Fervoroso aficionado a los amigos, fiel amante de Alumni e impulsor de la Peña de Racing en Villa María, son apenas tres eslabones de una vida cargada de pasión, manifestada de día y de noche, ambulatoria y aventurera.
Es que “Lalo” marcó un antes y un después en su vinculación con el deporte, más allá de su actividad profesional y política.
Fue quien asumió la Presidencia de su querido Alumni y lo hizo trascender cuando en la década del 80 la Plaza Ocampo recibía multitudes para ver al “Loco” Salinas y compañía.
Sus permanentes viajes a Córdoba para defender el federalismo del fútbol y hablar con quien fuera, tuviese los rangos que tuviese, distinguieron a un joven dirigente que supo plantarse y hacerse respetar cuando era necesario.
Inteligente y diplomático, aplicaba su cordialidad sin cederle permiso a los atropellamientos que muchas veces otorga el fútbol.
“Lalo” era el cabal representante del “salgo a comprar cigarrillos” y tomaba la ruta 9 una noche cualquiera para llegar a la ciudad grande porque su club lo necesitaba.
Fue quien le cedió su mano a Gustavo Ballas cuando el excampeón atravesaba el peor momento de su vida.
Luchó hasta devolverlo a Villa María, organizó un partido de fútbol con grandes figuras para ayudarlo y, desde entonces, quien fue un grandioso boxeador tomó el rumbo que toda la ciudad esperaba.
Con el tiempo, el cansancio se apoderó de su cuerpo por dedicarse a tantas cosas a la vez y se llamó al descanso, volviendo no hace mucho con las mismas fuerzas no olvidadas de su juventud para ponerle otra vez el hombro a Alumni.
Hombre de anécdotas, empedernido lector, asumió la aventura del fútbol en una sede de luces quietas sin fijarse en el reloj.
Creó una radio, aglutinó a los hinchas villamarienses de Racing de Avellaneda, abrazó la política, fue funcionario y ejerció su profesión de abogado, hasta que una enfermedad lo privó de alguna nueva aventura.
Ayer, sus libros lloraron páginas tristes y también lo hicieron sus amigos, con el mismo fervor que él tenía.
Las luces quietas de la sede se apagaron y al llegar la noche de mitad de febrero una copa de buen vino colmó el vaso del adiós.
Murió el doctor Eduardo Rodríguez. El “Lalo” sigue vivo.
Raúl José