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21 de Febrero de 2014
Puntos de vista
Cuando las compuertas se vuelven una postal del Iguazú
Decenas de familias contemplaron por estos días la crecida del río, tomando fotos con una cámara o filmando. En pocas horas, la caída de agua más importante de Villa María se volvió sitio turístico; un modo económico de aproximarse al vértigo de las cataratas
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Una mujer rubia toma de la mano a sus niños y les dice: “¡Miren bien porque esto no pasa todos los días!”. No lo dice con alegría, tampoco con un sentimiento de tragedia. Pero sí, con la efusividad de quien es consciente de asistir a un momento histórico. 
Es que, del mismo modo que hay que viajar hasta antiguas fotos de principios del Siglo XX para ver la ciudad completamente inundada, quizás dentro de mucho tiempo tengan que ver las fotos que se están sacando esta mañana para imaginarse la magnitud de “aquella crecida de 2014”. Esa que tapó los barrios de Vista Verde y Mariano Moreno (dirán algunos) o esa que cubrió los asadores de la costanera haciéndolos parecer juguetes de plástico en el agua marrón (dirán otros). Por eso esta mujer rubia les dice a sus chicos con justa razón, que esto no pasa todos los días. 
Ya metidos en el puente, una familia tipo contempla la dorada espuma que rompe contra los fiordos de cemento, miles de “encajes” de vidrio que revientan para volver a recomponerse. Si uno repara en la fascinación con que contemplan esas olas los chicos acodados en el puente, verá que es la misma de quienes miran las cataratas. Sólo que en vez de Foz de Iguazú, los chicos enfocan el Prado Español a la vera de Villa Nueva. 
En las orillas precintadas con plásticos, los guardias municipales y varios efectivos de la Policía vigilan la posible irrupción de los intrépidos; los que quieren tomar fotos desde el foco de la tormenta, los que acampan en las pocas mesas que las aguas no anegaron o la osadía de algún bañista que sueña con nadar en la crecida. 
“¡Mirá cómo está el río! ¡Hacía años que no lo veía así!” le dice un hombre a su amigo, que asiente en silencio acaso porque no le salen las palabras. Una señora con cámara de mano se pone a charlar con un policía y le pregunta: “¿Cuándo irá a bajar el agua?”, como si el oficial tuviese que conocer de meteorología. “No se sabe, señora. Usted por las dudas siga rezando para que no llueva”, responde el uniformado. Y es que esta es la sensación que se tiene al ver y al escuchar estos minidiálogos en las orillas: preocupación, asombro, incertidumbre y acaso encanto. Son las emociones encontradas que sólo producen los fabulosos espectáculos de la naturaleza. Como ver el trompo colosal de un tornado o escuchar la caída de los glaciares en el sur.
¿Qué pasa con la naturaleza? ¿Es que acaso ha olvidado los tsunamis asiáticos y de pronto se acordó de las tranquilas aguas del Ctalamochita? ¿Y nuestra ciudad? ¿Qué será de nuestra ciudad? Estas son las cosas que se preguntan en silencio (casi con un ciento por ciento de seguridad) los que no dicen nada. En esos momentos tomo una fotografía al Anfiteatro y lo veo bajo una nube extraña. ¿Será una premonición? No lo sé, pero parece como bajo la estela de vapor de un “bólido” como el que acaba de caer en Cañada de Gómez. Veo que no soy el único que se ha fijado en el formato de esa nube. Y entonces escucho a un muchacho que, sin querer, me deja servido el final de la nota: “Después la gente quiere más señales para saber que es el fin de los tiempos. El apocalipsis está llegando hace rato”. Y el compañero del muchacho, que tiene pinta de pastor bíblico, cita casi en trance “…el sol se oscurecerá y la luna no dará su lumbre y las estrellas caerán del cielo y las virtudes de los cielos serán conmovidas. Y entonces se mostrará la señal del Hijo del Hombre… Mateo 24”; concluye. Y mientras tomo estas fotos en calidad de simple periodista, sin ningún pensamiento místico que se precie, me pregunto si ese muchacho de camisa y corbata no tiene toda la razón.
 
Iván Wielikosielek
Especial para EL DIARIO


 

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