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23 de Febrero de 2014
el hombre que nunca tiraba papeles a la basura
Héctor Zanettini, poeta del coleccionismo todoterreno
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A punto de cumplir 88 años, el reconocido numismático e historiador villamariense habló de su nueva pasión: los documentos antiguos. Libretas de ahorro de los años 20, viejos carnés deportivos, pagarés y recibos de sueldo de otros tiempos que forman parte de su nuevo universo. Tras desprenderse de sus estampillas, medallas y monedas, Zanettini reinventa con ajados papeles burocráticos el mágico espíritu de la filatelia
 
Pase, muchacho, éste es mi mundo”, dice don Héctor. Y abriendo la puerta del altillo me invita a su oficina, que también es museo y templo. Miro a mi alrededor. Paredes tapizadas de diplomas como los misterios del rosario de una vida. Tornero en una escuela técnica de San Jorge, distinciones como historiador, premios en numismática y filatela, participación como cantante de un coro. Y entre el mosaico de marquitos personales asoma uno de su segunda esposa; el pergamino de una academia de alta costura. “Se recibió con medalla de honor. Nada que ver con mis diplomas, porque yo no era tan inteligente”, dice con más humildad que humor. En la pared del frente, en cambio, los certificados le dan paso a las fotos familiares en orden contrario a las agujas del reloj. Su nieto en un campeonato de golf, su hijo médico con su esposa e hijas, y la más ancestral de todas: un retrato oval de los años 38 donde posa el niño Héctor de 10 años con su hermano menor y una flamante pelota de fútbol, la misma que se usó en el Mundial uruguayo del 30. En el escritorio, fajos de postales apiladas y cientos de papeles que el hombre está clasificando con el fervor de los grandes descubrimientos. Se trata de viejas libretas de ahorro del Banco Nación (una de ellas data del año 1921), libretas de enrolamiento de villamarienses muertos, pilas de pagarés y papeles de compra de un caballo en los tiempos en que había más sulkys que autos. Pero también hay pequeños carnés de clubes; como uno con tapa morada del San Martín Rugby Club de los años 40 y otro casi centenario de la Sociedad Italiana escrito con plumín y tinta china. Y todos esos papeles clasificados sobre el escritorio le dan a don Héctor Zanettini un aire de banquero de otro siglo, un aura de empleado burocrático en la ventanilla de pasaportes entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Como si le dijera a cada hombre que pasa al reino del más allá: “Vea, acá tenemos absolutamente todos sus papeles de existir. Porque en la tierra los documentos se pueden perder, pero en este reino es imposible porque no existe la destrucción ni el olvido”. Y quizás esta frase (que sólo resuena en un escenario de mi imaginación) no sea sólo aplicable a la oficina de migraciones de su alma, sino a la “poética” con la cual ha coleccionado durante toda su vida cuanto papel antiguo cayó en sus manos. Acaso para que nada se pierda en este mundo finito y material que un día pasará. Pero mientras no pase y mientras aún quede piedra sobre piedra, don Héctor Zanettini conservará la documentación y las postales de otros tiempos no con el celo de un burócrata sino con la pasión de un poeta; ese que ha descubierto un nuevo bosque de símbolos en clave de caduca papelería bancaria; ese que ha descubierto un nuevo reino de correspondencias espacio-temporales en la tinta apagada de un carné de bolsillo.
Cuando Evita sonreía en las estampillas del banco
Es curiosa la génesis de esta nota, porque don Héctor me llama por teléfono para pedirme que subsane un error cometido en una nota anterior. Allí y producto de una confusión, había escrito que el coleccionista Carlos Martín había diseñado la medalla alusiva a la fundación de la Medioteca. Pero no había sido Martín sino el propio Zanettini. Una presea del año 2007 con bordes dorados y el flamante edificio en relieve de plata, casi como un moderno Coliseo de la cultura. Y el hombre, fiel a su pasión por la documentación, me lee recortes y actas que certifican su autoría. Pero tras escuchar la rectificación de don Héctor y ver su actual colección, vino esta entrevista. Y empieza con la pregunta del millón 
