Por Pepo Garay Especial para EL DIARIO
Vamos subiendo por el camino de tierra, tenue la pendiente, y de un ranchito cuelga el cartel: “Queso de cabra - Quesillos”. Parada obligada, para que un viejo de boina y alpargatas manotee el canasto y saque un redondel amarillo y artesanal, tentador a la vista y al tacto. Unas cuadras más y de otra casa perdida surge el salame y el pan casero. Las montañas y la bastedad son testigos de un almuerzo que tendrá a la esencia del valle de Traslasierra entre bocado y bocado. En desoladoras latitudes estamos y muy a gusto.
El suelo en cuestión es San Lorenzo. Un pueblito despilfarrado en grandes extensiones de campo, unos ocho kilómetros al norte de Mina Clavero. Las laderas le marcan los rededores, en una hilera de casas y escuela y algún que otro inmueble oficial que se asemejan al abandono. Dos jóvenes descansan bajo el árbol en reposeras y le han puesto “Pan Casero” a un pedazo de cartón. Sus ganas de vender parecen pocas y las de trabar conversación, aún menores. La armonía sopla suavecito y el sol es generoso. Tan cerca pero tan lejos del amontonamiento turístico del valle, el sitio empezará a arrojar sorpresas.
A las chicas les preguntamos por el Toro Muerto y la indicación habla: para allá y al primer cruce, a la derecha. Son cinco kilómetros más de ascenso y descenso. Se trata de un paraje donde se asientan diversos rincones de ensueño. Entre ellos destaca la Cascada del Toro Muerto. Salto de agua de notable figura que hace del chorro, las rocas en alto y una olla de cuatro metros de profundidad, su gracia. Lamentablemente, los dominios están dentro de un campo privado, por lo que hay que pagar entrada y aguantarse el bullicio de los visitantes que eligen el balneario (hay restaurante, asadores y baños). Continuando por el arroyo, se agradece la alfombra del verde, la piedra junto al curso y el paseo que encara hacia rincones más desolados. El propietario del lugar explica que por allí nació su padre, que era dueño de varias tierras vecinas. Los terrenos donde justo cae la cascada los compró él, ya de adulto. Sabía de los prodigios que escondían esas hectáreas.
Quebrada, cueva y maravillas
También joyas de la zona son La Quebrada y La Cueva del Indio. La primera es un refugio de los amantes de la escalada, con paredones naturales que son todo un portento, ollas y un tesoro histórico con cantidad de huellas comechingonas en pictografías, morteros y pequeñas ruinas. La segunda rescata a su vez la sabia de los primeros habitantes del valle, con el paso del agua y las galerías que fueron refugio de los indígenas.
¿Y de dónde viene el nombre del paraje? Otro paisano abre la boca y cuenta. La teoría más aceptada nos sitúa unos 100 años atrás, cuando Traslasierra era puro andar de baqueanos y no había ningún moderno Camino de las Altas Cumbres que la conectara con la Córdoba rica. Entonces, un toro se escapó de los dueños, cayó a una quebrada y ahí mismito abandonó el mundo de los vivos. Semanas quedó su cuerpo tirado. Los lugareños enseguida lo tomaron de referencia: “Vaya por allá, cerquita del arroyo, donde está el toro muerto”.
Nos vamos. De seguir revoloteando hacia el norte se encontrará uno con el río Panaholma, la comuna homónima y el balneario Las Maravillas. Ellos también andan extraviados entre esos montañones de las Sierras Grandes, entre esas postales memorables.
