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25 de Febrero de 2014
La sa­lud y el ve­ra­no
¿Son las va­ca­cio­nes una real so­lu­ción pa­ra el es­trés?
Lejos de lo que muchos piensan, las vacaciones no son necesariamente una solución para el estrés. Si bien el descanso es una ayuda, una clave es reflexionar sobre nuestras conductas habituales para estar advertidos de los disparadores de nuestro malestar
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La ansiedad por consumir se acentúa en vacaciones
Es­trés vs. dis­trés
 
El lla­ma­do “es­trés” tien­de a ser de­fi­ni­do co­mo una res­pues­ta fí­si­ca y psi­co­ló­gi­ca que tie­ne to­da per­so­na an­te si­tua­cio­nes ad­ver­sas, de pe­li­gro o con­flic­to. 
Den­tro de esa lí­nea se plan­tea un con­cep­to de “buen es­trés”, que es aquel que sir­ve pa­ra afron­tar es­tas si­tua­cio­nes crí­ti­cas, y el de “dis­trés”, que es el que ge­ne­ra­ría un ma­les­tar cró­ni­co y una res­pues­ta en ex­ce­so, cró­ni­ca, más allá de la si­tua­ción “es­tre­so­ra”. Es­te tér­mi­no es uti­li­za­do cuan­do el es­trés de­ja de ser al­go oca­sio­nal y rea­pa­re­ce cró­ni­ca­men­te. Des­de otras lí­neas, ha­bla­mos de “sín­to­mas” que son aque­llas con­duc­tas y si­tua­cio­nes en las que un su­je­to se en­tram­pa re­pe­ti­ti­va­men­te y que le ge­ne­ran ma­les­tar. Es­to es más am­plio y se pue­de pre­sen­tar en cual­quier área de la vi­da de una per­so­na, no só­lo en el tra­ba­jo. 
¿Qué fac­to­res son dis­pa­ra­do­res? Co­mo ca­da per­so­na es di­fe­ren­te, no se pue­de ha­blar de una re­gla ge­ne­ral. En ca­da ca­so se­rán si­tua­cio­nes de­ses­ta­bi­li­zan­tes y con­mo­ve­do­ras pa­ra esa per­so­na. 
Ge­ne­ral­men­te, la apa­ri­ción de ma­les­tar cró­ni­co tie­ne que ver con pun­tos con­flic­ti­vos cen­tra­les. En las si­tua­cio­nes en las que una per­so­na sa­be qué quie­re, qué bus­ca, có­mo con­se­guir­lo, qué ha­cer, pa­ra don­de ir, no apa­re­ce­ría “dis­tres” o ma­les­tar. Pe­ro eso no es lo ca­rac­te­rís­ti­co de la con­di­ción hu­ma­na. Di­ver­sas si­tua­cio­nes pre­sen­tan in­te­rro­gan­tes a una per­so­na o cues­tio­nan sus re­cur­sos pa­ra res­pon­der y allí en­ton­ces apa­re­ce la an­gus­tia y la an­sie­dad pro­pias de lo que se lla­ma es­trés.
 
El tra­ba­jo y el es­trés 
 
En re­la­ción al lla­ma­do “es­trés la­bo­ral”, lo que de­be­mos apun­tar es que no es­tá úni­ca­men­te o ne­ce­sa­ria­men­te re­la­cio­na­do a la can­ti­dad de ho­ras o de ac­ti­vi­da­des que rea­li­za­mos, si­no prin­ci­pal­men­te a có­mo es­té la per­so­na co­nec­ta­da con el de­seo y las ga­nas.
En otras pa­la­bras, una per­so­na pue­de tra­ba­jar mu­cho, ha­cer mu­cho y es­tar fun­cio­nan­do en co­ne­xión con su de­seo, por lo que to­do eso le re­sul­ta­rá lle­va­de­ro. Pe­ro si to­das esas ac­ti­vi­da­des tie­nen un tras­fon­do de obli­ga­ción y son una res­pues­ta a un im­pe­ra­ti­vo per­ma­nen­te, sí va a ha­ber ma­les­tar ge­ne­ra­dor de “es­trés”, y eso pue­de ver­se tan­to en el tra­ba­jo co­mo en los vín­cu­los y en la re­la­ción con uno mis­mo. 
En la ac­tua­li­dad se pro­mue­ve la bús­que­da de una sa­tis­fac­ción inal­can­za­ble, te­ne­mos que bus­car más: hay que ir a un nue­vo res­tau­ran­te, co­no­cer otro país y ha­cer mil co­sas pa­ra ser lo su­fi­cien­te­men­te fe­liz. Se tra­ta de un im­pe­ra­ti­vo de éxi­to, de efi­cien­cia, de be­lle­za, de ju­ven­tud y otros im­pe­ra­ti­vos ina­go­ta­bles que no só­lo fun­cio­nan en lo la­bo­ral, si­no que se tras­la­dan en la per­cep­ción del su­je­to de sí mis­mo. En­ton­ces, nun­ca se es lo su­fi­cien­te­men­te lin­do ni lo su­fi­cien­te­men­te ri­co; nun­ca se es­tá su­fi­cien­te­men­te fla­co ni la ca­sa es lo su­fi­cien­te­men­te gran­de. Es­to ge­ne­ra ma­les­tar y con­se­cuen­te, es­trés. 
En de­fi­ni­ti­va, el lla­ma­do con­su­mis­mo (es de­cir, la ló­gi­ca del mer­ca­do ex­ten­di­da a to­dos los ám­bi­tos) es un fac­tor de fon­do que acen­túa es­te ma­les­tar. Las pro­me­sas del mer­ca­do atraen ha­cia una ilu­sión de sa­tis­fac­ción ab­so­lu­ta que nun­ca lle­ga, em­pu­jan­do a la vo­rá­gi­ne de cam­biar de pa­re­ja, de au­to, de tra­ba­jo, de ce­lu­lar, par­tes del cuer­po, et­cé­te­ra, pen­san­do siem­pre que el pró­xi­mo cam­bio nos va a sa­tis­fa­cer. Eso ge­ne­ra una an­gus­tia y una an­sie­dad per­ma­nen­tes en el su­je­to. 
Cuan­do el “es­trés” o ma­les­tar se ha­ce cró­ni­co ge­ne­ral­men­te pue­de te­ner efec­tos de­pre­si­vos, lle­van­do a un aplas­ta­mien­to, un des­ga­no que nos des­co­nec­ta del de­seo. Cuan­do la an­gus­tia se vuel­ve in­so­por­ta­ble pue­de ter­mi­nar en los lla­ma­dos “ata­ques de pá­ni­co” o en es­ta­lli­dos y de­ses­ta­bi­li­za­cio­nes. Por eso es me­jor to­mar el to­ro por las as­tas.
 
