de la corte imperial la influencia que ejercía en todos los ambientes romanos y quiso el mismo emperador conocerlo personalmente. Valentín, en aquella entrevista no dejaría de interceder en favor de su fe católica y contra el estado de persecución en que, a menudo, se encontraba sumida la Iglesia.
El soberano, que estaba interesado en granjearse la amistad y la colaboración del inteligente sacerdote cristiano, escuchó con agrado sus razones. Por eso intentó disuadirle del que él creía exagerado fanatismo; a lo que replicó Valentín evangélicamente: ‘Si conocierais, señor, el don de Dios y quién es aquel a quien yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño y, abjurando del culto de los falsos dioses, adoraríais conmigo al solo Dios verdadero’.
Asistieron a la entrevista un letrado del emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente de las atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos calificándolas de blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado con arreglo a las leyes.
Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo ‘la única luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo’.
El juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo confundirle le desafió: ‘Pues, si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también cristiano’.
Valentín hizo llamar a la joven a su presencia y, elevando a Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz exclamando: ‘Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva’.
Al pronunciar estas palabras la muchacha recobró milagrosamente la vista. Asterio y su esposa, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo pidiéndole el Bautismo, que recibieron juntamente con todos los suyos después de instruidos en la fe católica.
El emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión obrada en la familia de Asterio y, aunque deseara salvar de la muerte al presbítero romano, tuvo miedo de aparecer ante el pueblo, sospechoso de cristianismo. Y San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de cadenas y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos, unióse íntima y definitivamente con Cristo a través de la tortura de su degollación.
¿Por qué el folclore se ha venido aliando tan intensamente y en tantos países con la festividad de San Valentín romano? Y reduciendo la cuestión: ¿por qué se atribuye a San Valentín el patronazgo sobre el amor humano, atribución que es, evidentemente, el origen y la explicación de todas las restantes manifestaciones de la devoción o de la simpatía popular al Santo?
Aparte la posible trasposición de algún hecho, tradición o leyenda de otros Valentines al mártir de Roma, que explicaría ciertas expansiones, dicha atribución puede ser debida a dos motivos separadamente considerables o perfectamente conjuntables:
1) Nuestro San Valentín fue martirizado en la Vía Flaminia hacia el año 270, seguramente en los inicios de la primavera, cuando en la naturaleza se anticipa el júbilo expectativo de la fecundidad y de la pujanza. En los siglos antiguos y medievales empiezan a venir a Roma numerosos peregrinos entrando por la Puerta Flaminia, que se llamó Puerta de San Valentín porque allí, en recuerdo de su martirio, el Papa Julio I en el Siglo IV mandó a construir en su honor una basílica.
Esos romeros coincidían con los días del aniversario del Santo y de retorno a sus países se llevarían de él o de su templo alguna reliquia o memoria. Ahora bien: no es cosa rara en la primitiva Iglesia el empeño de cristianizar fiestas o costumbres de matiz pagano y en primavera no faltaban en la Roma gentílica festejos dedicados al amor y a sus divinidades. Fácilmente se inclinaría a los fieles a invocar a San Valentín -mártir primaveral- como protector del amor honesto. La invocación brotaría en Roma y sería transportada por los romeros a sus tierras y naciones, principalmente por los que cruzaban la Puerta Flaminia, norte arriba de Europa.
2) Hemos hecho notar el prestigio del que gozaba el Santo como sacerdote. ¡En cuántas familias sería efectiva su influencia, cuántos enlaces matrimoniales habría bendecido! Positivamente, no faltan noticias biográficas tradicionales que así lo afirman.
En las catacumbas y en casas de cristianos no sumarían cantidad exigua los que habían sido asistidos por su presencia presbiteral al unirse por el Santo Sacramento que los hizo esposos. Es natural que después de su martirio se le adjudicase la advocación de Patrón de los hogares y del amor conyugal.
Trábense estas consideraciones y quedarán perfectamente señalados los orígenes de la devoción típica y del costumbrario en homenaje al Santo”.
Francisco Iglesias, sacerdote de Villa María, ante el pedido de EL DIARIO