Pensar en el Colegio Nacional, en el viejo Colegio Nacional, es pensar en muchos profesores que le dieron brillo y prestigio al establecimiento.
Entre ellos hoy recordamos a Arsenio Carranza Llanos. Su paso por las aulas, durante toda su carrera docente y como rector durante diez años, dejó una huella imborrable en las generaciones que con él se formaron.
Son muchos los exalumnos que aún hoy lo recuerdan con sentida emoción y que mantuvieron una nutrida comunicación, más allá de los tiempos de su retiro, tan sólo por el placer de compartir valores y reflexiones en relación al contexto político-social o simplemente para comprobar que aquello que se transmitió respecto de la búsqueda de ideales y elevación espiritual había encontrado respuesta en muchos de ellos.
Carranza Llanos nació en Córdoba allá por el año 1916, siendo el menor de seis hermanos. Perteneció a la tercera generación de una familia dedicada a la docencia. Su padre ocupó el cargo de ministro de Educación de la provincia y su abuelo se había desempeñado como docente en el Siglo XIX. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Monserrat y la carrera de Abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba. Esta formación académica le permitió radicarse en Villa María, eligiendo por sobre el Derecho el ejercicio de lo que sin dudas fue su verdadera vocación: la docencia, abrazando esta actividad con profundo amor, respeto y la convicción de que la cultura es un valor imprescindible.
Dueño de una vastísima formación intelectual dictó Geografía, Historia, Instrucción Cívica y Lógica en el Colegio Nacional de Villa María, donde como rector impulsó su crecimiento y transformación con la creación de la sección comercial complementaria del bachillerato hasta entonces existente, con el consecuente incremento de la oferta educativa y de la matrícula. Promovió el crecimiento de la biblioteca escolar y alentó y patrocinó la intensificación de la actividad teatral, cuya gestión encomendó en distintos momentos a Jorge Massucco y Pilar Pedro Monesterolo, convencido de la particular importancia de la lectura y el goce por lo estético en el desarrollo de la personalidad y creatividad de los educandos.
Cuidó celosamente la calidad de la enseñanza, el compromiso y la honestidad frente a la misión de educar. Se propuso generar conciencia, juicio crítico y ampliar los intereses de los alumnos, valiéndose para ello de innovadoras estrategias.
Fue un educador serio con una mirada positiva del mundo, de la vida. Su sentido del humor le permitía aceptar las imitaciones de sus alumnos durante fiestas estudiantiles.
Fue un marido y padre ejemplar, porque su vida fue fiel a los valores que predicaba.
El 30 de noviembre dejó de estar entre nosotros, pero se queda a través de sus ideas, acciones y valores. Sus enseñanzas perdurarán en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de contar con su presencia.
Porque, como decía el poeta, "no es verdad que uno muere cuando muere. En quienes nos quisieron, proseguimos".
“Puqui” Charras