¿Un tiem­po pa­ra re­cu­pe­rar­nos?
 
Es fre­cuen­te la idea de que ese “re­ca­len­ta­mien­to del mo­tor” que te­ne­mos du­ran­te to­do el año se re­me­dia con las va­ca­cio­nes, a las que ve­mos co­mo la is­la pro­me­ti­da del ocio y del des­can­so.
Es­te mo­men­to del año se con­vier­te, en­ton­ces, en un pla­ce­bo que no tie­ne un ver­da­de­ro efec­to pa­ra rea­li­zar cam­bios y re­plan­teos; se sue­le usar las va­ca­cio­nes co­mo un res­pi­ro que per­pe­túa un mis­mo cir­cui­to, dan­do vuel­tas so­bre las si­tua­cio­nes que ge­ne­ran ma­les­tar. 
Por otro la­do, cuan­do una per­so­na es­tá fun­cio­nan­do de una ma­ne­ra com­pul­si­va pue­de ac­tuar  com­pul­si­va­men­te tan­to en el tra­ba­jo co­mo en las va­ca­cio­nes. Es­to sig­ni­fi­ca que si en el tra­ba­jo se ha­ce car­go de to­do, pa­ra des­pués irri­tar­se y no dor­mir bien, por ejem­plo, en las va­ca­cio­nes pue­de ha­cer al­go si­mi­lar, em­pa­char­se ha­cien­do to­das las ex­cur­sio­nes. Así, la mo­da­li­dad com­pul­si­va no se mo­di­fi­ca pa­ra na­da aun­que se es­té en la pla­ya, de ahí la fra­se co­mún “vi­ne más can­sa­do de las va­ca­cio­nes”.
 
Tres pa­sos pa­ra 2014 
 
1- Ser rea­lis­tas. Aque­llas con­duc­tas pro­ble­má­ti­cas pa­ra uno mis­mo, y que se rei­te­ran per­ma­nen­te­men­te, no van a de­jar de es­tar pre­sen­tes an­te la es­pe­ran­za que ge­ne­ra un año nue­vo y unas va­ca­cio­nes. Hay que de­si­lu­sio­nar­se, en cier­ta for­ma, ya que el pa­de­ci­mien­to re­cu­rren­te no va a de­sa­pa­re­cer mien­tras la per­so­na no se res­pon­sa­bi­li­ce y ha­ga al­go con él.
2- Bus­car es­pa­cios de pau­sa. Una fun­ción prin­ci­pal y hu­mil­de de un es­pa­cio de aná­li­sis es que un su­je­to fre­ne por un mo­men­to su vo­rá­gi­ne y au­to­ma­tis­mo y se de­ten­ga en un es­pa­cio per­so­nal a plan­tear­se al­gu­nas pre­gun­tas so­bre lo que quie­re y a de­tec­tar fac­to­res que lo afec­tan.
3- Bus­car es­pa­cios de bie­nes­tar. Re­cu­rrir a los es­pa­cios en los que se en­cuen­tra más con el de­seo que con la obli­ga­ción. Esos lu­ga­res a los que uno va por­que quie­re y no por­que tie­ne la obli­ga­ción de ha­cer­lo. Es­tos se­rán dis­tin­tos se­gún ca­da per­so­na. 
 
Lic. Geor­gi­na Vo­ra­no 
Area de Sa­lud Men­tal
Sa­na­to­rio Di­que­ci­to

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