-¿Cómo es que dejó las estampillas y monedas para dedicarse a este género alternativo? 
-Porque toqué el techo económico. Yo tenía mucha estampilla que había conseguido no sólo canjeando sino comprando. Pero llegó un momento que me fue imposible tener lo que me faltaba, a no ser desembolsando grandes cantidades que no tenía. Entonces de a poco me fui desentendiendo. Vendí y regalé un montón hasta casi quedarme sin nada.
-Es raro que los coleccionistas regalen colecciones enteras, ¿no?
-No sé, yo nunca tuve mucho apego a lo que juntaba. Las colecciones me servían más para estudiar que para poseer. A las estampillas, por ejemplo, se las regalé a un amigo de San Jorge, porque allá fue donde pasé los momentos más felices de mi vida. Yo estudié para tornero con él y luego entré a la Fábrica de Pólvora de Villa María. Todo por una carta que envió mi papá pidiendo trabajo para mí.
Y Héctor, que durante toda la entrevista no parará ni un segundo de levantarse de la silla a sus armarios para documentar sus palabras, trae una caja de archivo. La abre y allí me muestra la carta original fechada en los años 40. Algunas páginas más atrás está su certificado del secundario, sus libretas de la escuela primaria, su certificado de comunión y bautismo e incluso una vieja revista del año 30 en cuya tapa un nene de anticuado peinado sonríe a la cámara. Subrayado con rojo, se lee Niño Héctor Zanettini. “¿Vio que cuando era chico era famoso?”, dice el hombre, y sonríe con la misma frescura que en aquella cubierta.
-¿Y qué pasó con sus famosas monedas y medallas, don Héctor?
-También me desentendí. A las monedas y a los billetes los vendí, pero a las medallas se las regalé al actual director del Centro Filatélico y Numismático. Gustavo Caffaro es un muchacho excelente que me ha hecho grandísimos favores. Siempre está cuando lo necesito y lo quiero mucho. Así que ¿quién mejor que él para guardar las viejas medallas de la ciudad?
-Sin embargo, parece que no puede vivir sin coleccionar. Y si no eran estampillas y monedas, son papeles viejos que usted se ingenia para que tengan impronta filatélica…
-Sí, pero eso es porque me gusta lo antiguo. Mire, apenas llegamos al barrio con mi mujer, le pedí a todos mis vecinos que me dieran todos los papeles viejos que tenían para tirar. Y ellos me trajeron un montón porque me estiman mucho. Todo esto que hay acá, se lo debo a ellos. No son cosas de valor comercial, pero tienen muchísimo valor para mí, que soy historiador y coleccionista. 
-¿Por dónde pasa el valor de estas piezas de banco?
-Cuando usted estudia bien estos papeles, se entera de muchas cosas. Si usted ve esta libreta de ahorro, por ejemplo, va a notar que hay depósitos del año 52 y 53, donde las estampillas de 5 pesos tienen la cara de Eva Perón, ¿las ve? 
Le digo que sí, que efectivamente distingo unos sellos muy hermosos con el rostro de Evita. 
-Tienen un diseño más bello que muchas estampillas postales…
-Sí, claro; pero además de la hermosura está el tema histórico. Porque cuando los milicos lo echan a Perón en el 55, hicieron estos sellitos chiquitos… -Y don Héctor me muestra una planchita de microestampillas con aburrido motivo militar y sin arte alguno- ¿Y sabe para qué eran? Para taparle la cara a Evita. ¿Me entiende de las cosas que uno se entera?
Fotografío el rostro sonriente de Eva Duarte que pasaría a la posteridad como una de las más grandes mujeres argentinas, pero cuando llego a la planchita militar algo me impide hacer “click”. Algo que me grita que no se puede ser cómplice de las dictaduras en ningún tiempo de la historia. Cuando se lo explico a don Héctor, me entiende. Algo sabe de la dimensión “espacio-tiempo”. 
 
