María Lasa reside en barrio Villa Oeste, el sector más castigado de las dos Villas por la creciente del río Ctalamochita.
A pedido de EL DIARIO, relató cómo vivió el fenómeno.
“Julio Cortázar decía que las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma. Una inundación desborda el alma. Para mi barrio y mi familia, ese desborde -el del río y el del alma- comenzó el lunes a la noche. En mi casa nos estábamos yendo a dormir, pero nos llamó un vecino avisándonos que el agua estaba por entrar en el auto. Esa noche, claro, no dormimos.
A la mañana siguiente nos quedamos sin luz y el terreno estaba en gran parte inundado, pero no parecía una crecida diferente de otras que ya habíamos sufrido. Las noticias, por otra parte, eran alentadoras. Según leímos en las redes sociales, se pronosticaba un descenso progresivo del agua durante todo el día martes, así que nos turnamos para controlar el nivel de agua con un truco que mi papá había aprendido a los 5 años cuando iba a pescar con mi abuelo al río Paraná: salíamos al patio y clavábamos palitos en la tierra sin que el agua los mojara. Cuando el agua crecía y los alcanzaba, era una señal de que los pronósticos de descenso estaban equivocados.
A las tres de la tarde, el panorama era desolador: el agua subía y subía y nos dimos cuenta de que la tendríamos adentro de mi casa en breve. Decidimos entonces empezar a desmantelar la planta baja y subir todo al primer piso. Todo: camas, libros, documentos, la heladera, el lavarropas, el televisor, etcétera. Mi perro lloraba y nosotros, íntimamente, también. Esa noche, sin luz, sin agua y mojados hasta los tobillos, entendimos la desesperación de Tacha, la protagonista de “Es que somos tan pobres” de Rulfo que pierde a su vaca Serpentina con la crecida de un río.
A la mañana siguiente, decidimos llamar a los Bomberos Voluntarios de Villa Nueva para que nos evacuaran a mi hermana y a mí -ambas estamos estudiando y necesitamos cumplir con obligaciones académicas-. Cuando llegaron, recuerdo lo que nos dijeron: “No les vamos a preguntar si están bien, porque nadie puede estar bien en estas circunstancias”. Después de que nos evacuaron, volvieron varias veces a mi casa para ayudar a mi mamá, a mi papá y a mi perro Ruffo. Su asistencia fue impecable y su amabilidad reconfortante en un contexto de tanta pérdida y soledad. Nuestra gratitud para con ellos, será para siempre.
Hay vecinos que tuvieron un metro de agua adentro de su casa y los caminos estuvieron varios días inundados. Lo que dejó la crecida es desolador en términos materiales. Lo que no se llevó, sin embargo, es alentador: una solidaridad entre vecinos que le devolverá a Villa Oeste, estoy segura, la alegría que lo caracteriza todos los veranos”.