Hacinada en dos habitaciones de la Casa de la Cultura (Deán Funes 1259) la Biblioteca Popular Luis Roberto Altamira no recibe ningún subsidio municipal ni de particulares. El agua que se llueve por sus techos ha arruinado colecciones que debieron ser vendidas a una chacarita, mientras que las paredes del sector infantil amenazan con quebrarse. Su bibliotecaria Irma Zalazar junto con Andrea Brunazzi y Estela Garaffini de la comisión, piden ayuda urgente; recordando que en su sala brindan apoyo escolar, copa de leche y hacen de oficina para el abono estudiantil y obrero.
La primera impresión
Quien por primera vez ingrese a la Biblioteca Altamira de Villa Nueva, tendrá la impresión de haber llegado en plena mudanza. Verá libros arrumbados sobre las estanterías, sillas dadas vueltas contra la pared, muebles encimados y sectores de amarillenta pared vacía. Sin embargo, nada más alejado de la realidad. El amontonamiento de libros y de muebles es el pan de cada día y (lamentablemente para las damas de la comisión) no significa en absoluto el tan ansiado traslado a un edificio más amplio y confortable; un sitio (se imaginan) con salita para chicos del colegio primario, baños para discapacitados, Internet y un auditorio para que se realicen todo tipo de conferencias. Así es como, en medio de esa inmensa baulera de la cultura con más de seis mil volúmenes apretados, aparecen sus guardianas inclaudicables; la bibliotecaria y presidenta de la comisión Irma Zalazar junto a su ayudante Evangelina Brunazzi y la vocal Estela Garaffini. De este modo, las capitanas de este barco narran la actual situación, bastante cercana al naufragio.
“Estamos en este espacio que cada vez es más chico y se llueve todo el tiempo -comenta Estela-, no tenemos apoyo de nadie y menos que menos del intendente. Tampoco de Cultura que está acá al frente. Es una vergüenza. No nos ayudaron nunca ni peronistas ni radicales, pero cuando hay elecciones están todos acá. Lo único que hacen es prestarnos estas dos piezas que ya no dan más. Hace poco tuvimos que tirar cajas enteras con libros. Se las llevó una señora a una chacarita y le dieron 50 pesos. Por eso es que este año vamos a salir a tocar puertas. Esta es la única biblioteca de Villa Nueva y encima es pública y gratuita ¡No queremos que la desidia de algunos la deje venir abajo!”.
Por su parte Evangelina, ayudante de Irma, testimonia su experiencia. “Desde que ingresé en el año 96 que la biblioteca está igual. No le hicieron nada. Ni la revocaron ni la pintaron ni le arreglaron los techos. La diferencia es que antes venían más chicos pero eso se cortó un poco. No sólo porque no tenemos computadoras sino porque el lugar es muy chico y sin comodidades. No hay un espacio multimedia ni sala infantil como quisiéramos. Habíamos hecho un sector para ellos y yo pinté las paredes con personajes de historietas. Pero se empezó a llover y los dibujos se borraron. Además, se hizo una grieta muy grande y tuvimos que levantar todo”.
Crónica de un edificio por levantarse
Finalmente llega el turno de Irma, presidenta de la comisión que asumió como bibliotecaria en 1995, cuando el intendente Braulio Zanotti reabría lo que había cerrado el mandatario anterior, Reynaldo Navarro durante cuatro años. Irma despliega un plano sobre una mesa y dice: “Esta es nuestra casa. No la tenemos todavía pero un día la vamos a tener. Estoy segura”. Y la mujer, con la dignidad que le otorgan 20 años de trabajo ad honórem, cuenta la historia del edificio que nunca se construyó.
“Teníamos dos sitios que nos había donado el club El Algarrobo, en avenida Libertad entre Córdoba y Comercio. Estaba todo bajo responsabilidad de abogado y estábamos por empezar a construir. Pero el 26 de diciembre de 2012 el terreno fue rematado por Capyclo (“Cooperativa de Agua Potable y otros servicios públicos” de Villa Nueva) debido a una vieja deuda de agua que tenía el club. Estoy segura que en toda la historia del país nunca se remató nada un 26 de diciembre. Eso te demuestra hasta qué punto hubo mala intención. Lo más triste es que ésta es una institución abierta para todos y ni eso respetaron. Ahora tenemos un terreno muy chiquito y queremos hacer algo. Mi sueño es no irme de acá sin ver levantada la biblioteca y sé que lo voy a conseguir. No nos van a desmoralizar estos señores”.
Aprendimos a tener paciencia
-¿La Municipalidad no intervino para impedir ese remate?
-La Municipalidad de Villa Nueva nunca vino a preguntar si nos hacía falta algo. No saben o no quieren saber que existimos. Les estuvimos pidiendo desde hace cuatro meses los bonos de impuestos de un sitio pero hasta ahora no nos han contestado.
-Parece que la situación de la biblioteca es crítica y no puede esperar más…
-Sí, pero si algo hemos aprendido en este tiempo es a tener paciencia. Hasta el año pasado teníamos más de ocho mil libros pero muchos se nos arruinaron por la lluvia. Y como no tenemos lugar, para que no los perdamos más, hemos hecho donaciones. Hemos mandado libros a las escuelas de campo y también al norte del país. Ahora llegan cien libros nuevos que acabamos de comprar y no sabemos a dónde los vamos a poner para que no se arruinen.
-¿Cómo se mantiene la biblioteca sin ayuda municipal ni privada?
-Sólo con el subsidio de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip). Con ese dinero compramos libros nuevos para actualizarnos. A lo demás lo ponemos de nuestro bolsillo. Damos clase de apoyo y en invierno también chocolate a los chicos. Por suerte, la panadería Lorca nos regala los bizcochos. Pensamos en esa merienda porque muchos comen al mediodía, hacen los deberes a la tarde y después no sabés si vuelven a comer a la noche.
-¿Tienen algún pedido que hacer a la comunidad?
-Que se acerquen a colaborar con lo que puedan. Espero sinceramente que alguien de la ciudad nos dé una mano para que podamos hacer la biblioteca como corresponde, porque en todo país que se precie, la cultura pública es prioritaria. No pedimos nada suntuoso, algo chico pero confortable para los chicos y también para los adultos mayores, porque nuestra idea es hacer talleres para ellos, que están muy descuidados. Ojalá que se acerquen. Le pedimos también a Dios.
Y cuando esta nota finaliza, Irma me dicta el teléfono de memoria (4911056) con la misma preocupación que una madre recita el documento de su hijo en un hospital donde será intervenido. Llega el momento de las fotos pero las mujeres no sonríen. Posan con una mirada profunda y dolida pero en absoluto resignada. Se parecen a la tripulación de un barco en la tormenta. Un barco al que no han podido hacer naufragar porque el espíritu de sus marineros sigue intacto.
Iván Wielikosielek (especial para EL DIARIO)