Las tarjetas del pasado y los paquetes del futuro
-¿Y cómo llegan a su vida las postales villamarienses?
-Las primeras me vinieron con esos papeles viejos que me daba la gente. Y entonces las empecé a sistematizar. Antes no se imprimían muchas, no estaba instalada la idea de ciudad turística que se tiene ahora, por eso muchas postales eran artesanales. Una casa de fotos de calle San Martín las hacía. También Giorgina, la chica mexicana que tiene una librería frente a las Rosarinas. Ella mandaba imprimir señaladores con fotos antiguas de la ciudad y también las coleccioné. 
-Hace unos años, hizo una exposición en la Medioteca con ese material…
-Sí. Fue en 2010 y expuse 110 postales. Fue mucha gente porque los villamarienses quieren ver siempre su ciudad.  Pero no sólo me dediqué a las postales, sino a juntar fotos también. 
Y el hombre se pone de pie una vez más como un resorte, se dirige al armario y me trae otra carpeta llena de fotografías ordenadas por tema: la Escuela Rivadavia desde los tiempos de Sobral hasta el presente, la Escuela Mariano Moreno cuando parecía un liceo francés del Siglo XIX, el Puente Negro hace 100 años, la plaza Centenario apenas inaugurada con una foto del arquitecto Salamone, la construcción de la Catedral y la iglesia de Villa Nueva a la que Zanettini le dedicaría un libro (“250.000 adobitos”), la historia del Palace Hotel y por último fotos del puente Néstor Kirchner al cual Zanettini fotografió durante su construcción. “Me faltan fotos del puente de noche. Es tan bonito cuando en el agua se reflejan las luces de la ciudad y el Anfiteatro…”.
-Tanta historia hay en su casa, don Héctor, y sin embargo dejó la Junta… 
-Es que tuve dos preinfartos, muchacho, y ya no quiero más líos. Mi hijo que es médico me dijo que no me preocupara más. Trabajé mucho allí y tengo grandes amigos. Ahora ya no pienso en mí sino en lo que viene. Uno no sabe cuánta cuerda le queda. Por ahí no paso de este año y hay que estar preparado…
-Qué dice, don Héctor...
-La verdad, muchacho. Voy a cumplir 88 años y no es poco. Ahora en quienes pienso es en mis nietos. Y si no, vea…
Y el hombre se levanta por tercera vez de un salto y me conduce a un armario. Allí, acomodados como encomiendas para entregar, veo paquetes con los nombres de sus tres nietos. “Esta es una colección de libros de la Segunda Guerra. Estos son manuales y libros de historia. Estas son estampillas. Y como ve, cada paquete tiene el nombre de mis nietos. Cuando falte, ellos los van a poder abrir. Van a ser mis regalos desde el otro lado”.
Aunque no lo confiese abiertamente, algo tiene don Héctor de empleado de migraciones entre el reino de los vivos y el reino de los muertos. Porque cada día, en su escritorio, ordena la papelería bancaria de almas que han dejado el mundo y a la vez deja paquetes para las nuevas generaciones, para esos hombres y mujeres que de momento son niñas y niños o acaso aún no nacieron. Y cuando se toma un respiro en su trabajo, el hombre se asoma a la calle San Juan por la ventana de su altillo y ve pasar un río de autos y bicicletas. Y aunque no haya mencionado ningún filósofo a lo largo de la charla, sé que tiene los mismos pensamientos que Heráclito al escribir que un hombre no se baña dos veces en un mismo río. Porque sabe que todo río no está hecho sólo de agua sino también de tiempo, al igual que sus colecciones que no sólo están hechas de papel sino de espíritu, de esa memoria que le roba viejos documentos al olvido.
 
 
Iván Wielikosielek
 
Fotografías: Calle San Martín de Villa María a fines del Siglo XIX - Plaza Centenario en 1948 - El puente negro a principios del Siglo XX - Libreta de ahorro con sellos de Evita - Medalla de la Medioteca diseño de Zanettini

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